ste día, Amancio Alcorta, ministro de Relaciones Exteriores y Culto, se presenta ante la Cámara de Diputados de la Nación para participar del tratamiento del Presupuesto Nacional del año 1900. En el recinto, pronuncia un discurso donde reconoce el genocidio que se estaba consumando en Tierra del Fuego contra los selk´nam y haush.
En momentos que se abordaba la asignación de los recursos necesarios para asistir a la crisis humanitaria en curso, Alcorta describe la situación terminal de los nativos fueguinos y reconoce la incapacidad e indiferencia estatal para aportar soluciones: “en la Tierra del Fuego se produce este hecho: que esas tribus no tienen dónde estar, no tienen dónde vivir; porque son perseguidos por los pobladores que han llegado a ofrecer una libra esterlina por cada indio que se matara, según informes verbales allí recibidos (…) Se hace, pues, indispensable que alguien reúna esos indios. (…) Abusos… yo sé que en aquellos territorios se habla… sé, y nadie puede ignorar, que entre los hombres hay buenos y malos; y que el sacerdote puede ser moral o no; pero de esa regla no se puede ir hasta hacer desaparecer instituciones que prestan verdaderos beneficios. (…) Creo más: que debería encargarse a esas misiones que recojan a todos los indios en sus asilos” (Citado por Diana Lenton en el prólogo de Fueguinos en el Museo de La Plata: 112 años de ignominia).
En los debates parlamentarios fueron escasas las referencias al genocidio fueguino. Otra mención fue la del diputado Lucio V. Mansilla quien denigró a los nativos al plantear que “los indios de la Tierra del Fuego no hablan ninguna lengua humana”, sumándose a la caracterización de pre-humanos que tendía a justificar el exterminio.
En la orientación dada por Alcorta se admite que “el único reflejo humanitario del Estado y de las Iglesias presentes en la isla fue el de atraer y concentrar a las familias que, desesperadas, huían del ataque del capital asociado al estado policial. Mientras unos pocos héroes calificados por la prensa y los expedientes judiciales como ‘guerrilleros’ resistían en máxima desigualdad de condiciones, hasta las últimas consecuencias. Las epidemias hicieron el resto (…) los pueblos fueguinos son tratados como resabios de otros tiempos pre-humanos, y para quienes la única política posible parece ser el asistir a su extinción” (Diana Lenton).
