Repasando la Historia

La llegada de los ingleses al Canal Beagle

20/08/2014
P
or Lucas Potenze (*) – Para el diario del Fin del Mundo

Revisando los papeles públicos de nuestros primeros gobiernos, sorprende que el nombre de Tierra del Fuego no aparezca por ningún lado. Es cierto que la Primera Junta dio por sentado que estaba creando una nueva nación cuyos límites serían los del viejo virreinato, pero en ningún lugar están explicitados, y es comprensible que el último territorio del que se iban a ocupar era el de la Patagonia, y de ella, nuestra isla, que todavía para el hombre común no estaba muy claro si pertenecía a la realidad o a la leyenda.
Que sepamos, la primera manifestación pública en que se reclama soberanía sobre la isla está en la protesta que hace Rosas en 1847 ante el gobierno chileno por la fundación de Fuerte Bulnes en el Estrecho de Magallanes, en que afirma que la jurisdicción de la Confederación Argentina llega hasta el Cabo de Hornos de modo que, aunque no nombra a la tierra, por lo menos queda incluida dentro de las fronteras reclamadas. La Constitución de 1853 no hace mención a los límites de la Nación, pero al año siguiente, la de la provincia de Buenos Aires hace un tácito reclamo al decir que su territorio “se extiende Norte–Sud desde el arroyo del Medio hasta la entrada de la cordillera en el mar”, lo que puede entenderse como una alusión a la isla de los Estados.
Mientras tanto, quienes sí se habían ocupado con mucho cuidado de los mares que rodean a nuestra isla eran los británicos: Sabemos que, terminadas las guerras napoleónicas, Inglaterra inicia su siglo de splendid isolation, desentendiéndose de los problemas del continente y dedicándose a construir un formidable imperio que en la primera mitad del siglo XIX incluiría el Canadá, Australia, Nueva Zelandia, y otros cientos de islas en todos los mares del mundo, además de nuestras Malvinas a partir de 1834. Para mantener ese inmenso imperio era imprescindible tener una buena flota y, por supuesto, disponer de una cartografía adecuada, por lo que no es de extrañar que invirtiera ingentes esfuerzos y gastos en armar un excelente cuerpo de oficiales, armar las naves más modernas y dibujar las costas de todos aquellos lugares por donde pasaban sus rutas de navegación. Y en esto, Tierra del Fuego, ubicada entre el estrecho de Magallanes y el Pasaje de Drake, era una pieza estratégica en el derrotero hacia Australia y Nueva Zelandia, sin olvidar el comercio con los puertos del Pacífico Sur.
En ese marco fue que el Almirantazgo inglés organizó la expedición integrada por el bergantín HMS Beagle y el transporte HMS Adventure, que partió de Plymouth a principios de 1826 al mando de los capitanes Pringle Stokes y Philip Parker King y se dedicaron a un concienzudo relevamiento de las costas de la Patagonia y el Estrecho de Magallanes durante más de tres años. El trabajo fue excelente y todavía hoy nos admira la precisión de los mapas realizados, pero no resultó gratuito: las dificultades del trabajo, sumados al clima tenebroso del invierno de los canales fueguinos doblegaron al capitán Pringle Stokes quien terminó suicidándose en su propio camarote. Parker King resolvió entonces retroceder hasta Río de Janeiro, donde tomó el mando del HMS Beagle el capitán Robert Fitz Roy, un oficial que a pesar de tener sólo 25 años ya poseía suficiente experiencia y capacidad de mando como para llevar adelante la tarea encomendada.
Vueltos al Estrecho de Magallanes, Fitz Roy tomará contacto con los aborígenes canoeros, quienes lo dejaron impresionado, según su diario, por su grado de salvajismo, suciedad y costumbres elementales, pero a la vez que no podía superar su repugnancia, despertó en su espíritu esa vocación misionera y evangelizadora que fue tan común en la aristocracia de la Inglaterra imperial. Un indio fueguino podía ser visto al mismo tiempo como el ejemplar más primitivo de la especie humana y como un hijo de Dios, aislado en el rincón más lejano del mundo, por el que todo buen cristiano debía asumir el mandato biblíco de civilizarlo enseñándole las verdades del Evangelio.
