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Relato de una dura travesía por Península Mitre

16/07/2008
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l 16 de abril pasado, Perla Bollo y Sergio Anselmino partieron de Estancia Moat para recorrer a pie la Península Mitre y sumergirse en unos de los lugares más vírgenes de la Tierra del Fuego, al que sólo acceden pocos aventureros. La travesía duró casi un mes y tuvo que ser abortada, ante las adversidades del clima y como consecuencia de que la mujer sufriera el congelamiento y necrosis en sus extremidades inferiores.
La pareja logró reunir trece horas de filmación, más de 3 mil fotografías que son apenas una pequeña parte de todo lo vivenciado. Bollo reconstruyó el recorrido con un relato que eligió compartir con el diario del Fin del Mundo. En él se conjugan los sentimientos, sensaciones descubiertas en esta experiencia que, sin lugar a dudas, marcarán sus destinos como aventureros.

Génesis de una aventura

La idea de documentar fílmica y fotográficamente la maravillosa Península Mitre estaba principalmente destinada a tratar de contribuir con material al proyecto que impulsa la creación del Área Natural Protegida Península Mitre.
Sergio Anselmino ya había realizado esta gigante travesía en abril de 2004. Había partido de la ciudad de Ushuaia hasta Río Grande recorriendo toda la costa de Península Mitre. En solitario, sin comunicación y con una mochila con 45 kilos caminó durante 45 días.
Documentó toda la península en más de 3500 fotografías y luego se encargó de mostrarlas a toda la provincia de Tierra del Fuego. Presentó una muestra fotográfica con más de 400 imágenes a la que llamó "La Tierra del Fuego desconocida", que fue muy concurrida y bien criticada.
Él también después de trabajar durante 6 años en un lento y exigente proyecto pudo cumplir un sueño: publicó dos libros de la fauna existente en la provincia, con todas sus fotografías y sus textos creó "Fauna del Canal Beagle" y "Fauna de Tierra del Fuego", que luego fueron declarados de Interés Educativo–Cultural por el Ministerio de Educación de la Provincia Resolución M.ED.Nº 1721/07.– Interés Turístico por el Intendente de la Ciudad de Ushuaia, Decreto Municipal Nº 1200/2006 .– y de Interés Institucional por la Administración de Parques Nacionales de la Republica Argentina, Resolución Nº 277/07.

El plan

Ahora yo era invitada a documentar en video esta tierra tan inhóspita. Acepté sin dudarlo. Dejé a un lado todos los comentarios negativos que empezaron a caer sobre mí y el proyecto. ¿Estar 40 días durmiendo en una carpa, sin bañarse? ¿Tomar agua de turba en todo ese tiempo? ¿Cruzar el río López (que se adueñó ya de muchas vidas) y todos los otros ríos y los acantilados?, eran algunos de ellos.
Quedaban tres meses para la fecha prevista, partiríamos desde Estancia Moat hasta Cabo San Pablo, siempre por la costa. Armar una travesía a pie, de tantos días, y ante una geografía y clima tan difícil requiere de muchos preparativos, detalles y realidades.
Sergio tenía más experiencia, así que empezamos con el plan de entrenamiento psicofísico. Aunque lloviera, nevara, hubiese viento o estuviéramos cansados, sin excepción durante dos meses tendríamos que correr una hora por día y así lo hicimos. Cuando faltó un mes para nuestra partida dejamos de correr y sugirió que, al igual que él, tratara de aumentar de peso lo más posible… no lo entendía.
Una cuerda de 60 metros de largo, mosquetones de seguridad, bengalas de emergencia, linternas, un handy, aguja e hilo de sutura, corticoides, antiinflamatorios, sales de rehidratación, analgésicos y otros, llenaron el botiquín; que como las anteriores fueron las primeras cosas en comprarse.
Carpa, bolsa de dormir, interiores térmicos, guantes y las dos únicas mudas de ropa que llevamos fueron cuidadosa y exigentemente elegidas. No obstante, sabíamos que en abril el clima es calmo con respecto a lluvias y vientos, no dejamos de tenerlo en cuenta.
El equipo fotográfico estaba compuesto por un trípode, dos cámaras reflex, una filmadora con quince cassettes de 1 hora y 3 baterías de alta duración. Para alimentar las cámaras de fotos llevaríamos 80 pilas de litio AA.
Lo que más nos preocupaba de todos estos detalles era la comida. Nos acercamos a la Armada Argentina y le preguntamos si podían enviar a su destacamento, ubicado en la Bahía Buen Suceso, una caja con alimentos, baterías y medicamentos para que cuando arribáramos a ese punto tuviésemos para reabastecernos y poder seguir de esta manera hasta Cabo San Pablo. Ellos como siempre accedieron con amabilidad y responsabilidad. A una semana de haberles entregado las cajas, nos informaban que ya habían sido dejadas en el destacamento.
Adolfo Imbert, quien realiza las únicas travesías a caballo por la península, partía hacia allí en una fecha cercana a la nuestra. Él, también muy amablemente, agregó a sus alforjas el peso extra que luego dejó en Policarpo.
Un velero que iba a realizar una travesía a una zona cercana a Bahía Aguirre se ofreció llevar alimentos para abastecernos cuando llegáramos a esa enorme Bahía. Armamos tres cajas con alimentos para tres días de estadía en ese lugar y para luego poder seguir con provisiones hasta la Bahía Buen Suceso. A pocos días de salir nos encontrábamos con la preocupación de la comida más que solucionada.

