Historias mínimas

Los hilos del tiempo

24/04/2014
P
or Luciano Cabezas

Bajo un sauce en el patio de la casa de mi infancia, otra despedida. La luz del sol penetra tenue por entre las hojas, e imprime en el suelo la sombra débil de dos cuerpos tan distintos. Un cálido abrazo y unas palmadas en la espalda cansada determinan otro adiós. Por sobre tu hombro, mi vista atrapa pájaros en el horizonte allá lejos, por donde se caen los años. Me recuerda cuando apenas cabía entre tus brazos y desde ahí veía el mundo, tan simple por aquellos días.
La despedida, ese infinito momento donde hacemos fuerza para quedarnos, incluso para ir hacia el antes y labrar aún mejor los recuerdos. Queremos quedarnos ahí para siempre. No podemos, nuestros latidos marcan el pulso del tiempo, no tiene fisuras. Nos rendimos frente a lo inevitable; el abrazo se acaba y hay que seguir. Nos despedimos con la promesa implícita de no fijarnos en los vestigios de la acción de los años, sino de aceptar que en realidad los años no pasarán hasta volver a vernos. Detenemos el reloj, ese, el que mide el tiempo que pasamos juntos, si en definitiva es sólo lo que nos importa. El resto, ¿qué es el resto?, son momentos que se transforman en distancias que nos separan, y que tanto odiamos.
Mientras tanto, mientras entiendo esto, empiezo a soltarte y tu figura se opaca, se arruga y se desvanece, cae en el vacío de mi memoria y se vuelve oscuridad. Te largo, te guardo en ese lugar, ese donde van mis tristezas. Pero también yo soy soltado, y me caigo en un lugar frío e impropio, sin color y sin forma, sin calor de madre. Nos miramos y sabemos que pasaremos mucho tiempo en esos lugares raros. Poco a poco olvido fingir una sonrisa y suelto mi cara, arrugo la frente y alguna lágrima desborda mi débil escudo contra la sensibilidad. Un nudo en la garganta que apenas me deja decir hasta pronto, me niega como siempre, hablar de perdones viejos. En tu mirada hay entendimiento y resignación, tus ojos se vuelven distancia, y la distancia se vuelve tiempo. Me voy pensando en que aunque lo callé, quisiera volver a caminar de la mano, como cuando me guiaste en mis primeros pasos. Pero ahora el vientre que me contiene es el mundo, ya caminé mucho, ya caminé bastante. Me alejo y pienso que sí quisiera que me despiertes por las mañanas, o que me preguntes si tengo frío. En tanto me alejo pienso que sí quisiera voltearme y volver a abrazarte, corriendo como un niño que ha sido olvidado, pero el orgullo ya me tomó de la mano, y me quitó la pureza y la virtud de entenderme niño.
Desde hace mucho tiempo es así, no pudimos cambiarlo nunca, cada despedida es así. Mientras que aún vencido sigo buscando los hilos del tiempo para detener los momentos, me pregunto cuántos abrazos más quedarán, hasta verte por última vez.

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