Colaboración

Hoy

03/05/2012
P
or Jorge Navone
www.jorgenavone.com.ar

1. Adv. T. En este día, en el día presente. 2. Adv. T. Actualmente, en el tiempo presente. // locs. Advs. Desde este día. // loc. Adv. Por ahora.

Uno puede arruinarse el día.
Y aún estando lejos de ser místico, levantarse sin otorgarle una parte de milagro al hecho de abrir los ojos. Y así, con los ojos vacíos, dar los primeros pasos fuera de su cama como si no hubiera otra posibilidad en el universo. Lavarse los dientes, mirarse al espejo con la costumbre de la pretendida pertenencia, como si eso que vemos fuera nuestro, y lo fuera para siempre.
Si tiene, casi siempre hay alguien, cruzarse con quienes nos rodean en un buen día a media lengua, ni susurrado, hablándoles como a un mueble con derechos, un objeto con vida.
Puede así ir a hacer lo que tenga que hacer, intentando no hacerlo, creyendo que con eso se cobra lo que no le pagan. Hacer como de costumbre, por desprecio, porque me merecía algo mejor, porque total nada sirve. Despilfarrar generosamente la mezquindad de su miseria, doblemente miserable por miope y elegida, por cobarde. Puede atravesar las horas como si fueran un obstáculo a vencer, sin percibir siquiera que las horas son las que nos vencen, sin sentir que siempre pasan.
Llegar a la noche, y en una triste ceremonia repetida, hablar sin involucrarse, mirar sin acariciar, comer frente al que grita desde ese aparato perverso que nos convence de ser una vida de repuesto, casi propia, segura y cómoda, cada vez con más color.
Puede al fin irse a dormir, y luego de (quizás) intentar ese bosquejo tímido de amor, de caricia autómata, cerrar los ojos con la estúpida certeza de que, una vez más, serán abiertos al día siguiente. Porque así es.
Uno puede arruinarse las semanas.
Repetirlas cíclicamente, pobres, pasajeras, ausentes. Tibias de una tibieza que es tan poco que, hasta dicen, es vómito de la boca del dios que nos creó. No intentar nada que altere su forma ni su transcurso, resignándose por historia, por miedo, por herencia, a rescatar solo dos días de siete, algunas horas de 24, algún sabor.
Puede transitarlas en fila, una tras otra, y repetir la frase “ya estamos en mayo” hasta que se haga carne, hasta que duela, negando siempre que la rapidez no tiene que ver con el tiempo, sino con lo alejados que estamos de sus horas. Se pasa rápido por distraídos, no porque ellas corran.
Andar los días convenciéndose de que todo no se puede, para así no intentar nada. Insistir con que el laburo es el laburo, evitando pensar en otra cosa, o más actual, aceptando cualquier bajeza en su nombre. Reafirmar que nadie va a cambiar el mundo, y entonces, total, para qué pensar.
Uno puede arruinarse la vida.
Y hacer lo que se espera, año tras años. Soñar lo que es posible, trabajar lo necesario y divertirse lo justo. Puede arriesgar lo que no arriesgue, y contratar todos los seguros que aseguren lo imposible, que es por lo que nos cobran.
Uno puede pasar por la vida sin mandar a la mierda a ese jefe perverso que oprime por oprimido; sin hacer callar a los hijos de vez en cuando, por más hijos que sean; sin dedicarse un minuto a eso que tanto le gusta, sea lo que fuere. Puede poner todas sus fuerzas en no hacer lo que sueña, siempre, en postergarse, en durar, sumar años, pasar.
Puede andar la vida como si estuviera seguro de una eternidad que nos esquiva a cada hora, y así tirarla, dejarla pasar, irse sin más. Llegar a viejo cobrando algo, mirando como los chicos crecen y se alejan, despidiendo a la pasión que se aletarga, siguiendo, despacio, sin pretensión, hasta ya no seguir más.
Pero también, uno puede animarse.
A romper el molde, correr el tablero aún sin patearlo, y dejar su marca. Sin ser el de la tele, sin ser un superhombre, sin tener un destino de estrella ni estrellarse, vivir una vida de sueños, persiguiendo los propios, estimulando los ajenos. Sueños que no se compren, sino que se conquisten. Sueños que nos acerquen a nosotros mismos, y no a nuevas posesiones.
Uno puede vivir la vida con la plenitud y la certeza de que es única, aún haya varias. Ésta es nuestra, ahora, y solo para nosotros. Cada día, para los nuestros en nosotros, para lo que podemos dar.
Puede salir a apropiarse de las horas de la única forma en que se hacen de uno: viviéndolas en serio. Haciendo de cada minuto una fiesta de estar vivo, aún nos acorralen los problemas y nada sea perfecto. Porque nunca nada será perfecto, pero todo siempre podrá ser.
Puede empezar a vivir como si fuera el último día, que es quizás la posibilidad más cierta. Y despertarse reconociendo el milagro, aún sin tener fe ni profesar religión alguna. Puede abrir los ojos sintiéndose premiado al hacerlo, y con esa mirada de recompensa mirar a los que andan por ahí, poblando nuestros días, repartiendo la hermosa sensación de tenerse.
Puede no ser mezquino en el primer abrazo del día, en el primer beso, y darlo como quien recibe por primera vez al amor de su vida, como el día que vio por primera vez a su hijo, como la tarde en que despidió a su viejo.
Puede vivir, ahora, que es el único momento que tenemos para hacer todo eso que soñamos y no espera; para vivir como verdaderamente deseamos, para dar, dar y dar, renaciendo en la sonrisa de los que amamos.
Uno puede atravesarlo todo y siempre, animándose a más.
Puede hacerlo.
Hoy.