Un científico de Ushuaia rememoró la expedición que navegó 80 kilómetros en balsa por la Antártida
Una hazaña que acaba de cumplir 45 años

Un científico de Ushuaia rememoró la expedición que navegó 80 kilómetros en balsa por la Antártida

Se trata del geólogo Eduardo Olivero. Fue uno de los cuatro expedicionarios que en 1974, al perder un bote que habían llevado para una misión científica, se construyeron su propia balsa con restos de madera y dos tambores. La embarcación apodada “Skua” navegó 80 kilómetros por la Antártida y les permitió a los expertos cumplir con los objetivos que tenían. Olivero recordó la experiencia en la presentación de un nuevo número de “La Lupa”, la revista de divulgación del Cadic.
26/02/2019
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l geólogo de Ushuaia Eduardo Olivero, uno de los cuatro expedicionarios argentinos que en 1974, durante una misión científica, navegó 80 kilómetros por la Antártida en una balsa fabricada por el propio grupo, rememoró los pormenores de aquella travesía que acaba de cumplir 45 años.
Olivero se refirió a este hecho durante la presentación del último número de “La Lupa”, la revista de divulgación del Centro Austral de Investigaciones Científicas (Cadic) donde además escribió un artículo sobre el tema.
La hazaña empezó a gestarse durante la campaña antártica de verano de 1974, luego de que los geólogos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) Juan Spikermann, Jorge Codignotto, Roberto Llorente y el entonces estudiante de geología Olivero, partieron desde el aeródromo de El Palomar en un Hércules C-130 y en Ushuaia abordaron el aviso Zapiola que los trasladó hasta el refugio Capitán Cobbet (hoy parte de la base antártica Primavera) después de un agitado cruce del Pasaje de Drake.
“Nuestra misión era estudiar las rocas ígneas de la zona, obtener edades radimétricas y datos de paleomagnetismo que ayudaran a explicar la marcada curvatura hacia el este que poseen, tanto el extremo sur de los andes fueguinos, como el norte de la península antártica”, explicó Olivero que durante 43 años se dedicó a estudiar aspectos de la geología del Continente Blanco.
Una vez en la Antártida, los científicos armaron el bote que iban a usar para navegar por las distintas islas e islotes donde debían tomar las muestras, y lo aseguraron con sobrepesos sobre la costa, hasta que una inesperada tormenta nocturna de viento y nieve cortó los amarres y se llevó mar adentro a la embarcación, junto con un tambor de combustible y otros pertrechos.
“El hallazgo fortuito de tirantes de madera sobrantes de la construcción del refugio iluminó los ojos de Roberto (Llorente) que nos convenció de construir una balsa para reemplazar el bote perdido. De a poco juntamos más tablones, bulones, clavos, alambre y dos tambores vacíos que sirvieron de flotadores. Todo sirvió para el improvisado “astillero” antártico”, recordó Olivero.
El precario navío, una vez terminado, fue “solemnemente bautizado” con el nombre de “Skua”, en alusión al nombre de un ave que vivía en la zona y cruzaba todo el tiempo de una isla a la otra.
“Usando un motor que teníamos de repuesto, la balsa nos sirvió para navegar 80 kilómetros y realizar el estudio de afloramientos costeros cercanos al refugio y en las islas César, Leopardo y Pingüino”, contó el experto que en 1986 descubrió por primera vez los restos de un dinosaurio en la Antártida, entre las rocas de la isla James Ross.

Por las nuestras

Una nota manuscrita de la época todavía consigna los “datos técnicos” de la “Skua”: “4 metros de eslora (largo) por 1,5 de manga (ancho) y 35 centímetros de calado”, con una “velocidad máxima” de 4 kilómetros por hora y una mínima “según las corrientes del mar”, bromea el texto.
“No teníamos ningún tipo de comunicación. Estábamos por las nuestras y no queríamos que fracasara nuestra misión. Hoy sería imposible hacerlo por las regulaciones que existen y también por la falta de cordura que demostramos”, ironizó Olivero durante la charla en el Cadic donde se refirió a la travesía.
Además de la aventura, el propósito científico se cumplió: los geólogos lograron demostrar que la península antártica ya estaba arqueada hacia el este desde por los menos los últimos 94 a 96 millones de años de su historia geológica.
Olivero recordó que por esos días de 1974, una expedición de científicos italianos llegó también en bote y en marea baja al refugio Capitán Cobbet, y que entonces, por “pudor” decidieron ocultar la “Skua”.
“Después de entablar un trato muy cordial y de compartir una comida, cuando iban a marcharse descubrimos que la marea había subido y que no podrían nunca llegar al bote. Fue cuando tuvimos que develar el “secreto” de nuestra balsa improvisada e invitarlos a abordarla para que llegaran hasta su propia embarcación. Ellos se reían mucho, pero lo cierto es que la Skua cumplió así, su misión final en la Antártida”, concluyó Olivero.

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