Repasando la historia

Luis Piedra Buena y la defensa de la soberanía argentina

27/11/2014
P
or Lucas Potenze (*) (Especial para el diario del Fin del Mundo)

Es un defecto muy común, por lo menos entre los argentinos, considerar a la República Argentina como algo que existió siempre y que aquellos a quienes llamamos “forjadores de la patria” simplemente consolidaron o ayudaron a recuperar lo que naturalmente nos pertenecía. Este error no sólo es muy común entre los jóvenes argentinos sino que la escuela no hace mucho por cambiarlo y habría que analizar hasta qué punto están nuestros docentes preparados para hacerlo. Por ejemplo, es común decir que “Pedro de Mendoza llegó a la Argentina en 1536” cuando en ese año ni siquiera existía el nombre de Argentina. Lo correcto sería indicar que Pedro de Mendoza, designado adelantado por el rey de España para poblar estas tierras que sólo un grupo limitado de países de Europa reconocían como españolas, llegó en 1536 a lo que casi tres siglos después sería la Confederación Argentina.
Con la Patagonia nos sucede algo similar: consideramos que la Patagonia siempre fue argentina y que los chilenos tenían ambiciones sobre ella pero que, afortunadamente y gracias a hábiles negociaciones diplomáticas, logramos que en el Tratado de Límites de 1881 Chile reconociera nuestra soberanía sobre los territorios al este de la Cordillera y la mitad oriental de la Tierra del Fuego, para lo que tuvimos que “sacrificar” el Estrecho de Magallanes y los archipiélagos al sur del Canal Beagle.
A la vez, existe una tendencia impulsada desde inicios del siglo XX por historiadores nacionalistas, que postulan una identidad entre la Argentina y el Virreinato del Río de la Plata, por lo que proclaman que nuestro país fue sistemáticamente descuartizado con la pérdida del Alto Perú, Paraguay, la Banda Oriental, las Misiones Orientales y el Estrecho de Magallanes, además de la usurpación de las Islas Malvinas.
Pues bien, esta visión de la soberanía es francamente trivial y no responde a ningún rigor histórico: resulta agradable a los oídos chovinistas y penetra fácilmente en la mente de los niños, quienes aún no tienen los elementos para entender cómo son los complicados vericuetos de la política internacional. La realidad es más compleja y lo cierto es que los países son creaciones históricas que se forman a través del tiempo para lo cual los antecedentes coloniales (como pueden ser los límites del virreinato o las cédulas reales que se referían vagamente a la Patagonia) no son más que un elemento entre los muchos que se tienen en cuenta cuando se resuelven las cuestiones de límites, y que en última instancia éstos dependen mucho más de las relaciones de fuerzas entre los países que de las confusas decisiones que algún rey de España tomara sobre un territorio que le era totalmente desconocido.
Y cuando nos referimos a las relaciones de fuerzas no hablamos tanto de ejércitos desplegados en el territorio o escuadras navales vigilando las fronteras marítimas, sino de otras cuestiones entre las cuales tal vez la más importante sea el poblamiento de los territorios en disputa y la voluntad de sus habitantes de pertenecer a uno u otro estado. Más cuando los títulos jurídicos sobre esas tierras son, cuanto menos, confusos y contradictorios.
