l etnólogo y religioso alemán Martín Gusinde se instala en el asentamiento de río Fuego, próximo a la estancia Viamonte, y comienza a estrechar vínculos con los escasos sobrevivientes selk´nam, gracias a la mediación del salesiano Juan Zenone. En esos días, acampaban allí 216 individuos que conformaban 27 familias.
Gusinde comenzó a confraternizar con los nativos. “Una impetuosa curiosidad me impulsaba de toldo en toldo, dentro de los cuales veía la confusión de los sencillos enseres domésticos, y a las gentes de distintas edades dedicadas a su tarea o al tedio. A pesar de que me sometía penosamente a estricta discreción, mi persona parecía despertar cierta confianza entre ellos. A veces rompían a reír abiertamente cuando el P. Zenone les describía, con gracia, que yo quería estudiar exactamente su forma de hablar, observar sus actividades y medir sus cabezas con mis extraños y relucientes instrumentos. ¿Presentían ya lo que más tarde a menudo me dirían ingenuamente, esto es, que yo era "un buen europeo"?”
A pesar de que ese reducto constituía un sitio seguro, los selk´nam, emprendían “varias veces al año, durante algunas semanas, sus correrías” aunque, siempre volvían “al lugar como si pertenecieran a la estancia” y se apreciaba “que la mayoría se torna sedentaria durante los dos meses de esquila”.
En sus memorias Gusinde relató su estado de ánimo con su ingreso al mundo selk´nam: “¡Me sentía sinceramente muy a gusto en el círculo de esta gente morena a pesar de lo poco que podíamos hacernos entender! Me encontraba (…) como ser humano y supe apreciar lo que les pertenecía y lo que honraban desde remotas épocas: su patrimonio cultural, sus objetos de uso cotidiano, su organización, sus costumbres, su ideario y los productos de su imaginación. Todo lo indígena era valorado y preciado por mí; deseaba conocerlo en todos sus detalles y orientarme en ello con mi mejor comprensión. Sabía que sólo podía alcanzar mi meta amoldándome totalmente a la forma de vida, al comportamiento de los indios, compenetrándome penosamente de su mundo espiritual, de sus deseos e ideas. Siempre consideré errado, por injusto y lesivo emitir opiniones altaneras sobre los aborígenes (…) Indudablemente, más de un agreste hijo de la selva tiene más profundidad y riqueza espiritual que la larga fila de estúpidos, abúlicos y dependientes espíritus gregarios de las grandes urbes”.