Historias Mínimas

Suerte perra

23/04/2015
P
or Norman Munch

– ¿Suerte perra la tuya? ¿La tuya suerte perra? ¡Suerte perra la mía, pibe! ¿Vos te crees que me gusta lo que hago? Toda la vida haciendo lo mismo, una eternidad. Y encima todos se la agarran conmigo, como si yo tuviera la culpa.
Acá nadie se hace cargo de nada, todos hacen la fácil. Es como cuando pierden un partido y después se quejan del árbitro, de la cancha, de la pelota que no dobla, del viento, del arquero de ellos que sacó todas. La culpa siempre es del otro. No viejo, acá hay que hacerse cargo de la parte de responsabilidad que tiene cada uno. Porque no es que todo pasa porque tiene que pasar.
Todos me putean a mí pero nadie va y le dice al Jefe “che, por qué esto, por qué lo otro”. No, es más cómodo agarrársela conmigo. Que llegué antes de tiempo, que me demoré, que por qué no paso otro día, que por qué no me voy a la mierda.
¿Sabés qué? Yo no elegí esto, alguien tenía que hacerlo y me toco a mí, qué querés que le haga. Y desde entonces no paro, todos los días y todo el día lo mismo.
¿Pero alguien piensa en lo que siento, en lo que me pasa, alguien se preguntó si quiero hacer otra cosa? Nadie. Creen que voy por la vida cagándome de risa, que disfruto de la desgracia ajena, y en realidad este laburo te termina hartando, te hastía, la rutina te carcome. Te deshumaniza. Pero yo tengo sentimientos, como vos, como todos. Me cansa eso de estar en boca de todos, que todos te critiquen, que te señalen con el dedo, que hablen a tus espaldas. A veces quisiera largar todo.
Reconozco que de vez en cuando tengo alguna satisfacción, alguien que te agradece, que dice que le estás haciendo un favor, que mejor así. Pero la mayoría prefiere no verme, me da vuelta la cara.
Y quejarte no sirve de nada, eh. Si la cosa anda más o menos encarrilada dale para adelante, si total sos un engranaje más. A veces te plantean que no produjiste mucho, o que se te fue la mano, o que podrías ser más contemplativo, o que analices las cosas. Pero claro, ellos no trabajan. Los muy turros están ahí sentaditos, hacen como que la piensan, deciden las cosas, anotan los resultados y te bajan línea.
Cada tanto vienen y me dicen que están pensando en darme un descanso, o que van a mejorar las condiciones de trabajo. Pero se quedan en promesas. Y el Jefe se hace el sota. A mí no me convence cuando viene, me palmea el hombro y me dice “bueno lo tuyo, seguí así”. Las pelotas seguí así –.
Hizo una pausa para respirar y los dos quedaron sumidos en un pesado silencio, meditando la situación.
Entonces la Muerte se levantó despacito y el crujir de sus viejos huesos, de sus articulaciones resecas, los trajo de nuevo a la realidad. Miró al muchacho, de unos veintitantos, que seguía sentado en ese banco de la plaza tratando de dilucidar lo que venía.
– ¿Sabés qué pibe?, hoy zafás, hoy con vos sigo de largo. Me caíste bien, me escuchaste. A mí nadie me escucha, cargo sola con mis pesares. Y no tenés idea lo que pesa esa mochila –.
Sin que mediara pregunta alguna, respondió.
– ¿Que quién es el Jefe? Dios, el Diablo, el Destino. Piensen lo que quieran, eso depende de ustedes. Lo único que falta es que también me tenga que hacer cargo de eso –.
Y arrastrando la guadaña enfiló con paso cansino para el lado de ese grupito parado en el medio de la calle, midiendo al flaco de lentes que se reía a carcajadas.
– Suerte perra la mía –, gruñó.
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