Editorial - Por Fulvio Baschera

¿Hacia una sociedad cívicamente inviable?

11/04/2014
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Por Fulvio Baschera

Desde sus orígenes, la humanidad ha ido buscando la forma de organizarse. Basados en conceptos rectores variados, los agrupamientos humanos han adoptado como manera de regular la convivencia entre sus integrantes desde profundos preceptos religiosos hasta elaborados desarrollos institucionales. Cada uno con lo suyo ha ido incorporando con el correr de los tiempos las adecuaciones para mantener vigente el esquema que da forma y sustento a la estructura social por la que optaron.
No es intención entablar un debate sobre si una opción es mejor que otra ya que en definitiva eso resulta privativo de cada sociedad, aunque para quienes nos denominamos civilizados, conductas como la muerte por lapidación nos resulten aberrantes, por citar un extremo de los esquemas imperantes en el mundo actual.
Lo cierto es que más allá de diferencias, cada conglomerado establece las normas para regir la relación entre pares las que ante cualquier litigio terminan bajo la órbita de la autoridad que en cada caso tiene la función de impartir justicia, llámese como se llame.
Claro que previo a ello, los ciudadanos, a partir de la forma de gobierno imperante en sus latitudes son por la vía que corresponda, los creadores, impulsores y redactores del conjunto de reglas que agrupadas bajo el nombre que comúnmente conocemos como leyes se dan para fijar derechos y obligaciones, las que en formas de gobierno análogas a la imperante en nuestro país tiene su máxima referencia en un escrito que se conoce como Constitución, en el que se establecen los preceptos rectores del funcionamiento de un Estado, sea este el de nuestra Nación o el de nuestra Provincia.
Lo cierto es que en los últimos tiempos parece ser que los argentinos en general y los fueguinos en particular estamos planteando la obsolescencia absoluta del sistema, tal como hasta ahora lo conocemos, ya que las leyes son violadas una y otra vez y siempre existe una interpretación, social, política o legal que en el mejor de los casos morigera o en el peor justifica el incumplimiento.
Cabe entonces preguntarse ¿para qué queremos leyes?
Son numerosos los ejemplos para graficar lo aquí sostenido y que atraviesan todo tipo de situaciones que como sociedad nos involucra.
Desde el fútbol, donde la avivada, la picardía cuando no la mala fe se imponen sin más trámite, recibiendo premio y aceptación popular y formal ante un reglamento de juego que con su normativa pretende regular la práctica del deporte, hasta la inobservancia de una manda judicial que determinaba que los alumnos tuvieran clases.
Desde el encendido discurso de dirigentes gremiales que aduciendo la defensa de los derechos consagrados en la Constitución no tienen empacho en tomar la sede del Poder Ejecutivo haciendo cesar el funcionamiento de Estado en clara violación al mismo escrito en el que buscan fundamentar sus acciones, hasta un Estado que pregona la construcción de institucionalidad y se muestra incapaz de generar los cambios que sólo se anima a transmitir en discursos de ocasión.
Desde el reconocimiento de la necesidad de implementar como políticas de Estado modelos de inclusión, hasta el llamativo silencio ante situaciones de usurpaciones del espacio público, en desmedro del derecho de otros ciudadanos que aguardan respetando las normas.
La imposición de la idea por la fuerza no puede ser reconocida como un éxito de civilidad. Esto es válido tanto para el uso de la Cadena Nacional para presentar un poco de Hip Hop, como para calificar de exitoso un paro nacional merced la implantación de piquetes que sitian la ciudad, tal como pudo observarse ayer en esta capital.
Ninguno de estos ejemplos son demostraciones válidas de adhesión voluntaria mayoritaria a manifestación de civilidad alguna. Es lisa y llanamente el uso abusivo del poder en clara inobservancia de las normas vigentes, pero, como de costumbre, no pasa nada.
Y entonces, cabe volver a preguntar, ¿para qué queremos leyes?
Ante la posibilidad de que no logre la claridad pretendida, y para evitar una errónea interpretación, vale aclarar que el interrogante está expresado a manera de eufemismo ya que no existe posibilidad alguna de construir una sociedad exitosa basada en la anarquía.
Claro que existen muchas situaciones de necesidad y claro que existen muchos problemas para atender, pero es poco probable que en esta mecánica del poder de la extorsión surja solución alguna, si hasta las instancias de diálogo creadas para ello terminan siendo el resultando de imposiciones y no de verdaderas voluntades cívicas de encontrar puntos de acuerdo.
Sería sumamente importante que ante cada violación a la Constitución y a las leyes vigentes, pudiésemos ponernos todos en un lugar de auténtica civilidad, más allá de banderías y simpatías políticas, teniendo presente lo que significó para nuestro país el desapego cívico a las normas.
Desde la barbarie de aquellas sociedades que como citara anteriormente permiten la lapidación como forma de castigo de ciertos delitos, hasta la posibilidad de ejercer pretendida justicia por mano propia ante la disolución del principio de Estado por nuestra propia incapacidad cívica o por asumir, por comodidad o temor, posturas populistas ante la comisión de determinados ilícitos, hay una distancia muy corta que sólo puede salvarse con un auténtico apego a la ley y un genuino respeto por las instituciones.
Esa es la diferencia entre civilización o barbarie. Eso es lo que hace que una sociedad sea cívicamente sustentable.
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