Punto de vista

Del éxtasis a la agonía, y viceversa

04/10/2015
P
or Guillermo Worman
No es la primera vez que se habla de la crisis que atraviesa Tierra del Fuego. He escuchado la versión de los ciclos que se repiten, como un sin fin de situaciones que se alternan en un movimiento pendular. Un proceso social compulsivo, donde no hay aprendizaje sobre las mismas conductas repetidas. Ir y venir, cíclicamente, de un extremo al otro.
Durante los últimos años, la relación entre Estado y Sociedad pareció basarse exclusivamente en el otorgamiento de beneficios directos y en el corto plazo, creando un consumismo de recursos imposible de sostener en el tiempo. Una enorme masa de dinero en forma directa al gasto y un porcentaje escaso – desproporcionado con el crecimiento poblacional- a la inversión. De allí el profundo déficit de infraestructura pública que vivimos.
En general, los fondos se han ido asignando a los sectores con mayor capacidad de presión, sin tener en cuenta la inversión en cuestiones básicas: la actualización de la infraestructura de servicios (agua, gas, cloacas), vías de circulación (calles, puentes y veredas), lugares de esparcimiento público (plazas, paseos), de igual manera con la infraestructura y equipamiento en salud y educación. Un claro ejemplo de esto es un parque automotor que ha tenido un crecimiento gigantesco a la par que la red vial urbana sigue siendo prácticamente la misma que hace una década atrás. ¿Hace falta explicar el por qué de las colas para cargar combustible o el atasco vehicular?
Quizás tengamos los mejores sueldos docentes, pero también las escuelas más desequilibradas en relación al presupuesto disponible para el sector. Lo mismo podría decirse hacia el resto de los servicios públicos.
El más representativo de estos extremos es el sistema de seguridad social estatal: el haber previsional de los jubilados más jóvenes del país se ha vuelto un mar de incertidumbre, y los servicios asistenciales prácticamente están interrumpidos, a pesar de la importante masa de aportes. Un modelo colapsando por la perversidad de su lógica interna.
Poco a poco se fueron viendo las primeras fisuras. El agua que era excelente pasó a ser turbia y su suministro impredecible. La expansión de las redes de gas natural en una de las principales provincias productoras de hidrocarburos mutó hacia la imposibilidad de lograr la factibilidad de nuevos servicios. El ambiente de un territorio escénico sufrió graves episodios de contaminación por la falta de inversión en cuestiones básicas, como la desinversión en el tratamiento de sus efluentes cloacales o en planes intensivos de reforestación. Ciudades relativamente nuevas que se inundan por la insuficiencia de pluviales en sus principales vías de circulación. Rellenos sanitarios al tope de su captación de residuos por la falta de inversión con respecto al volumen de residuos urbanos que se generan las ciudades.
Sería encantador prohibir el uso de cubiertas con clavos o de cadenas para circular en época invernal. Extenderíamos la vida útil de las cintas asfálticas urbanas. El tema es que no hay capacidad de máquinas para la limpieza de las ciudades. Entonces, el pavimento dura un par de temporadas. Si a principios de la década del noventa Tierra del Fuego tenía dos hospitales públicos, 25 años después la infraestructura sanitaria no ha crecido a la par que el evolución poblacional.
Cualquier curioso de la vida pública comenzó a darse cuenta que el colapso estaba tocando la puerta de propios y ajenos. Apareció la crisis en la riqueza extraordinaria. Y, no es un problema de recursos, sino de asignación de prioridades. Plata hay, como en ningún otra provincia. El tema es cómo esta asignada.
No estamos ante el fin. Es el momento de dar un cambio de rumbo por la configuración de una crisis que se ve a simple vista.
La conciencia de vivir un desequilibrio estructural es útil para explicarle a la sociedad los impactos de seguir bancando un festejo sin los recursos necesarios para sostenerlo en el tiempo. Así, la discusión por venir es a quién hablarle. ¿Tomar como interlocutores a los privilegiados que quieren extender la fiesta, o hablarle al resto de la sociedad que no recibe ni una mínima porción de los recursos que tendrían que afectarse a los temas primordiales de Tierra del Fuego?
Esa decisión es clave para entender el futuro que viene. Trabajar con quienes viven en la ilusión como un cuadro de enfermedad crónica o los que sufren el agotamiento de un modelo que ha mostrado el principio de su final.
No quiere decir que resulten medidas compartidas por todos los sectores, mucho menos para los que deberán ceder en sus pretensiones privilegiadas, y así volver sostenible al modelo de desarrollo fueguino. Ese éxtasis solo nos ha llevado a la actual agonía.  Sin dudas, llega el tiempo de poner las cosas en su lugar.
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