Punto de vista

Si todo está tan bien, ¿cómo puede ser que nos vaya tan mal?

01/09/2015
P
or Guillermo Worman
Será hasta la próxima. La política y otros tantos aspectos de la vida brindan segundas y terceras oportunidades. Lo sabe la senadora y gobernadora electa Rosana Bertone.
No es culpa de la oposición, ni de los medios de comunicación. Es la incapacidad propia de construir poder para después perderlo. Es la mezcla de ingenuidad e improvisación permanente. Asumir que la buena oratoria inconvincente reemplaza a la política.
Tampoco es la nieve en la ciudad más austral del mundo, ni la lluvia que inunda a una ciudad en pendiente, donde el agua se escurre sin mayor esfuerzo, y donde solo hay que hacer algunas obras estratégicamente señaladas para no vivir en un gran piletón urbano cuando llueve. Pero son inversiones que no se muestran, que no rinden efectos inmediatos y difíciles de fotografiar. El mismo ejemplo de las cloacas...
Ciertamente, los planes les fallaron. El electorado no compra proyectos políticos como hamburguesas , y los resultados en las urnas estuvieron lejos. Tan lejos, que la posición fue el último lugar.
Gobernar una provincia o un ciudad no es una tarea fácil. Mucho menos si se lo asume sin las cuotas necesarias de acciones sujetas a la correspondiente planificación. Un puente se pone donde debe ir y no donde intuitivamente parece correcto.
Pero el punto de este artículo es otro. Me propuse reflexionar sobre uno de los temas que gobierna nuestra agenda por estos días: el estado lamentable de los servicios que brinda en Estado en general. Vinculado a esto, los esfuerzos por montar un sistema de propaganda para tratar de demostrar lo contrario.
Gobernar sin poder es un verbo imposible. Lo sabe el Gobierno y el electorado se lo recordó en las urnas. Los pueblos le piden a las administraciones la resolución de las cuestiones más cotidianas. Limpieza pública, correcto estado de las calles,  seguridad y no picadas descontroladas, movilizarse por un transporte público adecuado, acceso equitativo a la vivienda, trabajos para evitar la degradación ambiental y medidas para garantizar la paz social sin pactar con la violencia sindical. Son todas obligaciones que nadie individualmente puede encarar, porque tienen una escala única que solo el Estado puede emprenderlas. Todo lo demás viene después de haber garantizado ese piso mínimo de prestaciones. No a la inversa.
Curiosamente, gacetillas, explicaciones y anuncios tratan a la ciudadanía como sujetos sin discernimiento, que no diferencian el cuento que le narran y lo que efectivamente ven cuando necesitan de la presencia del Estado. Sin dudas, es una fuente directa de mal humor social de una ciudadanía que es lapidaria al momento de votar.
Por ejemplo, se orquestó la baja de un espejo en donde interpelarse para construirse una burbuja en donde encerrarse y embotellarse de elogios. Como si la realidad fuese una construcción digitada desde el laboratorio en donde se escriben los guiones de prensa, y no la percepción directa de la comunidad sobre cómo funcionan temas centrales de la vida pública. Por eso, un gobernante nunca puede descuidar temas que la población necesita de manera cotidiana. Subestimar la necesidad de la ciudadanía es una opción que no tiene retorno. 
Creo entender que, entre otras explicaciones, la gran mayoría de las políticas se hacen sin ningún tipo de planificación, y que se ejecutan por una mezcla de intuición,  coyuntura y respuesta ante tensiones que se quieren evitar. Y que nadie confiesa que no tiene un plan maestro para las dependencias a su cargo, o que los recursos existen solo en los papeles y que el dinero del presupuesto se esfuma entre transferencias al IPAUSS, gastos corrientes o alguna acción u obra extraordinaria que no responde a ningún criterio estratégico. Es asumir que la política es el arte del disimulo.
Entre tantos papelones, hemos inventado la nieve negra, los pibes estudiando en locales comerciales, la negación del vecino como peatón, el pozo como regla y no como excepción, la principal farmacia como un mostrador dedicado a derivar recetas, una reserva natural urbana inundada de olores mugrientos, y otros tantos servicios cotidianos que no funcionan.
Me permito asumir que es incómodo leer todo esto. Pero hay una realidad que se muestra por sí sola y que es insostenible de tapar desde la redacción del noticiero público. Si la cámara no lo muestra, la multitud lo termina de ver por sí misma.
Me resulta valioso volver a las elecciones para tratar de entender el por qué de lo extraordinario que se ha vuelto la participación de la ciudadanía en Tierra del Fuego. Pareciera que cuando la población tiene la oportunidad de expresarse en esta provincia no responde a la realidad que intenta construir la propaganda. ¿Será por eso que se han vuelto nulas las posibilidades de intervención de la sociedad? ¿Es que la ciudadanía discierne entre lo que efectivamente se hace y las cosas que intentan venderle, y esto causa perturbación en ciertos dirigentes?
En los últimos meses escuché afirmaciones sorprendentes. Me hicieron recordar momentos nefastos de la propaganda de nuestra historia. Como cuando difundían que los argentinos éramos derechos y humanos, a la par que éramos todo lo contrario. O cuando nos contaban que seguíamos ganando, mientras los pibes libraban una guerra desigual y muy mal cumplida. También el caso del  bufón enmascarando el vaciamiento del Estado hacia determinadas manos privadas, con la vil excusa que bajo su administración los servicios públicos estarían mejor prestados. Fue el mismo caricaturesco personaje que nos dijo “estamos mal, pero vamos bien”, separando proceso público de resultado.
Veamos qué nos ha pasado desde las elecciones provinciales hasta ahora. Más aun, comparemos la realidad que nos ofrecieron con la que estamos viviendo a diario.
No quiero volver entonces con el argumento de siempre, en donde la provincia con mayor presupuesto por habitante dista de prestar los mejores servicios para la población. Esa contradicción ya la tenemos internalizada. Ser los winners de la transparencia y estar en el podio del gasto cultural, a la par que las escuelas funcionan a la deriva es el ejemplo de este modelo de propaganda.
Me sigue intrigando: si nos iba tan bien, ¿cómo puede ser que ahora estemos tan mal, tan solo esperando que asuman quienes tienen poder legitimado para revertir estas situaciones?
Etiquetas