Otorgan un territorio  de doce leguas a la tribu de Saihueque
El 14 de noviembre de 1896

Otorgan un territorio de doce leguas a la tribu de Saihueque

14/11/2017
L

uego de dos días de celebraciones del caramuco, unos gritos matinales despiertan a Henry de la Vaulx, en el toldo de huésped que le había concedido Saihueque. Al indagar sobre las causas de los alaridos, el francés se entera que el hijo del jefe mapuche había llegado “trayendo una carta del gobierno argentino por la que le concede doce leguas de tierra en la zona del río Tecka al cacique y su tribu” (Viaje a la Patagonia. 1896).
“Sin embargo el hijo del cacique desconfía. Tiene el papel escrito en la mano, cierto, pero como no sabe leer lo que dice, está lleno de temor”. Entonces, se acerca a de la Vaulx y le pide que lea el pergamino. Al enterarse del contenido, exclama: “Estoy feliz, hermano, de estar seguro que este papel expresa la promesa exacta del señor gobernador.
-Sin embargo él ya le había dado su palabra, le hago ver.
-Sí, -me responde el indio con una sonrisa-, pero hubiera podido no cumplirla.
Uno se da cuenta de cómo desconfían los araucanos de la gente civilizada. Después de todo quizás tengan sus razones para mostrarse tan desconfiados”.
El francés había anunciado a Saihueque que partía hacia su campamento. “Cuando iba a despedirme de él, me pide que le escriba una carta en la cual me comprometo solemnemente a ser su amigo para toda la vida.
Hago la carta, y lo que escribo es sincero; en el fondo, estoy ciertamente agradecido.
La despedida es emotiva. Me parece que dejo una familia con quienes viví varios años. Saihueque llora y sus hijas también.
El cacique quiso acompañarme hasta mi campamento y yo acepto”.
Al llegar la noche, arriban al sitio acordado donde debían esperar sus hombres su regreso, pero encuentran sólo huellas y deciden seguir la cabalgata, pero los caballos se resisten a continuar.
“Por la mañana seguimos viaje, tristes y preocupados. Empiezo a creer que la vida de explorador  es algo descabellada y extraño mi toldo de París, para colmo de males el pampero sopla con fuerza.
Enfrentamos el viento como podemos y por fin llegamos al valle del río Chico. Allí me espera una sorpresa pues encuentro a mi carro y mis hombres. Ellos tuvieron que avanzar hasta ahí porque en el camino encontraron todos los manantiales secos; los infelices padecieron de sed durante dos días
Saihueque se vuelve a sus toldos con los bolsillos repletos de regalos. Él sabía, viejo pícaro, que no iría en vano hasta mi campamento” (op.cit.).

Autor : Bernardo Veksler
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