Adentrándose a lo desconocido

Martín Lawrence, siempre más que dispuesto para los proyectos de Sergio, nos llevó hasta Estancia Moat. Allí dejamos todos los nervios y ansias que, particularmente, me venían atormentando desde hacía tres meses.
El 16 de abril a las 15.30 horas cargamos las mochilas y empezamos lo que terminaría 29 días después. Como la primera noche buscamos un lugar reparado del viento y en lo posible cerca de un afluente de agua dulce sería la prioridad todos los días siguientes.
Pensé que el Faro San Pió ubicado en el extremo más sur de la República Argentina y su imponente paisaje de acantilados, rompientes y los increíbles vientos, iba a ser el lugar más lindo que conocería en esta travesía. ¡Qué equivocada estaba!
El ingreso a la Bahía Sloggett era acompañado con los relatos que Sergio me iba contando sobre su historia. El oro había logrado, en cierta manera, poblar esa bahía. Queda como testigo de aquello una gigante draga aurífera que todavía pelea con el viento y la humedad.
Él no me había hablado mucho del río López . Cuando estuvimos frente a él viendo su fuerte correntada me explicó que esa desembocadura era muy profunda, que trabajaba con la marea y cuando ésta subía el río aumentaba en aproximadamente 6 metros su ancho.
Luego de dos intentos fallidos de cruzarlo, más arriba, me encontré atada a la cuerda que Sergio sostenía en la otra costa justo en la desembocadura.
Él había cruzado nadando y luego cruzó las dos mochilas atadas con la cuerda que me dio seguridad. Después de prender un gran fuego se acercó a la costa y me gritó las ya repetidas y exigentes recomendaciones sobre el shock que me iba a provocar el agua helada durante esos aproximados 30 metros que nos separaban.
Temblando de frío junto al agradable fuego, recordé lo que Sergio me había dicho: "El peligroso río López es el peaje para ingresar a la maravillosa Península Mitre".
Llevábamos una semana caminando, y ese día fue más oscuro que los anteriores. El viento también era diferente. No respetaba una dirección y era muy frió. El 21 de abril dejábamos atrás Bahía Sloggett y también el buen clima. Antes del atardecer la nieve y los vientos ya se habían encargado de blanquear el interior del bosque donde habíamos decidido dormir. Por la mañana todo el paisaje se encontraba cubierto de una capa de 15 centímetros de nieve.
El ambiente era aun más oscuro que el día anterior. El mar muy agitado formaba una espuma consistente que era arrastrada por el fuerte viento hasta casi 300 metros de la costa.
Después de ponernos la ropa mojada del día anterior, comenzamos a caminar. El viento algunas veces traía nieve y otras granizo, el agua sobre la turba cubría nuestros pies. En dos ocasiones con mucho esfuerzo prendimos un pequeño fuego para hacer circular la sangre en nuestros helados pies.
La penúltima noche de los cuatro días que la nieve y el viento no dejó de castigarnos, y metidos dentro de la bolsa de dormir húmeda, me angustió tener que mostrarle a Sergio el color oscuro de los dedos de mis pies y contarle el dolor que iba incrementándose.
Esa noche fue terrible, no pudimos dormir ni un momento. Apenas me habló para recordarme que tomara otro antiinflamatorio. Eran un poco más de las cinco de la mañana. No estaba enojado, sus pensamientos estaban fijos en qué decisión teníamos que tomar.
A las 10 de la mañana el viento sacudió la carpa con ráfagas fuertísimas como lo había hecho toda la noche. No necesitábamos abrir la carpa y asomarnos para adivinar qué día existía afuera. Las gotas que caían del techo de la carpa, hasta la ya empapada bolsa de dormir y que apenas se podían ver por la luz gris oscura que se traslucía por las paredes, nos indicaban que todo seguía igual.
Mientras me pidió que le mostrara mis pies, me explicó –tratando de no transmitir preocupación– que había dos posibilidades. Señalándome el mapa me mostró que estábamos casi entrando en la Punta Kinnaird y que probablemente en un día y medio estaríamos en Puerto Español, donde tendríamos una salamandra, un techo y la comida que el velero nos había dejado en ese punto. O bien, tratar de pedir auxilio a algún barco desde donde nos encontrábamos para que nos sacaran de ahí. Sobre esta última alternativa me alertó que no vendrían a buscarnos hasta que no terminara la tormenta. Por lo tanto decidimos continuar.
Recién a las 11.30 horas comenzamos a caminar y a las 15.30 tuvimos que buscar un lugar para armar la carpa. El viento, el frío y la nieve no nos dejaron seguir. Después de haber pasado 17 horas adentro de la carpa nos levantamos entumecidos y casi psicológicamente derrotados.
Dejamos atrás la punta Kinnaird y entramos a Bahía Aguirre. Sin exagerar, creo que la humedad y el agua que existían en nuestras mochilas duplicaban el peso de éstas. Los pies ya no los sentía. Pasamos otra larga y desmoralizante noche apenas a 2 kilómetros de la Cueva Gardiner. Al otro día con una alegría inexplicable, sumergíamos el cuerpo hasta casi la altura del pecho en el río Bompland. Doscientos metros cubiertos por 30 centímetros de nieve nos separaban de la tan anhelada Estancia Puerto Español.

