n el cuaderno de apuntes del matrimonio de Micaela Feldman e Hipólito Etchebéhere, escrito en su recorrido austral, este día, se relata la conversación con un mozo huelguista, quien describe el monopolio ejercido por la familia Braun Menéndez.
El trabajador gastronómico de Río Gallegos denuncia las maniobras hechas por los terratenientes, luego de las restricciones impuestas por el gobierno radical: “la tierra que se sacó a los latifundios que en Tierra del Fuego tienen los Menéndez, Braun, Suárez, Montes y demás…”, que “el Gobierno concedía en arriendo lotes de ocho leguas de las que habrá sacado a los grandes poseedores; los pobladores que los obtenían tropezaban con una dificultad insalvable; la imposibilidad de conseguir ovejas para echar a esos campos. Los potentados de allí no se las vendían y transportarlas desde el continente era imposible por cuanto los Menéndez, dueños de los transportes marítimos no les pasan una oveja por nada del mundo. Es decir que anula la posibilidad de que nuevos pobladores, factores de progreso para el país se arraiguen en Tierra del Fuego por la acción coercitiva de los latifundistas” (Ernesto Maggiori. Los años de la revolución en Patagonia).
También, en la conversación estaban frescos los sangrientos episodios vividos en Santa Cruz, cinco años antes, en la represión de la huelga: “en la línea del ferrocarril de Deseado a Las Heras, perdieron la vida en la época de la masacre cuarenta o cincuenta obreros y el leader que los dirigía; de esta manera los obreros huelguistas recorrían las estancias de la zona para hacer plegar al movimiento al personal que en ellas hubiera; y como su acción fuera eficaz, la tropa decidió suprimirlos”. El desenlace fatal se produjo cuando los militares “levantaron bandera de parlamento prometiendo a los obreros toda clase de seguridad si se entregaban” y cuando estos lo hicieron los ejecutaron.
Eran comunes las delaciones de los empresarios para desembarazarse de personal y quedarse con los salarios que mantenían en depósito. Los militares armados hacían “salir a los obreros señalados, los formaban en fila y haciéndolos marchar unos cientos de metros ordenaban a la tropa tirar. Caían los trabajadores bajo las balas y se sabe que algunas veces por no incomodarse en taparlos con un poco de tierra, rociaban el montón aún palpitante de cuerpos humanos con nafta y les prendían fuego” (op.cit.).
