Colaboración

“Reina de Corazones”

25/08/2016
H

ace tiempo que vengo conversando con compañeras y amigas respecto de sus opiniones y experiencias en relación a la elección de las reinas de belleza. Reconozco que fui también a las fuentes, preguntando a varias ex monarcas sus vivencias allá por finales de los 80. Reina de Ushuaia, del estudiante, de la primavera, princesas por doquier de primera a quinta, y premios consuelo, miss elegancia, miss simpatía. En fin, cada festejo juvenil tenía sus elegidas, ya sea en el viejo Polideportivo, en las fiestas del Martí (Nacional en esos tiempos) o en el Gimnasio del Colegio Don Bosco.
Todas soñábamos con ese lugar preciado de saludo lento, sonrisa falsa y capa de terciopelo. Por ese entonces mi compromiso con la causa de las mujeres solo llegaba para protestar por la exigencia de pelo atado, el largo del guardapolvo o el retiro de los recién aparecidos piercings – que por supuesto lucía otra, pero era una causa noble por la que protestar.
Sin embargo, en mi tránsito por el lugar de docente secundaria y luego de madre de niñas comencé a experimentar cierto rechazo por ese desfile de cuerpos con poca ropa y jaurías masculinas gritando para destacar a la linda o para señalar a  las no tan lindas, con parámetros de belleza de cuestionable origen.
Pero bien, del relato de algunas, hoy reconocidas en sus espacios de construcción cotidiana tengo para mí que la experiencia las avergüenza bastante, no por el ego en juego, sino más bien por no haber advertido que se ubicaban como blanco de violencia simbólica, pero a diferencia de las víctimas de otras violencias, en forma voluntaria.
Por supuesto que pretender y abogar por la eliminación de los concursos de belleza, en particular de aquellos que alienta el Estado, o en los que éste participa, obedece a múltiples razones.
Señalar que el Estado nacional, provincial o municipal que organiza eventos de esta naturaleza, incurre en responsabilidad internacional, al tiempo que comete un ilícito para la ley argentina, es empezar por el final de la historia.
Conviene explicar porque nos molestamos tanto con estos eventos, y antes de señalar ponzoñosamente que esta cronista padece de envidia detrás de su metro cincuenta, consideren a sus niñas, hijas, nietitas, sobrinas paseando sus cuerpos por alguna pasarela para ser evaluada (¿?) por sus atributos físicos incluso antes de alcanzar los 18 años. No está bueno.
Ahora bien, la Ley Nacional 26485 además de nombrar, conceptualiza la violencia simbólica como aquella “que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, iconos o signos transmite y reproduce dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de las mujeres en la sociedad”. Objetivar, o cosificar a la mujer negando su condición de persona para posicionarla en el lugar de un ícono de belleza tiene serias implicancias en la vida y la seguridad de las mujeres. La exhibición del cuerpo de las mujeres seleccionado y trabajado para satisfacción de la mirada masculina es la sustancia de los eventos de belleza, lo que importa en sí misma una práctica violenta. Por suerte hoy, ya son varios los relatos locales donde estos eventos han dejado de celebrarse a fuerza de la discusión que ha podido darse con el aval de numerosas personalidades, organizaciones y organismos públicos.
La Comisión Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de la Violencia de Género (CONSAVIG), un organismo creado luego de la aprobación de la Ley 26485 de Protección Integral de la Violencia contra las Mujeres viene explicando en cada rincón del país a través de su representante, la abogada Perla Prigoshin cuáles son los motivos por los cuales debe abandonarse la práctica de los concursos de belleza. Otro tanto viene señalando desde el año 2003 el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), logrando finalmente en 2012 que se abandone el “bikini open” de la ciudad de Puerto Madryn posiblemente por falta de auspicios y avales del sector privado. Es bueno que las sociedades comiencen a interrogarse en torno a las razones que las llevan a finalizar un festejo histórico como puede ser el aniversario de una ciudad, o una actividad productiva con la elección de una reina de belleza. Es algo extraño. Algo de esto sucedió en Bahía Blanca con el tradicional desfile en tanga para elegir la Reina del Camarón y del Langostino. La discusión dejó en evidencia que no se trata de cuestionar la libre elección de las chicas que desean participar – como se suele argumentar – sino que se trata de señalar cual es el papel que el Estado va a tener en erradicar la violencia contra las mujeres y hacernos la pregunta que han instalado algunas colectivas feministas en otras localidades “¿Qué hace un intendente, o una diputada mirando a una chica desfilar en biquini?” (Acciones Feministas de Bahía Blanca)  
¿Vale la pena la prohibición? Se señala que no, que más valioso es lograr el compromiso de la sociedad por erradicar estos eventos. Sin embargo, no hay dudas que los funcionarios y funcionarias responsables de las celebraciones que incluyan o avalen elecciones de reinas de belleza están incumpliendo la Ley 26485, y que reglamentar algunas cuestiones tales como la prohibición de participación de menores de edad, o la eliminación de cláusulas discriminatorias - ser madres, tener cierta edad o determinada altura -  no modifican en lo sustancial la cuestión violenta que subyace a la valoración de determinado estándar de belleza.
Así resulta que ninguna monarquía es propia de este tiempo ni de nuestra realidad, por eso son sumamente auspiciosas aquellas iniciativas que destacan valores de hombres y mujeres en conexión con su comunidad, conductas que imitar, ejemplos a seguir. Ahora, si de lo que se trata es de apelar a la fantasía, que sea la de todxs y en tal caso, mejor que reina de belleza, que sea Reina de Corazones, pero sin violencia.

(*) Abogada. Magister Interdisciplinaria en Familia. Diplomada en Género y Políticas Públicas.

Autor : María Paula Schapochnik (*)
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