egún el escritor y filósofo José Pablo Feinmann, los cuentos de gallegos que habitualmente contamos en rueda de amigos no son más que chistes autorreferenciales en los que nos retratamos los argentinos. Porque lo que en realidad queremos es contar historias sobre nosotros, pero lo hacemos muy elípticamente –cobardemente, según Feinmann–, ya que no nos animamos a reconocer nuestras propias limitaciones y torpezas.
Y por eso, al no asumirlas, nosotros, que somos los inventores de la viveza criolla, se las transferimos a los gallegos.
Por ejemplo, circula la historia de un gallego que manejaba su auto por la Avenida Nueve de Julio de Buenos Aires. Al llegar a la calle Corrientes, repentinamente decide ir hacia el Abasto y dobla en esa dirección, a contramano. Después de varias cuadras gambeteando una infinidad de autos que venían hacia él en sentido contrario, escucha desde la radio de su automóvil que una voz anuncia: "atención señores, peligro en la Avenida Corrientes, hay un loco que sin importarle nada está marchando a contramano, poniendo en peligro la vida de mucha gente". El gallego mira de soslayo la radio y le dice "ostia, ¿uno?, miles. Son miles los locos".
Este chiste, que de por sí es muy conocido, nos retrata descarnadamente. A nosotros, los argentinos. Tal como dice Feinmann,
Porque como somos portadores positivos del Síndrome de Ombliguismo Compulsivo (SOC), suponemos que la única lógica es la nuestra y todo el mundo debe transitar el camino en el sentido que lo hacemos nosotros.
Por ejemplo: hemos inventado el término piquetero para definir cuando, impunemente, un pequeño grupo de personas, enarbolando siempre causas justas y nobles, por cierto, deciden conculcar el precepto constitucional de la libre circulación. Y los argentinos, que tendremos muchos defectos, pero ante todo somos bien machos, nos bancamos los piqueteros porque sabemos cuándo hay que bancársela.
Claro, todo va bien cuando la cuestión es de cabotaje. El problema es cuando pretendemos que los demás (es decir los que no son argentinos, y que no se la saben bancar cuando hay que bancársela) entiendan nuestra particular forma de interpretar la realidad.
Los vecinos de Gualeguaychú, vestidos de ambientalista ropaje, tienen miedo que la construcción de las plantas celulósicas de Fray Bentos afecte la pujante actividad turística de la comarca. Y decidieron llamar la atención nacional y regional impidiendo, piquetes mediante, la circulación por el paso internacional que une ambas ciudades.
(El gobierno nacional, dicho sea de paso, dejó hacer, retrotrayendo de un plumazo ciento cincuenta y cuatro años de nuestra historia, cuando la batalla de Caseros, ganada precisamente por un entrerriano, Urquiza, y la constitución de 1853 que ésta posibilitó, determinó que la representación de la política exterior argentina dejaría de ser patrimonio de una pocas personas, para que la asuma la totalidad del pueblo de la Nación Argentina a través de sus representantes).
Es así como, nosotros, los argentinos, que avanzamos en la correcta dirección de la defensa del medio ambiente y la soberanía, no somos adecuadamente comprendidos por Tabaré Vázquez y el resto de los uruguayos. Como no nos cabe duda de nuestro camino, es muy obvio que son ellos, los uruguayos, quienes circulan a contramano.
Pese a esto, el Tribunal Arbitral del MERCOSUR determinó que nosotros (es decir nuestro gobierno) no actuamos con "las debidas diligencias" para prevenir los bloqueos de los puentes internacionales, que significaron "agresiones al derecho de otras personas, que se vieron imposibilitadas de transitar y ejercer el comercio". Como los argentinos circulamos en el sentido adecuado, es el MERCOSUR quien avanza a contramano.
También el Tribunal Internacional de La Haya, que por una diferencia ínfima de votos (apenas 14 a 1) dictaminó que "Argentina no ha persuadido a la Corte de que la construcción de las plantas representa un perjuicio ni se ha demostrado que sea una amenaza actual de daños irreparables sociales y económicos", va en la dirección opuesta al del sentido común (el nuestro).
Como también lo hace la Unión Europea a través del Comisario de Comercio, Peter Mandelson, quien dijo que Botnia es una "víctima inocente" del conflicto generado por los ambientalistas de Gualeguaychú, y que la empresa no utiliza dobles estándares de calidad ambiental, según se realicen sus inversiones en Europa o fuera de ella.
O la ministra de Comercio Exterior de Finlandia, Paula Lehtomäki, que cuando hace unos meses estuvo en Sudamérica canceló la visita a Buenos Aires porque nosotros (bueno, nuestro Presidente) públicamente nos quejamos de que aquel país no intercedía ante BOTNIA para que desistiera de instalarse en Fray Bentos (ciudad uruguaya, por cierto).
Ni hablar del presidente francés Chirac, que desistió de visitar Argentina en su reciente viaje al cono sur por la forma en que nuestro gobierno "ha encarado la relación bilateral".
Y por último, ahora parece que según el Banco Mundial las papeleras no contaminan, lo que dejaría expedito el camino para el financiamiento de las obras de nuestras odiadas BOTNIA y ENCE.
Que todo el mundo esté a contramano es una prueba palmaria de que somos inocentes víctimas de una campaña tendiente a que torzamos nuestro rumbo, que nos desviemos de nuestro camino, que cambiemos nuestra dirección.
Sin embargo seguiremos adelante.
Porque nosotros, los argentinos, tenemos la certeza de que todos, absolutamente todos, están equivocados.
Ostia, ¿uno a contramano?, miles. Son miles.