Historias mínimas

Heridas de ausencia

16/04/2014
P
or Norman Munch

Sintió gemir la guitarra, escuchó la voz gastada y volvió a buscarla en esos recuerdos que siguen inmutables en los intrincados recovecos de su memoria.
Se arrimó a su cuerpo y recorrió sus contornos. Con el dorso de la mano acarició sus muslos tersos y apoyó suavemente la cabeza en su pecho tibio, anhelando paz entre tanto caos.
Buscó cobijo en sus brazos, se durmió en su regazo y soñó de nuevo como hizo tantas otras veces.
Recibió el húmedo contacto de sus labios entreabiertos, los rostros apenas rozándose, bebió su aliento cálido, adivinó su corazón agitado y se rindió ante la certeza de su desnudez.
Percibió sus palabras derramándose en forma de melancólicos susurros que le contaban historias de castillos, de dragones y de reyes malvados. Eterna prisionera hasta que él llega a rescatarla.
Se sentó a su lado a contemplarlo todo, caminó junto a ella por caminos infinitos y fueron hasta donde el espacio y el tiempo se funden en la incomprensión.
Pero cuando se apagó la triste y vieja canción de amor las manos le quedaron en el aire, dibujando en el vacío. Cerró los ojos y sintió sus propias lágrimas abrirse paso como fuego por sus mejillas, dejando tras de sí heridas de ausencia.

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