Punto de Vista

Siete palabras que enojan, catorce que preocupan

13/10/2014
P
or Norman Munch (periodista de el diario del Fin del Mundo)

La legisladora Siracusa se enojó. Mucho parece que se enojó. Se enojó por el título de tapa de la edición del viernes pasado de el diario del Fin del Mundo. Ese que dice “Las manos de todos los pibes arriba”. Al que acompaña una foto de los legisladores votando por unanimidad la prórroga de la concesión de las áreas petroleras que en la provincia opera la empresa YSUR-YPF.
Tanto se enojó la legisladora Siracusa que nos advirtió, en una entrevista concedida a una radio de Río Grande, que cada uno de los que integramos el diario tendremos que ir a rendir cuentas personalmente a los parlamentarios sobre por qué titulamos como titulamos.
“Lo tendrán que explicar después ellos en forma personal con cada uno de nosotros”, afirmó en catorce palabras.
Sonó a amenaza mafiosa la particular frase de la legisladora Siracusa. Y algunos nos imaginamos cubiertos por ridículos sambenitos, desfilando de uno al fondo ante una suerte de tribunal de la Santa Inquisición conformado por la totalidad de los integrantes de la Cámara. Sometidos a un interrogatorio tortuoso bajo la atenta mirada de la propia legisladora Siracusa, que oficia de jueza implacable.
A nosotros las palabras de la legisladora no nos enojan. Nos preocupan. Nos hacen acordar la furia del sindicalista que se enervó por salir en la tapa del diario al lado de la gobernadora Ríos, sindicalista que prefirió insinuar que nos habían pagado para publicar la foto en cuestión antes que admitir que para él fue un error de cálculo político posar junto a la Mandataria. Nos hacen acordar al ex funcionario del Gobierno del PSP que agredió verbalmente y amenazó de muerte a un compañero por publicar una foto y un informe sobre la falta de medidas de seguridad en una obra que llevaba adelante personal de un ente gubernamental. Nos hacen acordar a tantos funcionarios de ésta y de otras gestiones que nos amenazaron de una u otra forma por lo que informamos. Nos hacen acordar que una vez nos quemaron la Redacción.
Pero dejando atrás tantos recuerdos ingratos, lo que no dijo la legisladora Siracusa es qué la enojó del título, o que creyó entrever en esas siete aparentemente terribles, denigrantes palabras. O qué la molestó de la nota sobre la sesión.
Porque en ningún espacio del diario dedicado al encuentro parlamentario se la cuestionó a ella ni a sus pares. No se la objetó, no se criticó su voto, su postura, su decisión. Cómo vamos a hacerlo si ni siquiera habló en esa sesión.
Todo el derrotero que siguió el proyecto hasta su aprobación estuvo bajo la lupa. Hubo fuertes controversias, hubo diversidad de opiniones, e incertidumbre sobre lo que podía pasar en el recinto. Al final hubo unanimidad, los catorce legisladores presentes (se ausentó el mopofista Löffler) coincidieron y levantaron la mano.
Ahora, las especulaciones, las sospechas y los rumores que rodearon al proceso pasan –y quedan– por la mente de sus autores y de quienes adhieran a esas teorías. Y, por supuesto, de quienes quieran darse por aludidos.
Entonces la legisladora Siracusa no debería enojarse por esas siete palabras. Ella votó de acuerdo a su convencimiento, y damos por descontado que se basó en el análisis de todos los argumentos técnicos y políticos que se pusieron sobre la mesa. Como debe ser.
A la legisladora Siracusa no le decimos cómo tiene que legislar, y menos que menos cómo debe o no debe votar en el recinto. Podremos coincidir o no sobre algún posicionamiento, pero no somos sus jueces.
Su juez es la sociedad que decidirá, si vuelve a postularse, acompañarla o no con su voto de acuerdo a la evaluación que haga de su trabajo legislativo y de su coherencia política.
Del mismo modo, la legisladora Siracusa no debe decirnos cómo debemos titular. Y menos aún amenazarnos. Por más enojada que esté por esas siete palabras. Porque a nosotros los que nos juzgan son nuestros lectores.
A la legisladora la enojan siete palabras. A nosotros nos preocupan otras catorce.

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