Colaboración

“Familia y género en tiempos de terrorismo de Estado”

23/03/2016
P

or María Paula Schapochnik (*)
 
A propósito del Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia, me gustaría compartir algunas ideas que tienen que ver con la familia, sus integrantes, y también sobre nosotros mismos en aquellos tiempos de dictadura. Creo que es importante repasar la idea de familia en esta dimensión temporal, porque es frecuente invocarla como institución para justificar, e incluso perpetuar aquel régimen que hoy pocos aplaudirían.
Pero la pregunta surge inevitable, ¿dónde estaba la conexión entre familia y  dictadura?
El gobierno militar que asumió el poder en el mes de marzo de 1976, y que se impuso hasta el año 1983, se definió a sí mismo como salvador de la nación, cuya misión era la lucha contra la subversión y el caos responsables de la destrucción de valores e instituciones naturales de la Argentina. Venían para devolvernos a la paz y al orden liderando el Proceso de Reorganización Nacional, y tal como citan los periódicos de ese tiempo “padres, madres e hijos sanos de nuestro país” eran convocados a cuidar el hogar y preservar su seguridad, procurando que las familias “No acepten generosamente las ideas implantadas de las mentes jóvenes por expertos internacionales de la subversión… La seguridad y la paz del pueblo se construyen dentro del hogar y las escuelas” (Diario La Nación del 19 de junio de 1976).
Sin embargo, lo que siguió no fue solo una invocación, sino una secuencia atroz e impensada de crímenes contra las familias, en particular aquellas que no se ajustaran al modelo tradicional y natural entendido por los militares de aquella época. El modelo de familia extendía sus horizontes aún más allá de la clara idea que hoy nos podemos formar. Todos como parte del tejido social éramos niños necesitados de protección y amparo a cargo de un padre que controlaría y disciplinaría, sobre todo a los jóvenes. Esta idea por supuesto, no escondía otra cosa que quitarnos autonomía. No estábamos en condiciones de darnos nuestro propio gobierno y menos aún nuestras leyes.  La familia como “célula” debía protegerse del elemento foráneo, cuya frecuente puerta de entrada eran las “incontrolables” mentes juveniles. Así, el poder público invadió espacios y ámbitos de la vida privada. Etiquetó. Controló. Censuró. Las mujeres honestas eran “de” algún hombre. Los jóvenes podían ser sanos y de clases acomodadas, o delincuentes pobres y Menores - tal como señalan algunas leyes aún vigentes -  (nunca niños, niñas o adolescentes), los derechos de los padres sobre sus hijos eran “inalienables” y los vínculos, por supuesto, para toda la vida.
La defensa de la familia tradicional patriarcal implicó en actos secuestros masivos de personas, grupos familiares completos, niños, niñas, y embarazadas, suprimir identidades y apropiarse de bebés. En fin, confrontar al enemigo implicaba atacarlo desde su puerta de entrada: el lazo entre los jóvenes y sus familias.
Cuando las agrupaciones de familiares de personas detenidas y desaparecidas comenzaron a formular sus denuncias y demandas, la dictadura les atribuyó la responsabilidad final sobre el destino de sus hijos e hijas. No habían ejercido debidamente su autoridad como padres y madres. Sus hijos eran “subversivos” por serias deficiencias en la crianza familiar. (La televisión interrogaría “¿sabe usted dónde está su hijo ahora?”).
Así las “madres locas” con sus pañales en la cabeza irrumpirían en el espacio público en busca de sus hijos e hijas secuestrado/as – desaparecido/as. Luego, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y más tarde H.I.J.O.S. mantendrían vivas sus demandas en clave familiar, ancladas en lazos próximos, biológicos, íntimos, ratificando que los detenidos – desaparecidos eran personas de carne y hueso. Ni germen de nada, ni tejido enfermo. Personas.
Es la fuerza del lazo familiar, ese lazo que asociamos con el amor, lo que ha permitido inicialmente la conexión con el pasado reciente, y será en un tiempo la memoria, la única responsable de mantener vivo el reclamo de verdad y justicia cuando se desdibujen de a poco los vínculos familiares por el transcurrir del tiempo. Cuántas veces hemos comentado o pensado “que viejitas están las abuelas…”.  Ojalá para entonces sepamos ¿cómo es que se gestó el movimiento de mujeres más importante de Latinoamérica? ¿Por qué madres y abuelas en lugar de padres y abuelos? Se han ensayado múltiples e interesantes respuestas estrechamente vinculadas al género, y al reconocimiento de la dimensión personal como política. El sufrimiento asociado a lo femenino hizo lo propio. Todo excede este análisis, ya lo sé, por hoy vaya mi sentido reconocimiento.
En fin, años después, lejos del terror del Estado policial, y con nuevas leyes que ordenan un poco las relaciones familiares también tenemos que comenzar a pensar en las intervenciones públicas hacia las familias desde una perspectiva democrática y favorecedora de la igualdad en tanto seres humanos: sin mandatos ni estereotipos, sin intromisiones infundadas en la vida privada pero garantizando “buentrato” y actuando frente a las violencias con enfoque de Derechos Humanos.
Podemos celebrar que hoy son legalmente reconocidas Las Familias, en diversas y amplias conformaciones, las parejas, unidas de hecho o casadas, de igual o diferente sexo, o género, que la socioafectividad es una noción fundamental en las relaciones entre padres e hijos – no todo es la biología- , que educar no contempla maltratar o castigar, que mujeres y hombres encuentran por ahora y por suerte en la ley civil la igualdad tan invocada donde responsabilidades y cuidados se comparten.       
En definitiva, la dictadura lastimó seriamente no solo a las familias, sino también el lazo social. La democracia, su discusión y sus leyes son, sin ninguna duda, la posibilidad de una sociedad más justa. Tuvieron que pasar muchos años, 40 años.     

(*) Abogada. Magister Interdisciplinaria en Familia. Diplomada en Género y Políticas Públicas.

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