La historia antártica también es historia argentina

José María Sobral, el primer argentino que invernó en el continente blanco

21/01/2010
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extos: Federico Ezequiel Gargiulo [email protected]

Cuando hablamos de la exploración antártica, muchas veces tendemos a recordar las célebres –y no siempre exitosas– expediciones de personajes como Amundsen, Scott y Shackleton, todos ellos procedentes de países europeos. Sin embargo, nos olvidamos que también en nuestro país contamos con hombres valientes que ayudaron en la configuración de las bases del conocimiento y la investigación científica del continente más frío del planeta. Aquí hablaremos de uno de ellos, el alférez de navío José María Sobral.

Sus orígenes

José María Sobral nació en Gualeguaychú, Entre Ríos, el 14 de abril de 1880, curiosamente el mismo día de su muerte, 81 años después. Fue el mayor de una familia numerosa, de ocho hermanos. A los quince años ingresó en la Escuela Naval y egresó como Guardiamarina en agosto de 1898. Efectuó el primer viaje de instrucción en el buque escuela Fragata Sarmiento, buque que hoy en día funciona como museo en Puerto Madero, ciudad de Buenos Aires.

Expedición sueco–argentina a la Antártida

Los orígenes de la expedición que hicieron famoso a nuestro José María Sobral, se remontan a los congresos geográficos internacionales de Londres (1895) y de Berlín (1899), en donde se estimuló la organización de expediciones internacionales a la Antártida. Dentro de ese marco, Otto Nordenskjöld, hombre de origen sueco y con sangre pionera –su tío también fue un famoso explorador polar–, planeó un viaje de investigación científica a la Antártida. Pero no todo salió como lo planeado, y a pesar de que los objetivos fueron cumplidos, aquella expedición se tornó en una singular aventura.

La cooperación argentina con Suecia

Argentina mostró desde un principio su interés en colaborar en la logística y desarrollo de la expedición organizada por el doctor Otto Nordenskjöld. A cambio de un importante abastecimiento de provisiones, el Gobierno Nacional, instigado por el reconocido perito Francisco P. Moreno, pedía la inclusión de un miembro argentino en el equipo investigador. El elegido fue el joven José María Sobral, de tan sólo 20 años, quien ocuparía su tiempo en tareas de observación meteorológica, reconocimiento geológico y estudios de biología.

Proa al Sur

A bordo del buque Antartic, partió el 21 de diciembre de 1901 desde Buenos Aires la expedición sueca–argentina. Después de extensas singladuras, después de atravesar las briosas tempestades tan típicas del Pasaje de Drake, los tripulantes del Antartic desembarcaron en la isla Cerro Nevado (Snow Hill), donde armaron una pequeña cabaña de madera prefabricada. Insertos en un crudo invierno, los valientes investigadores desarrollaron importantísimos estudios de diversa índole, los que arrojaron luz a los escasos conocimientos de la época. Pero pasó el invierno y el Antartic, que debía regresar al equipo de científicos a casa, no apareció. Había corrido una suerte inesperada: había sido atrapado por el hielo.

El naufragio del Antartic y mucho tiempo de espera

El Antartic naufragó en el mar de Weddell, mientras navegaba hacia el lugar donde recogería a los cansados invernantes. Con poquísimos recursos, el capitán Larsen y su tripulación debieron construir un precario refugio de piedra en la isla Paulet. Sin mucho más que hacer, al igual que el resto los expedicionarios, esta parte del equipo se vio obligada a esperar un milagro. Y aquel milagro tuvo nombre y apellido: Julián Irizar. Aquel hombre de hierro –cuyo nombre ha sido inmortalizado en el rompehielos insignia de la Argentina– dirigió la misión de salvamento a bordo de la corbeta Uruguay, la que llevó de regreso a los incomunicados y extenuados exploradores, luego de un penoso invierno lleno de privaciones.

De vuelta en casa. Los logros de Sobral.

José María Sobral alcanzó renombre por sus dos inviernos consecutivos en el continente antártico. Sobre aquel viaje escribió Dos años entre los hielos, sin duda su libro más famoso. No obstante, Sobral se distinguió en otros campos luego de su odisea en el continente blanco.
Al regresar de su aventura, Sobral pidió la baja de la Armada y se dirigió a la ciudad de Upsala, Suecia, donde estudió geología en la Universidad. Se doctoró en el año 1913, y fue el primer geólogo argentino con un título universitario. Para el año 1924, ya de regreso en la Argentina, llegó a ser director general de la Dirección General de Minas e Hidrografía. En 1930 fue nombrado Cónsul General en Noruega y a fines de 1931 ingresó como geólogo en YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) donde se jubiló en 1935.
Nunca olvidó la Antártida, materia sobre la cual continuó sus investigaciones. En múltiples conferencias al respecto, siempre sostuvo la necesidad de su ocupación pacífica, tanto del continente antártico como de los archipiélagos subantárticos.
Entre sus obras más importantes merecen ser destacadas El Futuro de Nuestra Armada, Problemas de los Andes Australes, Sobre Cambios Geográficos, La Frontera Argentino-Chilena en el Canal de Beagle y su ya citado Dos años entre los hielos. En algún lugar de aquella joya escribió unas líneas que reflejan un espíritu incansable: "El hombre nunca debe contentarse con la victoria adquirida; el éxito no solo no debe ofuscarle sino que debe darle nuevo aliento para atacar lo más difícil, porque precisamente en eso se encuentra el placer de la vida".