Como ocurre frecuentemente, un hecho fortuito cambió el centro de gravedad de la expedición: En una caleta de la isla London, al sur del Paso Brecknock, un grupo de indígenas robó uno de los botes de la expedición, que era fundamental para hacer los estudios programados. Fitz Roy montó en cólera y se propuso no ahorrar medios para recuperarlo. La búsqueda resultó mucho más difícil de lo que este había pensado, pero una de las medidas que tomó el capitán sería fundamental en la posterior colonización de nuestra tierra: Fitz Roy tomó rehenes para presionar a los aborígenes para que devuelvan el bote o, en su defecto, para que los guiaran en su búsqueda. La cuestión es que tras varios días de idas y venidas, tomas de rehenes, liberaciones y nuevas tomas, el capitán se encontró sin el bote, que nunca se encontró, y con tres muchachos fueguinos, del grupo alakaluf, dos varones y una niña de unos 9 años a los que pusieron nombres ingleses: uno fue York Minster (Catedral de York), porque había sido tomado cerca de una roca que se asemejaba a dicho templo, otro Boat Memory (Recuerdo del bote) por la ballenera perdida y la niña Fuegia Basket, lo que se podría traducir como Canasta fueguina, recordando una embarcación que habían improvisado los marineros para reemplazar el bote robado. Más tarde, en la zona de Wulaia, sobre el Canal Murray, frente a Ushuaia, un joven yámana de unos 16 años trepó al barco, voluntariamente según las memorias de Fitz Roy, y se sumó al grupo de fueguinos. Durante mucho tiempo se dijo que el capitán le tiró uno de los botones dorados de su uniforme militar a sus familiares como una suerte de compensación, aunque autores que conocieron bien a los yámanas como Lucas Bridges niegan que cualquiera de ellos pudiera “vender” a un hijo por ningún precio. Sin embargo algún botón debe haber habido en la historia porque los marinos le cambiaron su nombre original de Omoylume por el de James Button, (Jacobo Botón).
O sea que el 11 de febrero de 1830, el capitán Fitz Roy se encontró navegando con la nave Beagle por el Canal Beagle con cuatro aborígenes fueguinos y sin saber bien qué hacer con ellos. El cumplimiento de sus instrucciones no le dejaban tiempo para volver a London a dejar a los alakalufes, y por otro lado la costumbre de llevar aborígenes a Europa, como especímenes raros o parte de colecciones humanas no era algo demasiado extraño en aquellos tiempos. Se suponía que su estudio era una buena acción en beneficio de la ciencia y por su propio bien. Rudyard Kipling lo enunció como responsabilidad del Hombre Blanco y como un deber moral suponiendo que por medio de la educación y evangelización, los aborígenes podían ser elevados hasta estadios superiores llevando la luz y el progreso a los pueblos doblegados, con lo cual, accesoriamente, legitimaban con argumentos altruistas el colonialismo europeo.
Así fue que Fitz Roy, un cristiano convencido, resolvió llevarlos a Inglaterra con la idea de darles una educación a la inglesa, iniciarlos en la religión cristiana y devolverlos luego a su lugar, donde servirían como agentes de civilización y catequización de sus hermanos.
La empresa la hacía totalmente a su cargo, tal como informa al almirantazgo el 12 de septiembre: “Los he mantenido enteramente a mi costa y me siento responsable de su comodidad mientras estén lejos de su hogar así como de que retornen a salvo a su país…” y agregaba más adelante que “Si el gobierno de Su Majestad no lo dispone de otro modo, procuraré una educación aceptable para eta gente y luego de dos o tres años los enviaré o los llevaré de regreso a su país con una provisión tan grande como pueda recolectar […] que, muy probablemente, mejorarán su condición y la de sus coterráneos, que ahora, escasamente superan el estadio de la bruta creación”.
Así fue que se inició una de las más extrañas experiencias que se puedan imaginar; coherente con el pensamiento de la época, seguramente bien intencionada y sin ningún interés egoísta de parte del marino inglés, pero que habría de terminar de forma trágica para la mayoría de sus actores. También sentó las bases para el inicio de las actividades misioneras en los canales fueguinos y la llegada de la civilización europea a nuestra isla, aunque nada de eso pasara por las mentes de los asombrados fueguinos cuando el 7 de junio el Beagle cruzó el Estrecho de Le Maire y por primera vez sus ojos contemplaron la inmensidad del Atlántico.

(*) Historiador. Profesor de Historia.