Repasando la Historia

Tres fueguinos en la Corte de Saint James

03/09/2014
P
or Lucas Potenze (*) (colaboración especial para el diario del Fin del Mundo)

Tal vez no sea una afirmación muy rigurosa, pero en todos los relatos sobre la Tierra del Fuego está la idea de que la historia de la isla, entre octubre de 1830 y la navidad de 1831, se diseñó en Inglaterra, y su personaje emblemático fue el capitán FitzRoy.
Recordemos que a bordo del Beagle, tras su primer viaje de investigación al extremo sur de América, viajaban cuatro jóvenes fueguinos, llevados por el capitán con la idea de proveerles en Inglaterra de una educación cristiana junto a pautas y hábitos de la civilización europea, para devolverlos luego a sus islas con la idea de que se-rían capaces de transmitir a sus compatriotas los principios religiosos y culturales adquiridos. Señalamos anteriormente que se trataba de dos jóvenes alacalufes, una niña de ese grupo, y un adolescente yámana. Aquellos habían recibido de los ingle-ses los nombres de York Minster, quien tenía unos 26 años, Boat Memory, de apro-ximadamente 20, la niña, de 9 o 10 años, fue llamada Fuegi Básket y el adolescente yámana, de unos 16, Jemmy Button.
El Beagle hizo una larga escala en Río de Janeiro donde los aborígenes tuvieron su primera experiencia sobre lo que era una ciudad y fueron vacunados contra la vi-ruela y por fin, tras cuatro meses de travesía, el 13 de octubre de 1830 el bergantín atracó en Plymouth, que había sido su punto de partida.
Durante el viaje, FitzRoy había escrito al Almirantazgo informando sobre el poco habitual pasaje que llevaba hacia Inglaterra y sus intenciones, precisando que se trataba de una empresa personal y que tanto la estadía en la metrópoli como los gastos del viaje de regreso correrían por su cuenta. La respuesta, recibida en Río de Janeiro, había sido muy favorable, comprometiéndose a hacerse cargo del viaje de regreso en alguno de los buques de Su Majestad.
En Londres, y a pesar de haber recibido la vacuna en Brasil, Boat Memory enfermó de viruela y a pesar de los cuidados recibidos en el Real Hospital Naval de Plymouth, murió el 9 de noviembre.
Preocupado por la educación de sus pupilos, FitzRoy consultó con la Sociedad Mi-sionera de la iglesia, la que no consideró que le correspondiera dicha tarea y los de-rivó a la Sociedad Nacional para la Promoción de la Educación de los pobres en la iglesia establecida. Sin embargo, el marino prefirió llevarlos a la Escuela de Wal-thamstow, un suburbio en el Noroeste de Londres, donde su director William Wilson, aplicaba las ideas del educador Samuel Wilderspin, un verdadero precursor de la educación infantil, que consideraba fundamental la etapa que va de los dos a los siete años y proponía una forma de enseñanza por medio del canto y dando pal-mas, aprendiendo por medio de rimas ocurrentes y dibujos. Se dice que, cuando a los siete años pasaban a los colegios anglicanos, ya poseían un nivel excelente en moral y religión y una comprensión del aseo personal así como una base de lectura y aritmética; además, contra lo que era habitual en los colegios ingleses, nunca se los golpeaba ni se los castigaba físicamente. Al considerar que el desarrollo de los fue-guinos era similar a los de un niño inglés de parvulario, se los juntó con chicos de esa edad y según parece Jemmy y Fuegia hicieron importantes avances durante el año que permanecieron allí.
En el ínterin, el Almirantazgo volvió a llamar a FitzRoy para comunicarle que se había dispuesto un nuevo viaje hacia Sudamérica para completar los estudios carto-gráficos incompletos, en el cual tendría la oportunidad de llevar a un naturalista co-mo acompañante para que realizase estudios sobre la naturaleza de los lugares a re-conocer. Como es bien sabido, el elegido fue el joven estudiante Charles Darwin, entonces de 22 años.
Sin embargo, poco antes de su partida, el viaje fue suspendido por la necesidad de restringir gastos, lo que dejó a FitzRoy en una posición complicada: los fueguinos estaban a su cargo y le habían costado ya una buena parte de su patrimonio, y la sus-pensión del viaje implicaba el riesgo de que quedaran varados en Inglaterra. La muerte de Boat Memory había significado un golpe durísimo para sus intenciones y no había ninguna seguridad de que sus compañeros no cayeran víctimas de alguna otra enfermedad contra la cual no tuvieran las defensas adecuadas. Por lo tanto deci-dió que la experiencia debía terminar; pidió un año de licencia a la marina real y comenzó a buscar algún buque que viajara hacia el Cabo de Hornos en el cual pudie-ra tomar pasaje para los fueguinos, lo cual tampoco significaba un costo menor.
