Opinión

No botes tu voto

08/02/2015
P
or Alejandro Rojo Vivot
El poder reside en el pueblo el que, en bastantes aspectos, lo delega en sus representates elegidos periódicamente, guardándose para sí algunas muy importantes decisiones en forma directa, como el es caso de las elecciones de legisladores, autoridades de los poderes ejecutivos y, en algunas jurisdicciones, para otros cargos.
Los habilitados a participar son los que integran los cuerpos electorales, es decir, que oportunamente han realizado el pertinente trámite o fueron incluidos directamente cuando  obtuvieron por primera vez el documento de identidad; en algunos países no es automático y debe haber una presentación específica.
Cuando participamos, a la democracia la mejoramos sustancialmente; cuando además contrubuimos al control del accionar de los poderes públicos le agregamos más parámetros de eficiencia y transparencia que renunda en sustanciales y positivas posibilidades de desarrollo para todos.
Al votar incidimos directamente en las cuestiones públicas; algunas serán de corto plazo y muchas de largo plazo, inclusive alcanzado a futuras generaciones.
La suma de cada voto, en uno u otro sentido, resulta lo que los pueblos, ciudades, provincia y el país en su conjunto vivirán cotidianamente y, por caso, institucionalmente.
El participar activa y responsablemente en cada comicio, en Argentina, es un derecho y una obligación, recordando que etimológicamente se remonta a los antiguos romanos que designaban con ese término a las asambleas donde los presentes decidían expresando  sus opiniones a través del voto.
Botar tiene varias acepciones: tirar que es la que empleamos aquí y la empleada en los ambientes marinos que se refiere a cambiar de rumbo.
La democracia delegativa resulta cuando los habitantes se desentienden de lo público dejando todo, sin miramientos, en manos de los elegidos; al hacerlo, además, genera un sentimiento de estar al margen de las cuasas de lo que nos sucede, pues son otros, algunos, los únicos responsables.
Entonces, por caso, con respecto a una norma, quienes entienden no estar de acuerdo o que les afecta negativamente en vez de buscar su modificación o derogación, lisa y llanamente la incumplen; de generalizarse se podría llegar a sociedades al margen de la ley o a la anomia individual y colectiva, desdibujándose toda posibilidad de control social.
Desde luego que en los países sin democracia o con democracias muy restingidas (partido único gobernante) los menos deciden por el resto y los que opinan distinto poco  pueden hacer salvo resistir de alguna manera.
Los hábitos son acciones que realizamos habitualmente sin pensar pues los tenemos incorporados férreamente, haciéndolos sin preguntarnos al respecto ni mucho menos cuestionándonos. En cambio, las demás la realizamos como consecuencia de algún grado de razonamiento y, por ende, fundamento: hablo bajo para no molestar al resto de mis compañeros de trabajo que necesitan concentración, etcétera.
Desde luego que existen variadas formas de botar el voto, cada uno sabrá porqué lo hace, pero todos hemos de tener en claro las consecuencias directas de las conductas electorales del conjunto.
Y aquí no vale aquello de que si botas tu voto, luego no te quejes pues, además, hay consecuencias sociales de las conductas indviduales. También son muy disímiles las causas de cómo arribamos al voto pensado, pues las opciones son diversas en ambos sentidos: confiar en el candidato aún sin conocer sus propuestas específicas, adherir a un partido político determinado sin más argumentos, es la opción que considero más conveniente según mi perspectiva, etcétera; los matices son miles y cada uno los sopesará a su saber y entender pero, cada uno conciente de las implicancias generales de las conductas individuales.
El voto es poder, siempre y cuando lo ejerzamos.

Montesquieu, Charles Louis de Secondat, Señor de la Brede y Barón de. Del espíritu de las leyes. RBA. Página 53. Barcelona, España. 2002.
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