Colaboración

#Ni Una Menos

27/05/2015
P
or María Paula Schapochnik (*)

Desde hace un tiempo este espacio busca hacer un pequeño aporte al cambio, simplemente acercando a los lectores y lectoras diversos tópicos vinculados con las temáticas de género. En esta oportunidad creo importante compartir algo de lo conocido como crímenes de género.
Ciudad Juárez y Chihuahua en México fueron los lugares donde se hizo visible la alarma frente a los asesinatos de niñas y mujeres. Luego el movimiento generado por familiares de las víctimas, organizaciones de apoyo, movimientos de mujeres y feministas, pronunciamientos y recomendaciones de organismos internacionales se ocuparon de focalizar aún más el problema. Desde diversas disciplinas se intentaron explicaciones para tan atroz fenómeno.
Más de veinte años de confusión, investigaciones truncas, teorías diversas y datos poco certeros en cuanto al número de víctimas no han contribuido a esclarecer aún hoy los crímenes de Ciudad Juárez.
Sin embargo, durante mucho tiempo se omitió el dato más significativo y evidente: estos actos eran cometidos contra mujeres. Mujeres, no como clasificación binaria sin contenido social, sino con perspectiva científica de género.
Marcela Lagarde de los Ríos a quien ya he mencionado en estas páginas y admiro, decidió desde su saber científico – la antropología – analizar estos crímenes con dicha perspectiva, y en una brillante síntesis de otros trabajos científicos precursores (Rusell y Radford, 1992) los definió como “feminicidio”. Así, ubica correctamente los crímenes contra niñas y mujeres en el patriarcado, y los considera el extremo de dominación de género hacia las mujeres.
Destaca la autora que la traducción de “femicide” de sus analistas sajones es “femicidio” en castellano una voz homologa a “homicidio” que da cuenta del homicidio de mujeres. Sin embargo a ella le debemos la categoría de “feminicidio” para denominar el problema en toda su complejidad: desde la construcción social de la violencia, hasta el papel del estado. Así fue incorporado el término en la 23º edición del Diccionario de la Real Academia Española.
Se trata para la autora del genocidio contra las mujeres que sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados violentos contra la integridad, la salud, las libertades de niñas y mujeres.
En el feminicidio concurren en tiempo y espacio daños contra niñas y mujeres realizados por conocidos y desconocidos, por violentos y asesinos individuales y grupales, ocasionales o profesionales que conducen a la muerte cruel de algunas de sus víctimas. No todos los crímenes son concertados por asesinos seriales, algunos – señala Lagarde – son cometidos por parejas, ex – parejas, parientes, novios, esposos, familiares, compañeros de trabajo, desconocidos y anónimos, mafiosos y delincuentes. Pero todos tienen en común que las mujeres son usables, prescindibles, maltratables y desechables. Coinciden en su infinita crueldad, y son de hecho, crímenes de odio contra las mujeres.
Pero aún falta más. Para que se dé el feminicidio ocurre al mismo tiempo el silencio, la omisión y la negligencia de las autoridades encargadas de prevenir y erradicar estos crímenes a causa de su ceguera de género o sus prejuicios sexistas y misóginos sobre las mujeres.
Concluye señalando que hay condiciones para el feminicidio cuando el Estado o algunas de sus instituciones no brinda las suficientes garantías a las niñas y a las mujeres y no crea condiciones de seguridad que garanticen sus vidas en la comunidad, en la casa, en los espacios de trabajo, tránsito, o de esparcimiento.
El feminicidio es un crimen de Estado cuando éste es parte estructural del problema por su signo patriarcal y por su preservación de dicho orden. Cuando el ambiente ideológico y social favorece el machismo y la misoginia se normaliza la violencia contra las mujeres.
La realidad de la que partió la autora señaló un Estado cómplice mirando para otro lado y una justicia ausente. De ahí la diferencia en la terminología adoptada por la Argentina. Nuestro contexto es algo diferente, pero debemos insistir para que la lucha contra las violencias de género no sea un tema más en la agenda pública, pasando a ocupar un lugar central y privilegiado, atravesando desde ese enfoque todas las prácticas y políticas de estado.
En fin, el desafío que se propone y que ya ha comenzado es quizás el mayor al que se enfrenta cuando menos, la mitad de la humanidad.
Parece que finalmente nos hemos decidido a dar batalla también desde abajo. Este miércoles 3 de junio a las 17 horas en la Plaza Cívica tenemos la oportunidad de dejar de ser espectadoras y espectadores de la tragedia de otras y dar un paso para hacer realidad nuestra consigna #Ni una menos.