Un regocijo al alma

¿Cómo se puede ser tan feliz abriendo sólo una puerta? Mis lágrimas se mezclaron con la nieve. Una vez prendida la salamandra Sergio fue en busca de la comida que nos había dejado el velero. Su lento regreso y su cara me decían que algo no estaba bien. Con palabras caídas y shockeado, como nunca antes lo había visto, me dijo que las cajas con la comida no estaban. Yo no lo pude creer. No reaccionaba. Una ráfaga de viento más agresiva que las demás golpeando fuertemente la pared nos hizo recordar lo que había sido el mar los días anteriores.
Al regresar a Ushuaia nos enteramos de que, al final, el terrible clima que habíamos atravesado había sido mucho más benigno con nosotros que con el velero que nos iba a dejar el abastecimiento. La travesía junto con nuestra moral parecía acabarse hasta que encontramos un pequeño armario con algunos kilos de fideos, arroz, harina, azúcar y café. Pese a que todo estaba muy vencido, estas provisiones más el calor de la salamandra y lo confortable del lugar lograron que nos repusiéramos del cansancio. Mis pies comenzaron a mejorar bajo el efecto de los antiinflamatorios, el reposo y masajes.

Desafiando la naturaleza

La nieve se fue al igual que las oscuras nubes. Estábamos listos para continuar la travesía y dejar la apacible estancia atrás. Descender a las catorce cuevas que Sergio descubrió en su travesía en solitario no fue nada fácil, pero valió la pena. Entramos a casi todas. Cada una tiene un ambiente, color y aire diferente pero la que alcanza los 160 metros de profundidad es algo único. Su silencio, su total oscuridad y la energía que existe en su interior son cosas inexplicables.
Saliendo del cabo Hall caminamos teniendo como paisaje los espectaculares montes Atocha, Pirámide y Campana.
El ingreso a Bahía Valentín nos tuvo durante horas apenas sostenidos en difíciles acantilados. El esfuerzo fue compensado cuando logramos alcanzar la playa de varios kilómetros de largo de una arena fina y dorada.
Alcanzar la Bahía Buen Suceso hacía unos días se había convertido en una necesidad, casi no nos quedaba comida. Desde ese momento entendí por qué como parte del plan de entrenamiento estaba el aumentar de peso. A esa altura habíamos perdido varios kilos.
Nueve cóndores en un momento volaron a seis metros sobre mi cabeza en una de las cumbres cercana a Bahía Valentín, en los Montes Negros. Cinco de ellos eran juveniles y cuatro adultos, es lo único que puedo describir. El sonido que producían sus enormes alas al cortar el aire puro que envolvía esa altura, sus miradas directamente a nuestros ojos y lo pequeño que se siente uno ante esas espectaculares aves, creo que no lo voy a poder describir nunca.

