Colaboración

Duelo a vida

29/03/2012
P
or Jorge Navone – Escritor
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Vorágine: 1. F. Remolino impetuoso que hacen en algunos parajes las aguas del mar, de los ríos o de los lagos. 2. F. Pasión desenfrenada o mezcla de sentimientos muy intensos. 3. F. Aglomeración confusa de sucesos, de gentes o de cosas en movimiento. (Diccionario de la RAE)

La vida toda, pareciera hoy día estar cruzada por el deseo de andar corriendo, aunque muchas veces no sepamos hacia donde. La velocidad es más importante que el contenido, el llegar que el viaje, y antes de aprender a usar el último celular, muchos lo cambian. Porque hay que avanzar, no hay que quedarse; porque lo que viene pareciera ser, siempre, indefectiblemente superior.
Avanzamos desesperadamente, fieles devotos de una cultura que nos grita que vivir mejor es “aprovechar” el tiempo, y esto, hacer todo tan rápido, pronto, y sin solución de continuidad como sea posible.
Habitantes de los confines, arrastramos un estrés tan impuesto como el ciervo colorado, y casi volamos sobre calles empinadas, más allá de la nieve, el hielo, o el imponente entorno que a nuestro alrededor, pasa casi intacto. Si el paisaje es en los ojos del que observa, se diría que a veces, nuestras montañas desaparecen, junto a un canal tapado de apuro, ahogado en nada.
Pero lo que es peor, y en esto somos primer mundo como todos en este mundo globalizado en las miserias, la carrera desdibuja no solo el entorno, sino también el contenido. El otro se desvanece, desaparece, y de a poco dejamos de percibirlo como tal, sea este otro un desconocido, un amigo, o nuestra propia familia.
No hay tiempo y allá vamos, arrancados a los jirones de nuestros días, de los nuestros, por un mañana mejor que hipoteca nuestro ahora, y jamás llegará.
¿Por qué la carrera? ¿Por qué esta locura que nos hace hermanos de neurosis, con habitantes de cualquier punto del planeta? ¿Por qué no podemos parar?
Es fácil adivinarlo. El consumo que nos consume, nos empuja a tirar todo pronto, para adquirirlo de nuevo con otro envoltorio, aparentemente mejor. La razón más profunda de nuestra creencia en que lo bueno está siempre por venir, fue inoculada por el dios mercado, lascivo y nefasto, que no solo promete mejores cosas en lo que no tenemos, sino que dice que lo que tenemos ya no servirá. Parias, quedamos así comprando cosas que al instante pasan a formar parte de las inutilidades de nuestros días, dejando a lo bueno allá, en lo por tener.
Así, expandiéndose como una peste invisible, esta sensación de que nada de lo que tenemos sirve, nos empujará a cambiar ropas, pero también afectos. Nos llevará a endeudarnos en pos de ese auto que sí nos va a mostrar como somos; nos expulsará en busca de una relación íntima más intensa, porque ésta ya no da para más. Vorágine voraz, que no solo arrasa, sino que devora.
Pero calma. El mundo no está hecho para que nos perdamos, sino para que nos encontremos.
Ahí donde reina la desazón, donde el consumo nos vende una insatisfacción crónica, que nada tiene que ver con la creativa; ahí donde pareciera ser que todo hay que tirarlo e ir rápido por más, un arma poderosa se ofrece como bomba silenciosa capaz de detener al ruido, devolviéndonos. Un poder invalorable, que no se compra, y que nos brinda en su ejercicio, las herramientas para retomar el control de nuestros días.

ESPERAR: del latín sperare: tener esperanza. 1. F. Acción y efecto de esperar. 2. F. Plazo o término señalado por el juez para ejecutar algo; como presentar documentos. 3. F. Calma, paciencia, facultad de saberse contener y de no proceder sin reflexión. Tener espera. Ser hombre de espera. (Diccionario de la RAE)

Cuando el río tempestuoso de los días intente llevarnos en un remolino sin sentido; cuando la locura diaria impida que nos conectemos con nuestros sentimientos; cuando las aglomeraciones se multipliquen, ya sean cosas, acciones o gente; quizás debamos convertirnos en hombres de espera¸ para pelearle cuerpo a cuerpo a esta vida tan maquiavélicamente diseñada.
Una espera que no es quietud abúlica, sino apertura y búsqueda. Una espera que no es relajamiento y abandono, sino tensión y alerta. Como el pescador, que a los ojos de todos nada hace, pero que en realidad observa y sabe que cada movimiento del agua puede traer una posibilidad. Así esperaremos activamente en nuestros días, abiertos a la novedad, al descubrimiento, a la oportunidad.
Porque no se puede estudiar el mapa subido al auto y manejando a ciento setenta; porque como dijo Einstein, nada va a cambiar si siempre hacemos lo mismo; porque difícil es que podamos mejorar el mundo, si somos aquello en lo que el mundo se apoya; tal vez debamos salir del río revuelto un rato, corrernos de la ruta, y dispuestos y expectantes, simplemente esperar.
Así, la vorágine impuesta y la espera elegida, podrán librar un duelo a vida, en el que seguramente seremos nosotros los favorecidos.
Porque quizás, sólo quizás, un mundo nuevo sea posible, si buscando con ojos abiertos y calmos, aprendemos a esperar.