Pero vayamos a los hechos que explicaremos en forma muy escueta ya que serán estudiados en profundidad en un próximo artículo. Es sabido que el reino de Chile nace a partir de una capitulación del virrey del Perú con Pedro de Valdivia, que le otorga cien leguas de tierra al oriente del Océano Pacífico entre los paralelos 27 y 41, es decir que no sólo abarcaba el valle central de Chile sino que se extendía a las provincias, hoy argentinas, del llamado “Nuevo Cuyo” (Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja) y parte del Neuquén y Río Negro. Sin embargo, una parte importante de ese territorio había sido otorgado años antes por el rey al adelantado Pedro de Mendoza, e historiadores argentinos observan que donde hoy está fundada la ciudad de Santiago era parte del adelantazgo con capital en Buenos Aires. Posteriormente el rey Felipe II amplió la jurisdicción chilena hasta el Estrecho de Magallanes “no siendo en perjuicio de los límites de otra gobernación”, es decir, siempre que no interfiriera con la única otra gobernación que había en la zona que era la del Río de la Plata. En virtud de este otorgamiento el piloto Juan Ladrillero tomó posesión en nombre del gobierno de Chile del Estrecho de Magallanes en 1558. Más tarde, en 1570, en las capitulaciones realizadas con Ortiz de Zárate, tercer adelantado del Río de la Plata, se le otorgó toda la Patagonia hasta el paralelo 48º, es decir aproximadamente hasta el Río Santa Cruz. Nadie se preocupó de todos modos del poblamiento de aquellas soledades, salvo la malhadada expedición de Sarmiento de Gamboa en 1581, y, años después el rey Carlos III creó el Virreinato del Río de la Plata e independizó al Reino de Chile del Virreinato del Perú. Cuyo volvió a depender de Buenos Aires, y la Patagonia quedó dentro de un limbo jurídico que dejó el problema para más adelante. De todos modos, señalemos que el tema de las fronteras entre las distintas colonias preocupaba poco en la corte de Madrid, ya que de todos modos, dependieran de una u otra capital, eran parte del Imperio de los Borbones. En los mapas de la época, generalmente, la Patagonia figura como una jurisdicción independiente, que no pertenece ni a Chile ni al Río de la Plata, aunque los hay que la atribuyen a Chile y las hay las que la dibujan como parte de las gobernaciones de Buenos Aires y Cuyo.
Así las cosas, cuando las antiguas colonias se independizan de España, se acepta la tesis de que los límites de las nuevas repúblicas serán las que existían entre las distintas jurisdicciones españolas, lo que en nuestro caso servía para poco ya que los límites entre Argentina y Chile en la Patagonia no estaban definidos. Sin embargo, en 1843 ocurre un hecho fundamental para esta historia que es la fundación de Fuerte Bulnes, luego trasladado a Punta Arenas, con lo que Chile hacía un primer acto contundente de soberanía en la zona del Estrecho. En 1847 Rosas elevó una protesta formal por dicha fundación alegando que la jurisdicción de la Confederación Argentina llegaba hasta el Cabo de Hornos, pero no estaban las cosas como para recalentar las relaciones entre ambos países (la Confederación aún se encontraba sufriendo la agresión anglo–francesa en el Río de la Plata) por lo que la cuestión quedó postergada.
En 1856, estando ya Argentina constituida, el gobierno de Urquiza firmó con Chile un tratado de amistad, comercio y navegación en el que, sensatamente, repetía el concepto de que los límites entre ambos países serían los actuales y postergaba por doce años la discusión más detallada de cuáles eran realmente. Digamos que, pasados los doce años, Chile denunció el tratado y Argentina, gobernada por Mitre e involucrada aún en la endemoniada guerra con Paraguay, prefirió congelar la situación por el mayor tiempo posible a la espera de mejores tiempos para negociar.
Pero mientras tanto, a través de su ministro Rawson, Mitre había alentado la instalación de la colonia galesa del Chubut, que era un importante acto de soberanía sobre la zona y, alentado a Piedra Buena a que ocupe el islote Reach, sobre el río Santa Cruz, que es el que luego el marino bautizó con el nombre de “Pavón”, en honor a la batalla ganada por Mitre ante la Confederación.
Echemos entonces un vistazo a los territorios del Sur para la década de 1860: del lado chileno estaba la población de Punta Arenas que aún era más un presidio que la pujante metrópolis en la que se convirtió apenas veinte años después, cuando se generalizó la navegación a vapor por el Estrecho; la Araucanía, por su parte, estaba aún en poder de los mapuches y el gobierno de Santiago no ejercía soberanía efectiva sobre las tierras al Sur del Bío Bío, salvo en la Isla de Chiloé. Del lado argentino, al sur de Patagones, sólo estaba la colonia galesa que prosperaba con infinidad de problemas sobre el río Chubut, la presencia de Piedra Buena en la isla Pavón y la de los Estados, (otorgadas finalmente por el Congreso en 1868), y en la Tierra del Fuego los misioneros anglicanos quienes al fin de la década fundaron la colonia de Ushuaia. En las Malvinas se había consolidado la ocupación británica y ya se insinuaba una economía sustentable a partir de la explotación ovina. El otro actor de esta historia, era el conjunto de unos dos o tres mil aborígenes tehuelches que iban y venían desde el Estrecho hasta Carmen de Patagones, comerciando pacíficamente en los tres enclaves argentinos y la colonia chilena.
