Punto de Vista

Darse cuenta

13/10/2014
P
or Gabriel Ramonet (periodista de el diario del Fin del Mundo)

Las paredes con puntas de laja sacaban chispas. Había, tal vez, demasiado espacio vacío. Y ante la falta de gente para llenar esos huecos, cada intersticio se había completado con pesadas nubes de tensión.
Cuando se abrió la inmensa puerta de entrada, flotaban los fantasmas en todas direcciones. Gente herida surcaba los pasillos del hotel nuevo y lujoso, ayuno todavía de grandes acontecimientos.
El rostro de uno de ellos avanzaba con los ojos inyectados. Había más dolor que furia en su mirada. Había huellas de un pasado que no se esfuma, que no desaparece, que vuelve una y otra vez.
Senderos desorganizados se dibujaban imaginariamente detrás de otros que también caminaban sin rumbo fijo. Buscaban a los responsables de la ofensa, de la última, pero también de la primera, de la más grave, como si pudieran hallarlos a todos de una sola vez. Como si pudiese cambiarse lo que pasó.
No había calma en aquella tarde del Arakur. Nadie parecía contento por estar ahí. Sin embargo, no había un ex combatiente, ni un empleado, ni un periodista, ni un policía, ni un funcionario que no estuviese de acuerdo con el motivo de aquella negociación sin reglas ni protocolos.
“Antes de las ocho”, dijo uno de los que llevaba la voz cantante. Su interlocutor, que era argentino, tenía miedo igual. Se lo veía desbordado. Con gesto de que el dinero que me pagaron no vale este disgusto. A su lado, otros confraternizaban en la desdicha. Argumentaban con sentido común, planteaban imposibilidades y perjuicios.
Los funcionaron mediaban sin exacerbar los ánimos. Pero sin condiciones, y sin ceder. Se notaba que tenían respaldo. No hablaban sólo por ellos. Hablaban por todos. Y todos ya habíamos decidido. Se tenían que ir. Sin más trámites, sin más dilaciones.
Hubiera sido en paz si la caravana provocadora de Top Gear, haciendo caso de la recomendación policial, hubiese esperado que una comitiva zanjara el cruce por Tolhuin. En lugar de ello se adelantaron. Y el error se combinó con una reacción que no debió ser nunca, que de no haberlo sido, nos hubiera hecho mejores personas.
Salvo por aquellas piedras, oficialistas y opositores, gobierno y municipios, periodistas y ex combatientes, fueguinos y recién llegados, todos hubiéramos suscripto el repudio a la ofensa de las patentes británicas.
El incidente Top Gear resumió como en el más perfecto trabajo académico, que las Malvinas constituyen un rasgo de identidad cultural de los fueguinos, y que al menos ante este asunto, somos capaces de relegar nuestros intereses sectoriales o personales y subordinarlos a una causa mayor.
Es el mismo hotel de la montaña, pero unos pocos días después. Ya no hay huellas de los foráneos. Apenas un mal recuerdo.
De las paredes resaltan ahora las cubiertas de madera reluciente, igual que los amplios ventanales que invitan a mirar el canal y la ciudad completa desde otro punto de vista.
En el aire se huelen acordes de optimismo, suaves melodías de adrenalina por lo que vendrá. Ensayos de instrumentos que ya suenan, aún sin estar.
Hay algo en común con la tarde de Clarkson y sus amigos. Otra vez estamos todos de acuerdo. El intendente que lleva siete años respaldando el Festival de Música Clásica, se hace el tiempo para agradecerle al intendente que tuvo la visión de gestar la idea y sostenerla los primeros tres años. La gobernadora que se sumó al acuerdo para hacer posible el evento desde que juró en el cargo, le agradece al intendente por habérselo permitido. Las secretarías de cultura, del gobierno y la Municipalidad, refuerzan con inteligencia los argumentos que hacen inaudito pensar una ciudad sin el festival.
En la conferencia de prensa que sirve de lanzamiento para la décima edición consecutiva del festival de música de Ushuaia, se habla ya del año próximo, de planificar lo que viene, de pensar a futuro, de incluir a los jóvenes talentos fueguinos.
Se usan también, palabras raras para el diccionario público fueguino, como “emblema”, o expresiones tan prometedoras como “rasgo cultural”. ¿Cuántos temas son emblemáticos para todos nosotros? ¿Cuántos nos reúnen en una misma idea, detrás de un mismo objetivo, sin la tentación de los intereses personales o del autoboicot?
De repente, el director artístico del festival, el hombre que lo gestó y que aparece en los carteles dirigiendo las orquestas, cuenta que la idea se le ocurrió en 1982, durante la guerra con Gran Bretaña. Y que fue la impotencia de la distancia la que llevó a hacerlo soñar un festival de música clásica en la capital de las islas Malvinas, como un hecho cultural, claro, pero también como una reivindicación soberana.
El círculo, entonces, cierra completo. El mismo sitio donde días antes reafirmamos a la causa Malvinas como signo inequívoco y arraigado de nuestra incipiente cultura popular, es el escenario para que reivindiquemos otra pequeña porción de política de Estado, esta vez para la realización de un festival de música que también es parte de nuestro modestísimo acervo social y que, ahora sabemos, estuvo inspirado también en la reivindicación de la soberanía argentina sobre el archipiélago.
La noticia, sin embargo, no son las Malvinas ni el Festival de Música Clásica. La noticia es la demostración de lo que somos capaces de hacer los fueguinos cuando nos ponemos de acuerdo en algo.
El problema no es lo que somos, sino lo que podríamos llegar a ser, el día que nos demos cuenta.

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