Repasando la Historia

La Misión se instala en Ushuaia

23/10/2014
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or Lucas Potenze (*) (especial para el diario del Fin del Mundo)

La matanza de Wullaia, como no podía ser de otra manera, produjo una inmensa conmoción no sólo en Malvinas sino también en Inglaterra y desencadenó una serie de críticas contra el proceder de los misioneros, que más que como mártires fueron vistos por la mayoría de la opinión pública como un grupo que trabajaba con un alto grado de irresponsabilidad. Además, durante los años que van desde 1854, en que se instalaron en el islote Keppel, hasta 1860, en que se tuvo noticia de la matanza, el grupo dirigido por el Rev. George Despard se había comportado como un núcleo independiente de las autoridades británicas en las islas, mientras trabajaba en un lugar (los canales fueguinos) que seguramente pertenecerían a otras dos naciones (Chile y Argentina) las cuales casi no tenían noticias de lo que estaba ocurriendo en su extremo sur.
Tras la matanza, no sólo se efectuó el interrogatorio a Jemmy Button, del que hablamos en un artículo reciente, sino también un proceso contra George Despard, superintendente de la misión, quien fue acusado no tanto por los errores que podría haber cometido al enviar a sus hombres a desembarcar en Wullaia sin la debida protección, sino por el delito de abandono de una nave de bandera británica, ya que el “Allen Gardiner” había quedado varios meses varado y sin tripulación, sufriendo el despojo de todo cuanto podía ser robado, velamen, palos, herrajes, etc., por parte de los indígenas. Despard encaró el juicio con su proverbial arrogancia, saliendo una vez más a la superficie la mutua antipatía que se profesaban con el gobernador Moore. Finalmente el reverendo, desprestigiado y carente de todo consenso, presentó su renuncia a la dirección de la misión en Sudamérica y se trasladó a Australia.
En su reemplazo, la misión designó a Waite Stirling, un religioso que unía a su profunda vocación misionera una voluntad de hierro y un alto grado de humildad, a lo que sumaba una apreciable dosis de valor personal y confianza en que, si era Dios quien guiaba sus pasos, nada malo le podría ocurrir. Junto con Tomas Bridges, el hijo adoptivo de Despard que había quedado en Keppel después de la partida de su padre, serían los verdaderos responsables del éxito de la instalación final de la misión en tierra fueguina.
Stirling llegó a Keppel en enero de 1863, pero en el ínterin había ocurrido un proceso de aquellos que no suelen figurar en los libros de historia pero que actúan en lo profundo y terminan siendo las claves del futuro: cuando el capitán Smiley había viajado a Wullaia a recuperar el Allen Gardiner, uno de los fueguinos que había estado en Keppel anteriormente, Okokko, le rogó que lo llevara de vuelta a la misión junto a su esposa Camillena. Es un caso tal vez único de un indígena que supo apreciar las enseñanzas de los misioneros y hasta es posible que hubiera incorporado algunos valores religiosos. Luego, horrorizado por la matanza, quiso volver a la misión a vivir según las costumbres occidentales. Fue él quien le enseñó a Tomas Bridges el idioma de los yámanas y quien en cierto sentido cumpliría la función que con todas sus contradicciones había cumplido Jemmy Button en los años anteriores. Bridges se hizo un verdadero experto en el idioma de los canoeros, al punto de que más tarde escribiría el primer (y único) diccionario yámana–inglés, con más de 35.000 vocablos, más una gramática de esa lengua, además de traducir a ese idioma diversos libros del Nuevo Testamento.
Con este bagaje, Stirling y Bridges realizaron en 1863, cuatro años después de la masacre, un nuevo viaje al Canal Murray. Los aborígenes los recibieron recelosos, como si hubieran estado esperando una expedición punitiva (los ingleses habían demostrado pocos años antes en la India la ferocidad con que sabían responder a las rebeliones indígenas), pero luego fueron recobrando su confianza ante la actitud amistosa de los hombres blancos y especialmente por sentirse convocados en su propia lengua por el joven Bridges quien les hablaba de la importancia del perdón y de la misericordia infinita de Dios. Según los diarios de la misión, tanto cambió la actitud de los aborígenes que costó seleccionar a quienes viajarían a Keppel, ante los numerosos voluntarios que se ofrecieron. Digamos, entre paréntesis, que las autoridades de Malvinas habían prohibido a la misión continuar con los viajes de los aborígenes, prohibición que fue prolijamente ignorada por Stirling.