En estas circunstancias, Piedra Buena, a pesar de no tener ninguna formación en política internacional, asume sobre sí la responsabilidad de hacer actos que impliquen afirmación de la soberanía reclamada sobre la zona de la mejor manera que podía hacerlo un hombre solo y sin representación oficial (el único título que ostentaba era el de capitán sin sueldo de la casi inexistente marina nacional). Y comprende que lo primero que tiene que hacer es, simplemente, estar, recorrer con la goleta Nancy –luego rebautizada como “Espora”– la Patagonia y el Estrecho, realizar actividades económicas y en la medida de lo posible levantar construcciones como hizo en sus dos concesiones (Pavón e Isla de los Estados). Por otro lado, su obra de ayuda a los náufragos y buques en peligro mostraba a los capitanes extranjeros que sobre el Atlántico quien ejercía la tarea de ayuda a los navegantes era la República Argentina.
También realizó actos más simbólicos, como la famosa placa que dejó en el Cabo de Hornos anunciando a quien los que se atrevieran por esos mares que allí finalizaba la soberanía de la República Argentina y que ésta no era sólo simbólica porque en Puerto Cook, Isla de los Estados, se ofrecía ayuda a los navíos en apuros.
Por otro lado, comprendió la importancia de volcar a los aborígenes a la causa argentina e hizo muy buenas migas con el cacique Casimiro Biguá, quien ejercía cierto liderazgo sobre los habitantes del Estrecho, a quien llevó a Buenos Aires, se lo presentó al presidente Mitre quien le otorgó un grado militar y se comprometió a continuar con la política de regalos y provisiones que aseguraba su fidelidad. Además le regaló banderas argentinas para que sus seguidores levantaran en sus toldos y llevaran en sus desplazamientos. Esta política no era tan sencilla como parece porque el gobernador chileno de Punta Arenas, Oscar Viel, también buscaba la adhesión de Biguá, quien también había sido nombrado oficial del ejército chileno, pero finalmente primó su relación con el gobierno argentino.
En 1867 desde la Isla Pavón, Piedra Buena había impulsado la expedición de Gardiner en procura de las fuentes del Río Santa Cruz, con lo que pretendía hacer actos de soberanía efectiva hasta la cordillera. Luego, hacia el fin del gobierno de Mitre, Piedra Buena y Biguá hicieron tratativas con el presidente para fundar una colonia argentina en la bahía de San Gregorio, sobre el Estrecho, pero el sucesor de Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, prefirió no recalentar las relaciones con el país transandino y restó apoyo al proyecto que hubiera implicado el envío de colonos y una guarnición militar. Tampoco prosperó la propuesta de Piedra Buena de levantar un faro, signo inequívoco de soberanía, en Cabo Vírgenes, en la desembocadura del Estrecho en el Atlántico.
Con tales antecedentes, es comprensible que nuestro comandante fuera visto con ojos desconfiados en Punta Arenas (varias veces se lo catalogó como “espía” argentino), lo que no debe haber sido el menor de los motivos del fracaso de su emprendimiento comercial en dicha ciudad. La cuestión es que en 1875 abandona la zona y se dirige a Buenos Aires convocado por el gobierno de Nicolás Avellaneda para asesorarlo en cuanto a la nueva política a seguir respecto a las costas de la Patagonia. Recibe el grado de teniente coronel efectivo y a partir de entonces va a navegar ya bajo la dirección de la autoridad nacional hasta el final de su vida. Igualmente mantuvo su establecimiento en la Isla Pavón y la gente que lo administraba era prácticamente la única presencia estable de argentinos al sur del río Chubut. Otros emprendimientos como el ensayado por Ernesto Rocquard cercano al de Piedra Buena o la instalación de una colonia agrícola cerca de Puerto Santa Cruz habían fracasado.
Es por eso que, como desarrollaremos en un próximo artículo, el argumento más contundente sobre la presencia pacífica y continua de argentinos al sur de la colonia galesa, era la que, en forma individual y prácticamente sin ayuda alguna, había llevado adelante Piedra Buena durante los años calientes del conflicto de límites con Chile. Tal vez haya tenido algo de licencia literaria decir que es a él a quien debemos que la Patagonia sea argentina, pero creo que no exageramos si decimos que, si no fuera por él, Argentina hubiera perdido un argumento que fue fundamental en la negociación que concluyó con el Tratado de límites de 1881.

(*) Historiador. Profesor de Historia.