Descubriendo sensaciones

Caminando en la playa de Ensenada Patagones fue cuando vi por primera vez la Isla de los Estados, que como un espejismo desaparecía y aparecía entre las azules nubes que se mezclaban con el mar. Son pocas las veces que esta Reserva Natural se encuentra despejada de las bajas nubes del mar austral. Sería muy afortunada si un día por la mañana pudiera verla pintada de rosas y dorados durante largos minutos por los tibios rayos del sol.
Pasamos días y noches que todavía duran en mis retinas. Una nube de estrellas cubrió nuestro campamento a 800 metros de altura. El silencio en algunos momentos me hizo dudar si yo existía. Sentí la fuerza y el frío del mar sobre mi espalda y no me causó temor, solo respeto. Creí que nunca tomaría agua de turba y fue lo único que bebí durante 29 días. Compartí y sentí la libertad de los guanacos, zorros, cóndores y aves marinas en su maravilloso y salvaje hábitat.
En estos días, el fuego cerca de nuestra carpa no solo entibió la comida, sino también mi alma, haciéndome sentir lo importante y necesaria que es la naturaleza para el ser humano.
Minutos después de que Sergio me mostró la silueta del faro Buen Suceso iluminado por los últimos rayos de luz, una ráfaga de viento me empujó y tiró al suelo. Sergio se dio vuelta para saber si lo que lo había sacudido a él también lo había hecho conmigo. Me vio tirada en esa cumbre pedregosa y no me dijo nada. No quería hacer sentir más importante a ese viento, que durante semanas no había dejado de querer lograr que le sintiéramos miedo.