Al año siguiente, en otro de los viajes de la goleta a Wullaia, se encontraron con que una epidemia de gripe (algunos afirman que fue de sarampión) había acabado con la mitad de la población de canoeros. El contacto con los europeos, ya fueran loberos o misioneros, la utilización de ropa donada por familias europeas o americanas y portadoras de virus ante los cuales los indígenas carecían de defensas y el paulatino exterminio de su principal fuente de proteínas, el lobo marino cazado indiscriminadamente por expediciones especialmente norteamericanas, estaba diezmando a una población que se había mantenido estable desde hacía milenios. Entre los muertos estaba Jemmy Button, el adolescente que había sido llevado a Inglaterra por FitzRoy en 1831, que había tomado el té con los reyes de aquel Imperio y que luego había tenido tan importante y contradictoria función en las relaciones entre yámanas y misioneros.
Tal vez esta última epidemia hirió de muerte la voluntad de los aborígenes de seguir luchando por mantener su identidad. De alguna forma inconsciente se fue instalando la idea de que resistir era inútil y que para prolongar la existencia de su comunidad se hacía inevitable acordar con el hombre blanco. La cuestión es que por esta u otra razón, no se repitieron episodios como el de Wullaia y, en cambio, fueron cada vez más los indígenas que aceptaron la propuesta de los misioneros de recibir instrucción en la sede del islote Keppel.
Stirling viajó a Inglaterra con un grupo de cuatro fueguinos –uno de ellos Threeboys, hijo de Jemmy Button– y permaneció allí seis meses viajando por la isla, mostrando a los fueguinos las maravillas de la civilización industrial y a los británicos los éxitos que había tenido la misión en su trabajo de adoctrinamiento de los aborígenes. Por lo que sabemos, el viaje fue provechoso para ambas partes; elevó el prestigio de la Sociedad Misionera y fortaleció la evolución cultural de los indígenas, quienes pronunciaron charlas (en inglés) en varios templos cristianos y participaron del culto religioso con asiduidad. Durante el retorno a Malvinas, uno de ellos, de nombre Urupatusalum (Urupa), se sintió enfermo y antes de morir pidió ser bautizado. Recibió el agua bautismal “in articulo mortis”, y el nombre cristiano de Juan Allen Gardiner. Lo interesante del caso es que fue el primer yámana en ser bautizado, treinta y cinco años después de iniciada la experiencia de FitzRoy.
En otro de sus viajes a los canales, los misioneros llevaron a Okokko y Camillena para que se instalaran en Navarino, con casa estable, huerto y un hato de cabras y ovejas. El intento no fue exitoso pues otros aborígenes que veían con rencor todo lo que viniera de los misioneros, les incendiaron la casa y mataron a los animales, por lo cual la pareja pidió volver a Keppel.
A principios de 1868, Waite Stirling evaluó que era necesario, para el éxito de la misión, que algún misionero se instalara entre los yámanas y decidió hacerlo, llevando una casa prefabricada, herramientas y víveres para los primeros tiempos, y la decisión de permanecer en tierra, absolutamente solo, en medio de una población que en reiteradas ocasiones había demostrado su hostilidad, pero con la confianza en que las cosas habían cambiado, que los intercambios con los misioneros no podían haber sido inútiles y, en última instancia, que se cumpliría la voluntad de Dios. Así fue como, el 20 de enero de 1868, una vez levantada la casa y más o menos preparado el terreno, el Allen Gardiner retornó a Malvinas y el reverendo quedó solo en la bahía de Ushuaia, con la sola compañía de su perro Fly.
Durante los seis meses que permaneció en Ushuaia, demostró que la forma de evangelizar había cambiado radicalmente desde los tiempos de Despard. La consigna ahora era dejar a los aborígenes en total libertad de concurrir o no a los oficios religiosos, y sólo se les pedía respeto por los preceptos religiosos a aquellos que se acercaban a la iglesia. Varias veces Stirling fue amenazado de muerte pero en ningún momento ensayó otra respuesta que la indiferencia ante el peligro. Una vez, pocos días después del desembarco, medió en una feroz pelea entre dos aborígenes, poniendo en riesgo su propia vida pero logrando al fin aplacar su furia mediante una mezcla de firmeza y mansedumbre. Así se fue ganando el respeto y la confianza de los yámanas y pronto alrededor de la casa del religioso se empezó a levantar un caserío de “indios amigos” que aceptaban vivir cerca de alguien a quien aceptaban como mediador, juez, policía o consejero.
Una curiosa coincidencia es que en esa misma fecha, el comandante Luis Piedra Buena se convertía a su vez en el primer argentino en instalarse con su esposa, Julia Dufour, en una especie de factoría para la elaboración de aceite de lobo marino en la isla de los Estados. En esa ocasión llevó cabras a aquella tormentosa isla, para servir de alimento a posibles náufragos. Y aunque el emprendimiento duró poco –como todas las empresas de este noble personaje, mucho más ducho en las cuestiones marineras que en los negocios– debe ser reconocido como el primer establecimiento de una familia argentina en territorio fueguino.