Colaboración – Por Jorge Navone, escritor

Un adiós en el inicio

16/03/2012
P
or Jorge Navone
Escritor, [email protected]

Adiós amor, no nos veremos más… Adiós pampa mía… Adiós nonino.
Adiós arrabal, barrio, juventud, muchachos, Robinson. Adiós adiós.
Adiós amargo. El último adiós.
Una despedida irremediable nos golpea, cada vez que esta palabra nos visita. Algo concluye, definitivamente y sin vuelta atrás. Lo así despedido no tiene posibilidades de continuar bajo ningún aspecto, sea esto un amor, una persona, un pueblo, o una época de nuestras vidas.
Y es tan poderosa la contundencia de su áurea, que incluso a veces es utilizada premonitoriamente: ¿Es el adiós a los libros? ¿Adiós a las ideologías? ¿Adiós al tango? Preguntas como éstas pueden leerse casi cotidianamente en los oráculos periodísticos.
Y es que Adiós es una de las pocas palabras que resiste estoicamente el avance del “todo es más o menos lo mismo”, y no ha modificado su significado con un uso más sencillo o displicente. Más fuerte que “amistad”, que hoy en día muchas veces es solo un número; o que “solidaridad”, que se esconde en tirar lo que me sobre y molesta; “adiós” sigue siendo definitiva, y es casi usada con prudencia.
Uno sabe, o presiente sin saberlo, que el “en Dios seas” de su origen no es broma: es para siempre. Y seguramente, si promedia años y recuerdos en generosa abundancia, ya ha debido utilizarla en situaciones que difícilmente puedan olvidarse así nomás.
Pero precisamente, si recuerda, es que después de todo, ese adiós no pudo destruirlo, no lo incluyó. No fue despedido junto con aquello que dejaba, sino casi lo contrario: a partir de esa despedida, uno pudo sobreponerse, recuperarse, reinventarse de algún modo hasta ese momento, jamás pensado.
Y es que el adiós, precisamente, al ser definitivo y categórico, corta el círculo de las idas y vueltas, de las medias tintas, de las indecisiones. Permite en su devastación, reconstruir a partir de lo que quede. No es posible bajo ningún concepto, repetir vivencias similares a las que se tenía con aquello que así se despidió. Hay que avanzar.
Y entonces, ¿por qué pensar el adiós en un inicio? ¿por qué citarlo en un punto de partida? ¿por qué pronunciar su mantra divino que aleje para siempre, vaya uno a saber qué?
¿Para terminar? ¿Para romper? ¿Para irme? No: para avanzar.
Dicen que un síntoma de la locura, es repetir una y otra vez lo mismo, esperando que de un resultado distinto. ¿Cuántos de nosotros nos vemos encerrados en situaciones, trabajos o personas, con las que no podemos nunca cortar? Como país, como ciudad, como personas ¿Cuántas cosas se repiten año a año, con inmejorable exactitud, pese a nuestro evidente y primigenio rechazo? ¿Será que no las despedimos con vehemencia? ¿Será que nunca les decimos adiós?
¿No será que no vamos a dónde queremos, porque no partimos nunca de donde estamos? ¿No será que lo que nos falta no son aptitudes para llegar, sino el coraje de al fin despedir? ¿Nos animamos a dejar? ¿Qué cosas merecen el adiós en nuestras vidas?
Eso, justamente. Con la intimidad que nos permite la palabra, ahora que nadie nos escucha, le propongo: levante los ojos del papel en este instante, y piense para sí, ¿qué cosas debería despedir para ir a dónde sueña?
Difícil. El adiós es tan contundente, que aún cuando es elegido asusta y nos repliega en un constante hasta pronto.
Pero apelo al poder que encierra, y lo pienso. Quizás, si uno anhela avanzar, crecer, superarse, si soñamos hacerlo como cohabitantes de este espacio y del mismo tiempo, debamos tomarnos algunos instantes para pensar y pensarnos, para extraer con ojo de buen acupunturista, aquellas cosas que necesitan fervientemente ser despedidas con un adiós de nuestros días.
Hay que pensar que adiós es necesario soltar, para al fin poder partir.
Sin mezquindades, sin engaños, sin miedo. Porque quizás, solo quizás, la vida sea al fin posible de otra manera, luego de un Adiós.