Colaboración

El libre albedrío del destino

19/04/2012
P
or Jorge Navone – Escritor
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DESTINO: 1. M. Hado (fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos). 2. M. Encadenamiento de los sucesos considerado como necesario y fatal. 3. M. Circunstancia de serle favorable o adversa esta supuesta manera de ocurrir los sucesos a alguien o a algo. 4. M. Consignación, señalamiento o aplicación de una cosa o de un lugar para determinado fin.

Estaba escrito. Cada vez que pasa algo que no llegamos a entender, trágico o beneficioso pero siempre en el extremo de la escala, apelamos a esta palabra que intenta explicarlo todo. Era su destino y como sabemos, esto es algo inmodificable. En su origen, DE–STINARE, significaba “hacer puntería”, y “destino” era precisamente el blanco. ¿Es el destino el blanco hacia el que somos arrojados inexorablemente? ¿Quién nos arroja? ¿Dónde queda la libertad, esencia imprescriptible de la vida humana, pregonada incluso por las religiones que a la vez nos hablan de lo riguroso de nuestro destino? ¿Por qué lo sostenemos tanto?
La fuerza de esta palabra bien podría explicarse ya no en la etimología, sino en la historia. Tanto el destino como la fe, fueron muchas veces manipulados por las culturas dominantes que justificaban en la imposición de esa “creencia”, la miseria desperdigada a su entorno, generalmente en su beneficio. Si todo estaba escrito nada podía hacerse, y entonces, solo quedaba aceptar. Tanto los días miserables de unos, como los faraónicos, nobles o monárquicos de otros, eran obra de ese destino que hacía imposible cualquier cambio, cruce o equilibrio: ambos merecían estar donde estaban. Perversión doble mano.
Pero además, esas clases dominantes con destinos de destello, son siempre las que controlan el camino de los muchos opacados, inoculando la creencia y reforzando el sometimiento, generando así un macabro círculo sin fin: por un lado enseñan que el destino es inalterable; por el otro, coartan toda posibilidad de que este cambie, estimulando esa creencia.
Aún hoy, millones de personas son sometidas a vidas miserables (sosteniendo con su miseria la exacerbada comodidad de otros tantos), por aceptación de esa creencia que les hace pensar que eso que les toca, es su destino: nunca, nada, podrá ser distinto. Y no hay que irse a la India para verlo. Basta con recorrer los yerbatales, o los barrios marginados, para sentir cuánta difícil aceptación hay en los días de sus habitantes.
Hay también, un costado íntimo y personal, en el origen de la aceptación de esta aparentemente inocente acepción o idea. Desde la cuna, una estrecha relación nos unió a ella en frases destiladas día a día: “sos un genio” o “nunca vas a llegar a nada”, y a partir de ahí a arreglarse. Un destino se había marcado a fuego, decretado por la voz más cercana y poderosa que pudiera oírse.
¿Cuáles son los destinos que sostenemos para nosotros? ¿Qué lápiz dibujó el mapa de nuestros días, por el que todavía caminamos? En cada uno, el veredicto impuesto refuerza la idea del destino irrefutable, marcando muchos días e impidiéndonos ver más allá.
Pero, ¿será posible torcer el destino de “destino”? ¿O estará también ella, como palabra, condenada a sus días de condenarnos? ¿Cómo pensar el destino de otra forma?
Para intentarlo, quizás debamos retomar el origen de la palabra: el destino era el blanco. Y para la flecha o lo arrojado, era el mejor lugar donde terminar su recorrido. Podía ir para cualquier lado, pero solo acertaría en uno sola de las direcciones.
¿Qué pasa si lo pensamos así? ¿Qué pasa si le quitamos lo inmodificable, y vemos nuestro destino como la mejor oportunidad para nosotros? ¿Qué pasa si no es sometimiento, sino oportunidad?
El destino podría ser entonces, el mejor lugar donde terminar nuestros días; la versión mejor realizada de nosotros mismos; la mayor oportunidad ofrecida en nosotros.
Hay un mejor de mí esperándome, entre las miles de posibilidades de transcurrir mis días. Hay uno de todos los caminos, en el que más voy a poder realizarme, y esto no tiene que ver con el oficio, ni el trabajo, ni siquiera con la pasión. Hay un mejor yo, sea lo que fuere que uno vaya eligiendo, y ahí está la libertad.
Con un destino como mejor blanco, como la mejor posibilidad de nosotros mismos por delante, ahora sí, podremos usar toda esa libertad para dirigirnos hacia él. El destino no será más aquel que nos someta, sino el que nos estimule a encontrarnos. No será veredicto, sino oportunidad. No será nada podés hacer, sino todo está por hacerse.
Creer en que todos tenemos un destino mejor esperándonos, ya no creará castas inamovibles, sino la misma oportunidad: a todos nos espera el mejor de nosotros, como gran destino.
Porque quizás, solo quizás, si ejercemos en serio ese libre albedrío para encontrar el mejor de nosotros, podamos construir un mejor de todos, que seguramente espera en nuestro destino en común.