LLa fuga según León, por Carlos Zampatti
Quinta parte

LLa fuga según León, por Carlos Zampatti

01/12/2005
R

esumen de lo publicado: León Medina, luego de su fuga de la alcaidía de Ushuaia, logró eludir a sus perseguidores pasando delante de sus propias narices en varios lugares sin que lo advirtieran. Luego de salvar su vida en la estancia Dos Hermanas, continúa su marcha rumbo al oeste, hasta que, hambriento, encuentra un leñatero, cerca de la estancia El Rodeo, que le da de comer, abrigo, y afecto.


Luego de marchar toda la noche con rumbo al oeste, se encontró con la ruta complementaria d, por donde avanzó mucho más rápido. Al amanecer de su decimotercer día de escape, se construyó un refugio seguro que lo resguardaría de la lluvia y en donde podría dormir tranquilo. Allí se dio cuenta de que había perdido los borceguíes que llevaba atados a su mochila de arpillera. Un disparo que sonó a lo lejos le recordó, una vez más, que tenía a la policía detrás suyo.
Descansó durante todo el día, y cuando llegó la noche no tuvo ganas de moverse de su cueva, por lo que decidió seguir descansando hasta el día siguiente: tenía agua y provisiones, y el descanso bien le haría a sus ulcerados pies.
Durante todo día siguiente, que se presentó soleado, continuó su marcha por el bosque, siempre cerca de la ruta para pasar inadvertido, a pesar de no haber observado movimiento alguno. Esa noche no fue muy oscura, por lo que decidió continuar por el camino.
Cuando en la madrugada del sábado llegó cerca de las casas de la estancia Marina, tomó rumbo hacia el oeste, en busca del límite con Chile. Perdió nuevamente la orientación, dando un inútil rodeo, y como la lluvia arreciaba, decidió descansar hasta que escampara, mientras que lejanos disparos de fusil lo alentaron a alejarse de Sierra Nevada, probable origen de los mismos.
Anduvo por el bosque a media altura toda la tarde cuando unos inusuales relámpagos y los consecuentes truenos preanunciaron una lluvia torrencial, más parecida a la de su Misiones natal que las habituales en Tierra del Fuego. Cuando se desencadenó la misma, decidió bajar al valle del Río de la Turba, que esa noche se transformó en un oscuro infierno de turba blanda y saturada de agua, muy distinto al verde valle que tanto admiró desde lo alto del cerro.
El amanecer alejó las nubes y León, totalmente mojado aunque aún tibio gracias al equipo de gimnasia que tenía debajo del overol, giró su rumbo hacia la frontera. Escaló un escarpado cerro, y luego de seis o siete horas accedió a su cumbre, un hermoso prado amesetado desde donde el valle del río de la Turba se perdía a sus espaldas y frente a él, a lo lejos, se entreveía una pequeña vega con dos rectángulos plateados que podrían ser construcciones. Pero para llegar a ellas debía atravesar otra montaña.
Al mediodía una torre metálica le indicó que había arribado al límite territorial. Dos piedras, una blanca del lado argentino y otra marrón del lado chileno, fueron a parar a su mochila de arpillera como recuerdo del cruce de ese día.
Al atardecer pudo por fin arribar al valle donde había entrevisto las construcciones. Cuando llegó a una de ellas, abandonada, decidió hacer noche allí, durmiendo en un camastro, tapado con un cuero de oveja que encontró, dándose el lujo de dormir con una estufa a leña encendida, ya que supuso que por encontrarse en territorio chileno no serían necesarias tantas precauciones.
El graznido de una bandada de bandurrias lo despertó en su primer día en territorio chileno cuando hacía un buen rato que el sol había salido.
Decidió continuar con su marcha, y cerca de mediodía se encontró con dos sorprendidos arrieros que llevaban unos vacunos a la veranada donde estaba el rancho en el que había pernoctado. Como esa noche volverían al puesto donde llegaría León sobre el final de ese día, convinieron encontrarse allí.
Se separaron y León continuó el camino indicado por los arrieros. Después de un tiempo de marcha, y luego de cruzar un caudaloso río, con la consiguiente mojadura, llegó a un rancho habitado por dos ex presidiarios que, tal como le habían prevenido, le mostraron una total hostilidad. Cuando les pidió algo de comida, desde la penumbra, sin mostrarse, le dejaron un plato de guiso con fideos y carne de capón que más parecía comida para perros que para un ser humano. Cuando terminó de comer, desde la otra habitación le dijeron que no podría quedarse un minuto más y que debía seguir su marcha, cosa que hizo inmediatamente.
El sol y el fuerte viento secaron sus ropas, resaltando aún más su harapiento aspecto. Luego de una marcha penosa debido al insoportable dolor de sus pies, al anochecer llegó al puesto. Esperó a los arrieros afuera, ya que el único ocupante lo recibió en forma insociable. Cuando, ya de noche, aquellos llegaron, lo hicieron entrar, le dieron de comer y lo trataron como si fueran viejos conocidos, ofreciéndole, incluso, dormir en su habitación, en la lujuria de una cama con sábanas y colchas. Y no sólo le prometieron apoyo para cuando llegase a Punta Arenas, sino que, además, le dieron dinero chileno.
Fue en ese instante que le aconsejaron que no se llegara hasta la estancia Vicuña, ya que su capataz seguramente lo entregaría a los carabineros, y menos aún que suba al camión de transporte de lana que allí estaría. Lo mejor para él sería llegar a Porvenir sin pasar por lugares poblados. Cavilando sobre sus próximos pasos, León quedó profundamente dormido en esa hermosa cama.
Los arrieros hacía rato que se habían levantado cuando León despertó en su último día de libertad. Luego de afeitarse le ofrecieron un suculento desayuno, y antes de partir, como prueba de agradecimiento, le regaló a uno de ellos el equipo de gimnasia que lo había acompañado en toda la travesía.
Durante toda la marcha lo obsesionó la posibilidad de ir a Punta Arenas en camión. La tentación era demasiado grande y el cansancio le hizo cometer la imprudencia, justo a él a quien la astucia le permitió llegar hasta donde estaba, de dejar que la suerte decidiera su destino en la forma de una flor de margarita. El último pétalo selló definitivamente su suerte cuando le indicó el rumbo de la estancia.
Al mediodía llegó a Vicuña, donde el camión Mercedes Benz estaba, efectivamente, cargando lana. A su alrededor había cinco personas.  Cuando se acercó a ellos, y como respuesta a su saludo lo ningunearon dejándolo solo, comprendió el error cometido, ya que tuvo la sensación de que esos hombres que se dirigían a la cocina, tramarían algo en su contra. 
Justo en ese momento llegaban otros arrieros que, si bien lo saludaron amablemente, parecían indicarle que nunca debería haber pasado por allí, a lo cual León les contestó que sólo deseaba hablar con el chofer del camión.  Recién luego del almuerzo pudo pedirle al conductor que lo llevase a Punta Arenas, a lo que éste, luego de consultarlo con los otros hombres, le dijo que sí. Pero convinieron que debería subirse más adelante del puesto de Carabineros que estaba a unos pocos kilómetros de allí, para que éstos no lo detecten. Un baqueano lo llevaría a caballo hasta el lugar.

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