�Todos tenemos un precio? ¿Se puede vender el alma?
Pensando en ello, se me ocurre que es sencillo asociar a la corrupción sólo con el dinero y las posesiones materiales de cualquier naturaleza adquiridas en forma espuria. Pero la corrupción va más allá, carcomiendo los valores que son primarios para cualquier comunidad.
Es corrupto el que se aprovecha de una situación en beneficio propio, tanto como el que lo ve y calla. Es corruptor el que paga y corrupto quien se pervierte por un pago.
En estos tiempos de comunicación instantánea allende las distancias, en un mundo cuyas dimensiones reales son virtualmente cada vez más pequeñas, la corrupción ha tenido un tránsito tan firme y escalonado, que le permitió acceder a un papel protagónico en la vida de las sociedades.
La corrupción no es otra cosa que el resultado del accionar del elemento humano que tiene sus valores internos subvertidos (por decisión propia). No hay corruptos por obligación, sino que es una condición inherente a la especie humana y como tal, tenemos que sobrevivirla.
Demócrito de Abdera (460-370), un contemporáneo y antagonista de Platón, en sus conceptos sobre la ética decía lo siguiente acerca de la conciencia moral: "Aunque estés solo, no digas ni hagas el mal: aprende a avergonzarte mucho más de ti mismo que de los otros".
¿Cuántos nos seguimos preguntando cuál es la herramienta adecuada para curar la enfermedad de la corrupción y cuál es la mejor prevención para evitar el contagio?.
Haber sido bien educado y crecer intelectualmente es una forma, y en tanto ello es posible y esperable, no olvidemos que los arcones de la historia están llenos de educados intelectuales con sus valores internos en abierta descomposición, tanto como de iletrados de excelsa honestidad.
La corrupción es al ser humano lo que la termita subterránea es a la madera y por lo tanto para evitar que nos infeste hay que tomar todas las precauciones posibles, cerrándoles las áreas de ingreso. Generalmente, la madera infestada de termitas no se diferencia a simple vista de una madera sana, así como la persona corrupta no siempre se identifica fácilmente.
Es literalmente, una bomba neutrónica que ataca mente y espíritu, dejando el cuerpo intacto. Solo por fuera parece estar saludable.
Si así son las cosas, está bien creer que no existen los cambios sociales profundos sin una revolución de por medio, y aquí obviamente no puede faltar la disyuntiva de los eternos opuestos y complementarios, sea en este caso, un extremo, el de la violencia y el otro, el de la sagacidad y la inteligencia. A lo largo de la historia humana, cada revolución social tuvo la característica de su época. Así, la revolución cultural china, la revolución francesa, las luchas revolucionarias del Che Guevara, han marcado hitos, que además de sus resultados, nos dejan ver dos cosas fundamentales, primero: Nada vuelve a ser como era, y segundo: el hecho solo es posible cuando el pueblo llega a la madurez justa y necesaria, nunca antes. No tengo ninguna duda, que aun pese a las grandes dosis de impotencia, broncas y frustraciones, los mecanismos decisivos para cambiar la historia, pasan por la educación, la cultura y la reflexión personal, en el más amplio de los sentidos.
Está muy claro, que las leyes y normas por las que se rige una comunidad no son suficientes para evitar la corrupción, apenas un paliativo, lo mejor y realmente eficaz sería que cada uno vaya al fondo, que mire dentro de sí y sienta la necesidad de esa mirada introspectiva, como un camino de virtud, pero dado que no es habitual que suceda, debemos rechazar a los corrompidos y que se den cuenta que los segregamos, pues al descubrirlos e identificarlos pierden la fuerza de la invisibilidad que la sociedad misma les concede, ya no pueden de esta forma, mimetizarse en un ambiente que les es adverso. Es allí, donde la educación y la cultura de los ciudadanos tiene que emparentarse codo a codo con la dignidad personal, para poder efectuar el cambio. La dignidad y la fortaleza interior conforman un escudo sumamente eficaz.
Desde luego, hay que aceptar y asimilar que la corrupción no es patrimonio de ninguna clase social ni de una época histórica en particular.
Indigentes, pobres, clase media, ricos y poderosos, políticos, empresarios, libertos y patricios de la Roma antigua, son o pueden ser, han sido o han podido ser el cubil adecuado donde se oculta en latente espera, la alimaña de la corrupción dispuesta a devorar la honestidad.
Algunos lo serán por labilidad mental y otros por natural inclinación, por ello es de importancia crítica el rol del individuo como persona, que luego es familia, que luego es sociedad y finalmente es estado. El corrupto es un ser vacío en sí mismo, es una rémora social, cuya vileza es elocuente y nada sutil. A tal punto, que aun en casos en que lo intenta, todos sus esfuerzos por ocultar la ausencia de honestidad y bajeza ética resultan gravemente insuficientes, impidiéndole así, disimular su clase de vida y propósitos verdaderos.
Es por tales razones que la corrupción encubre una gran cobardía y es la antítesis de la virtud, comportamiento ético que exige una gran entereza moral.
Pero como la diversidad de la naturaleza humana es pródiga, hay individuos de gran fortaleza espiritual y corazón generoso, que nunca serán devorados por la bestia. Afortunadamente, quienes permanecemos enhiestos ante el feroz ataque de la corrupción somos muchos más de lo que habitualmente se cree, aunque no hagamos tanto ruido como cabría de esperar.
Podemos inferir sin temor a equivocarnos, que los seres humanos somos al cuerpo de la humanidad lo que las variadas clases de células son a nuestro organismo. Pensando en la metáfora, es muy claro que el cuerpo (de la humanidad) está (desde hace tiempo) enfermo.
Como en toda enfermedad, hay signos y síntomas, y en tanto unos parecen indicar que la situación es crónica e irreversible, otros nos hacen tener fé y esperanza en la recuperación del sistema inmunitario, que finalmente prevalecerá, saneando a la humanidad desde el interior.
Finalmente, dos pensamientos para reflexionar:
"La estulticia, el error, el pecado, la tacañería, ocupan nuestra mente y atormentan nuestro cuerpo, y alimentamos nuestros amables remordimientos como los mendigos nutren sus piojos".
Baudelaire. Las flores del mal.
"Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos".
Henry Miller. Trópico de capricornio.