Textos: Federico E. Gargiulo

El aviador que soñó con la Tierra del Fuego

07/01/2010
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"He venido desde mi lejana patria para volar por encima de infinidad de parajes que el ojo hu-mano no había contemplado aún, aportando así una nueva luz a las oscuras páginas de la Historia del Mundo."

Con este elocuente párrafo describe Gunther Plüschow, en su libro Sobre la Tierra del Fuego, aquello que lo llevó a embarcarse en su goleta Feuerland (Tierra del Fuego), atravesar las aguas del Atlántico y una vez del otro lado, en las costas de la Patagonia, sobrevolar los gélidos cielos australes.

Un joven y su sueño

En 1886 nació en Munich, Alemania, Gunther Plüschow. Desde una muy temprana edad, se vio atraído por la Tierra del Fuego, llamándome así misteriosamente desde mi primera infancia, en palabras suyas.
Siendo un pequeño colegial de la sexta clase, llegó a las manos del joven Plüschow una curiosa fotografía, en la que figuraba un crucero alemán anclado delante de un glaciar rodeado de una magnífica selva. Aquel idílico lugar era la Tierra del Fuego. Poco, más bien nada, sabía él acerca de ese lugar, ni siquiera dónde estaba situado. Sin embargo, aquella imagen le produjo una sensación única, que lo impulsó a conservarla y clavarla en la puerta de su ropero, ropero que convirtió luego en su refugio, en una suerte de templo al que acudió por siete años, durante los cuales añoró fuertemente estar allí: en esos glaciares, en esos bosques y en esos mares de olas bravías.

En el mar, sólo en el mar
 
Años más tarde ingresó Gunther Plüschow a la Marina Imperial. De alguna manera, el primer paso hacia la Tierra del Fuego estaba hecho.
Fue gracias a la condición errante de su profesión, que viajó por el mundo y cruzó mares lejanos. No obstante, no pudo alcanzar su sueño de juventud en la América del Sur, en la distante y desconocida Patagonia.
Una vez fuera de la Marina, Plüschow temió no volver jamás al mar. Pero muy pronto, ya se hallaba navegando en un bergantín de nombre Parma, hacia el Atlántico Sur, en el "país de las maravillas", como él lo definió. Al doblar el mítico Cabo de Hornos, se encontró, a través de la tempestad y de la lluvia, con una tétrica y misteriosa visión de su añorada isla, su Tierra del Fuego. Mas no pudo él penetrar en ella, lo que transformó su deseo en una necesidad perentoria y violenta, como narra el joven aventurero en su tercero y último libro, Sobre la Tierra del Fuego.

¡La Tierra del Fuego llama!

Años más tarde, el insistente capitán alemán lograba su sueño, luego de atravesar el océano Atlántico a bordo de su barco, el Feuerland (Tierra del Fuego), especialmente construido para su expedición.
El mismo día que Magallanes embocaba en el estrecho que hoy lleva su nombre, ingresaba Plüschow en él, cuatrocientos años más tarde. Y dos jornadas después, llegaba a Punta Arenas. Allí encontró a Ernst Dreblow, quien lo esperaba hacía tiempo con su Cóndor de Plata –un hidroavión que Plüschow había enviado desde Alemania–, presto a cruzar los cielos australes.
A bordo del Feuerland se internaron, los miembros de la expedición, en el complicado y laberíntico circuito de canales y fiordos del archipiélago fueguino. Navegaron a través de estrechos brazos de agua en los que caían a pique, como gordas cintas plateadas, ventisqueros gigantescos. En una de las costas desembarcó a solas el capitán, para encontrarse de lleno con esa magia y esa imagen de su infancia, con la que durante treinta y cinco años había soñado.

En el aire

Pero lo que motivó el espíritu aventurero de Plüschow, los hechos lo demuestran, no fue solamente el ámbito marítimo sino también el aéreo. Y en este último sentido, algo más profundo aún lo impulsaba a volar entre las nubes patagónicas: el hecho de ser el primero en hacerlo. Y el mundo entero, a través de sus increíbles filmaciones desde el aire y del magnífico documental que armó a su regreso, puede dar fe de ello. También pueden hacerlo los escasos habitantes, hoy ancianos, otrora niños, que en ese entonces residían en Ushuaia, cuando ese extraño pájaro metálico amerizaba en las aguas de la bahía homónima. O si quisiesen, podrían narrar la historia algunos antiguos personajes de Punta Arenas, de cuando un capitán foráneo y su copiloto trajeron desde la pequeña población frente al Canal Beagle, la primera saca de correo, por vía aérea.
Plüschow fue pionero en la aviación del espacio aéreo Patagónico y fueguino, él fue el primero en sobrevolar la cordillera Darwin, en la Tierra del Fuego chilena, el primero en volar sobre Ushuaia, el mítico Cabo de Hornos y las imponentes Torres del Paine.
Dos años demandó su expedición, pero al fin trajo sus frutos: una importante colección de fotografías, un extenso documental sobre todo el viaje y, finalmente, un completo volumen sobre el desarrollo global de su magna aventura.

Un final con sabor amargo: la muerte de Plüschow

A pesar del éxito que tuvo con su libro Sobre la Tierra del Fuego y con el documental de su viaje, Plüschow aún tenía ansias de seguir explorando las regiones patagónicas. Para este segundo viaje planificó una serie de sobrevuelos, los cuales no había podido concretar en su expedición anterior. Su hidroavión había permanecido dos años guardado en un frío galpón, y había sufrido importantes deterioros. Más allá de los impetuosos intentos del mecánico Ernst Dreblow por volver al Cóndor de Plata a su estado original, una de sus alas se quebró después de una sucesión de peligrosos vuelos por la cordillera de los Andes, en el momento que intentaba amerizar sobre el lago Rico, en territorio argentino. Ni Plüschow ni Dreblow sobrevivieron. Ambos saltaron antes de que el avión se desplomase sobre las aguas del lago. El capitán se estrelló contra las duras rocas, sin que su paracaídas se abriese, y murió al instante. La suerte de su copiloto fue algo diferente, aunque con un desenlace similar. Cayó al agua, y pudo nadar hasta la orilla, pero murió no bien llegó a ella, de un paro cardíaco, dadas las bajas temperaturas del lago.

El legado de Plüschow hoy

El triste suceso de la muerte de los aviadores alemanes acaeció un 28 de enero de 1931. Más de setenta años han pasado, pero el tiempo parece reavivar su nombre a fuego. Sendos monumentos en el mundo entero dan fehacientes pruebas de eso. Y también muchos fanáticos, como el alemán Bernd Buchner, quien compró el barco de Plüschow, que se encontraba navegando, aún con la robustez de antaño, en las islas Malvinas. O como el argentino Roberto Litvachkes, quien confeccionó un modelo a escala real del Cóndor de Plata, que se encuentra actualmente en nuestra ciudad. Un merecido homenaje a uno de los más valientes pioneros de la aviación en Patagonia.