Pero, en el interín, un hecho inesperado vino a cambiar las perspectivas: los reyes Guillermo IV y Adelaida, enterados de la presencia de los “indios de FitzRoy”, los invitaron al palacio real para conocerlos, apoyando tácitamente la empresa del capi-tán. Se cuenta que la visita resultó un éxito; que los muchachos fueron vestidos de punta en blanco y en un inglés sino bueno por lo menos comprensible respondieron a las preguntas de los reyes y cumplieron con todas las normas de cortesía que se les habían enseñado previamente. Parece que la reina quedó encantada con la simpatía de Fuegia, a quien, al despedirse, le regaló un sombrero, un anillo que valía varios cientos de libras, un costurero y un monedero con dinero para que comprara lo que quisiera llevar de vuelta a su tierra. El rey, en cambio, que había pertenecido a la marina real, al enterarse por FitzRoy de que se había suspendido el nuevo viaje , se cuenta que montó en cólera y se comprometió a usar toda su influencia para que se volviera atrás con dicha decisión.
Haya sido así o no, lo cierto es que el Almirantazgo cambió de idea y poco después volvió a llamar a FitzRoy para rogarle que suspendiera su licencia y se hiciera cargo de un nuevo viaje, en las mismas condiciones del que había sido planificado, es de-cir con naturalista y jóvenes fueguinos incluidos, y que el barco que los transportaría nuevamente sería el Beagle, que había sido debidamente reacondiciondo para un viaje que finalmente duró casi cinco años.
Al mismo tiempo, la iglesia de Walthamstow le ofreció la compañía del joven cate-quista Richard Mattews, quien se ofreció para acompañar al contingente y quedarse en los canales con los fueguinos, con la idea de ayudarlos en lo que daba por sentado que iba a ser la tarea de predicar las verdades del Evangelio entre sus compatriotas. De esta manera, lo que en principio iba a ser solamente llevar a los canoeros de vuelta a su origen, se podía convertir en la creación de una verdadera colonia cris-tiana en el confín de la tierra, tal como según San Mateo había predicado Jesús cuando encargó a sus discípulos que fueran por todo el mundo y predicaran el evan-gelio a toda criatura.
Esta frase, según el evangelista, continuaba diciendo: “El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea será condenado”, y en aquella Inglaterra puritana en que aún personas muy instruidas tomaban el evangelio al pie de la letra, la tarea de predicar era digna de la mayor atención y conmovía la sensibilidad y movía los bol-sillos de muchas almas caritativas.
Así fue que aquella navidad, ni bien soplaron vientos favorables, el Beagle partió nuevamente del puerto de Plymouth. Sus bodegas iban cargadas de cajas, unas con el material que Darwin necesitaría para sus investigaciones y otras con decenas de artículos ideales para formar un ajuar o para equipar casas de campo en la campaña inglesa, pero totalmente inútiles en los canales fueguinos, tales como juegos de sá-banas bordadas, juegos completos de té de loza pintada y de cubiertos de metal pla-teado, sombreros, zapatos, manteles de hilo y otras exquisiteces que los parroquia-nos de Walthamstow habían donado para la nueva colonia.
Para algunos investigadores, la historia de los “indios de FitzRoy” es solo un hecho anecdótico que no merece mayor atención en la historia fueguina; sin embargo, la experiencia misionera que se inició con estos tres muchachos, aunque rápidamente fracasada como veremos en próximos capítulos, fue el inicio y el símbolo de una epopeya que sentó las bases del encuentro de la cultura fueguina con la cultura occi-dental. Esta epopeya está plagada de actos heroicos y de errores funestos, pero re-sultó fundacional para la identidad fueguina. No es nuestra intención hacer un juicio moral sobre ella, sino comprenderla, ubicándola en su contexto temporal e ideológi-co para incluirla entre las muchas paradojas sublimes de nuestra historia.

(*) Historiador. Profesor de Historia.