ste día, se inaugura la primera escuela de Patagonia para niños nativos. La Escuela N° 33 de Quina Quina comienza a dictar clases a la población infantil de la Comunidad Mapuche Curruhuinca, en la ribera del lago Lácar, a 17 kilómetros de San Martín de los Andes.
La iniciativa fue generada por la periodista Ada Elflein, que al tomar contacto con el cacique Abel Curruhuinca, y conocer su deseo (le había dicho: “quiero que mi gente sepa leer y escribir para que pueda adelantar y no ser engañada”), gestionó ante el perito Francisco P. Moreno -por entonces vicepresidente del Consejo Nacional de Educación- la creación de la escuela.
“Sara Abraham, compañera de viajes de Ada, fue su primera directora. Comenzó con 30 niños mapuches en primer grado, con mesas hechas por las familias y casa y bandera prestadas, y aún hoy desarrolla sus actividades a orillas del lago” (Eduardo Mancini y Mariana Caballero. Maestras Argentinas. Entre mandatos y trasgresiones. Tomo 1).
La propia comunidad “ayudó a que se levantara el primer edificio que albergó a alumnos y maestros. Ya en la década del 20, su director fue José Pastoriza, los primeros maestros: Teodoro Armendia, Pedro Sánchez y Julián Simón” (Graciela Vázquez Moure. Desde el sur digital).
Emplazada en ese “hermoso paraje hoy sigue siendo una de las escuelas rurales más importantes, enclavada en medio de la villa Quila Quina, de un nivel paisajístico maravilloso y con una comunidad Mapuche que sigue considerando a la Escuela como una institución de gran trascendencia, tal como lo visualizó hace 100 años don Abel Curruhuinca y quienes desde el gobierno nacional cumplieron con su pedido”.
En la galería de la escuela está la foto de Ada Elflein. En el acta de fundación se consigna que “empieza a funcionar la escuela en un galpón prestado (...) En el primer día cantaron el himno nacional”.
Ada Elflein escribía para el diario La Prensa. Fue una precursora en la redacción de crónicas de viajes. A pesar del patriarcado imperante y el rol asignado a la mujer de la época, que ni siquiera podían compartir la redacción con sus compañeros. Ella emprendió viajes por lugares distantes porque constituían una manera de “servir a la patria, de describir con la palabra, el pincel o la pluma, las bellezas gozadas para trasmitirlas al alumno, al espectador, al lector, y despertarle el deseo de contemplarlas” (Maestras Argentinas).