Ocaso de una aventura

Caminamos las últimas 3 horas completamente de noche antes de saludar a las dos personas que salieron a recibirnos. Hacía 26 días que no veíamos gente. Los tres días que estuvimos en el destacamento de la Armada Argentina en Bahía Buen Suceso fueron de total amabilidad, respeto y buena comida. Pudimos comunicarnos con nuestras familias y decirles que nos encontrábamos bien y que seguiríamos camino a Cabo San Pablo.
Sentada frente al ventanal que da a la playa de la Bahía, disfrutando de la silueta de la Isla de los Estados, sostuve el mapa húmedo que nos había acompañado todo el viaje. Miré mi situación en éste y no pude creer que había llegado hasta ahí, muchos kilómetros nos separaban de Estancia Moat. Habíamos atravesado todos los ríos, bosques y acantilados que se encontraban a lo largo de toda esa costa.
Sergio me marcó en el mapa que la costa que nos faltaba era mucho más accesible que la que ya habíamos caminado. Los acantilados y cañadones ya no existían y la costa libre se volvería rápida y segura. En una semana y media terminaríamos nuestra travesía.
Mi pie hasta este momento se había mejorado, pero aunque ya no estaba tan inflamado yo todavía sentía un poco de dolor y en algunos lugares insensibilidad. La necrosis se había quedado instalada en cada dedo gordo de mis pies sin avanzar pero sin disminuir.
La marea bajaba a las 8.30 horas. A esa hora del día siguiente sería cuando dejaríamos el destacamento. Las mochilas ya estaban cargadas.
Sergio me invitó a caminar por las cercanías del destacamento, acción que no realizamos desde que habíamos llegado. Después de 45 minutos de caminar apenas podía subir los escalones para ingresar al destacamento. Mi pie izquierdo inflamado como antes nunca lo había visto, era el responsable de mi terrible dolor. ¿Por qué ahora? ¿La calefacción o el agua caliente me habían hecho mal? Ahora qué importaba, apenas podía apoyar el pie. La noticia afectó en lo más profundo a Sergio.
La tranquilidad y la fuerza con la que nos encontrábamos se la llevó la realidad. Sergio decidió que lo apropiado era no arriesgarnos a seguir, más allá de que el camino iba a ser fácil. Todavía faltaba una semana y media y no íbamos a cruzarnos con ningún lugar habitado. Teníamos que prevenir cualquier tipo de complicación futura y quedándonos ahí lo estábamos haciendo.
La noche anterior había fondeado en la bahía a unos 700 metros, frente al destacamento, el Buque Alférez Sobral de la Armada Argentina. Creo que se encontraba realizando un trabajo en la Isla de los Estados. Muy temprano se había ido y ahora se lo veía nuevamente fondeado dentro de la bahía.
Sergio decidió comunicarse con el comandante para saber si existía alguna posibilidad de que cuando ellos terminaran su trabajo y estuvieran por regresar a Ushuaia me embarcaran aunque sea a mí. Me pareció bien y aunque me encontraba muy triste (yo no quería renunciar a lo que habíamos empezado juntos) sabía que Sergio tenía razón, no podíamos dejar de prevenir teniendo esta posibilidad.
Se comunicó con el buque y les informó sobre el estado en que me encontraba aclarándoles que no era una ni una emergencia ni una urgencia, que si existía la posibilidad de que cuando ellos regresaran a Ushuaia me embarcaran a mí.
Aguardamos la respuesta y más tarde se comunicaron informando que el comandante había decidido que al otro día a las 9 de la mañana enviaría un gomón a buscarnos y que partiríamos para Ushuaia. Y así fue, a las 9 de la mañana un oficial nos entregó un salvavidas y nos ayudó a subir al buque… La estela que alejaba al gomón de la bahía alejaba también parte de nuestro viaje.
El diagnóstico del enfermero del barco a minutos de haber subido al mismo confirmaba que habíamos tomado la mejor decisión. La atención en el Alférez Sobral fue desde el principio y hasta el final excelente, nos sentimos como en casa. El comandante Fernando Gabriel Gamero, una persona muy amable, sensata y gentil, nos mostró los registros del terrible clima que había golpeado la costa y mis pies.
A las 23 horas una ambulancia de la Armada pedida por el comandante del Alférez Sobral me esperó en el puerto cuando desembarcamos. Así finalizó uno de los viajes más difíciles pero más maravillosos que he realizado. Las secuelas y el aprendizaje fueron totalmente positivos.

La puerta abierta

No dudaría en aceptar otro viaje igual, no dudo de que voy a recorrer la otra costa de Península Mitre, la cual creo que debe ser protegida sin más demoras. Tenemos que ser concientes de la urgencia que existe en el planeta de salvar los pocos lugares naturales que quedan y sobre la importancia que estos significan para el ser humano.
Trece horas de filmación y más de 3000 fotografías completan el diario de este viaje, apenas una pequeña parte de todo lo que vivimos.
Quiero agradecer especialmente a Sergio por invitarme a realizar esta travesía y por transmitirme tranquilidad, confianza y seguridad, en todo momento demostrando una adaptación al medio natural que sólo logran aquellos que aman realmente la naturaleza. A todas las personas que compartieron y colaboraron en este viaje, todos ellos incondicionalmente y a nuestras familias que nos apoyaron en todo momento.
Para ver fotos de la travesía los interesados podrán ingresar al sitio web www.sergioanselmino.com.ar. Interesándome más en profundo sobre lo que había llevado a mi pie a esa situación, leí y me asesoré sobre las características generales de la hipotermia, como prevenirla y su recuperación. Quienes quieran conocer detalles e información muy precisa de este tema, la encontrarán en la siguiente dirección: http://tratado.uninet.edu/c090404.html#Tabla%2010.

Perla Bollo

Agradecimientos

A Martín Lawrence, Haydee Mernier, Adolfo Imbert, Gabriel y Alejandro, Farmacia Andina, Carlos Burlando y José Luis Diario que desde el mar se encargaron de avisar a nuestras familias que nos encontrábamos bien en esas latitudes tan solitarias.
A la ARMADA ARGENTINA por todo su apoyo y compromiso. A la dotación destinada al destacamento Buen Suceso, Cesar Paredes, Luis Antunez, Jesús Romero, Walter Núñez, y Pablo Villalba que nos trataron como a su familia. A toda la tripulación del Alférez Sobral y principalmente al señor comandante Fernando Gabriel Gamero.