Hombres de hierro

Sir Ernest Shackleton y su expedición Imperial Trans-Antártica

28/01/2010
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extos: Federico Ezequiel Gargiulo[email protected]

La historia de la exploración antártica ha sido exclusiva de unos pocos hombres con temple de acero, hombres de férrea voluntad que han podido torcer, en algunas ocasiones, un destino trágico. Son muchas y admirables las crónicas propias de las primeras avanzadas al continente blanco, pero en mi humilde opinión, pocas representan una hazaña tan grande como la de Ernest Shackleton en su expedición Imperial Trans-Antártica. Si bien estuvo lejos de lograr los objetivos propuestos de esta difícil travesía, sin quererlo su periplo hizo ecos en la posteridad, y se tornó en una de las historias de supervivencia humana más extraordinarias de todos los tiempos.

Shackleton y sus expediciones antárticas

Shackleton nació en Irlanda en 1874 y a la temprana edad de 17 años ingresó a la Marina Mercante. Realizó varios viajes en los que ganó una vasta experiencia. Con tan solo 24 años, el joven Shackleton era nombrado capitán. Su primer viaje a la Antártida, en 1901, se llevó a cabo a bordo del Discovery, bajo el liderazgo de Robert Falcon Scott.
Años más tarde, Shackleton organizó otro viaje al continente más frío del planeta, la llamada Expedición Imperial o Nimrod, nombre del barco utilizado en aquella ocasión. El principal objetivo de Shackleton en esta oportunidad fue alcanzar el Polo Sur. Tan sólo a 180 kilómetros de aquel punto no conquistado hasta entonces, el valiente capitán y su grupo debieron regresar. La gloria de ser el primero en llegar estaba reservada no para los ingleses, sino para los noruegos, de manos de Roald Amundsen. Scott llegaría al Polo Sur muy poco tiempo después de él, sin embargo, ello le costaría la vida.
En aquel contexto, la Patria inglesa se sentía mancillada. Entonces fue que Shackleton planeó su expedición más célebre, aquella que lo llevó a la inmortalidad en el mundo de los hombres: la expedición Trans-Antártica.

Shackleton dobla la apuesta

Alcanzar el Polo Sur ya no constituía una novedad por esos tiempos. Por esta razón, y también para recuperar la "honra perdida" en aquella carrera hacia el polo, Shackleton decidió doblar la apuesta. Pasaría por el Polo Sur, pero también atravesaría el continente blanco desde el sur del mar de Weddell hasta la isla Ross, en una marcha de no menos de 3000 kilómetros. Para aquel viaje se construyó un barco llamado Endurance (resistencia). De alguna manera y casi sin quererlo, el rótulo de aquel navío sería un vaticinio de lo que necesitarían Shackleton y su tripulación en su difícil odisea.

El final del Endurance

La expedición partió de Londres el 1 de agosto de 1914, cuando comenzaban las hostilidades de la Primera Guerra Mundial. Shackleton ofreció poner al servicio de su patria su barco y sus hombres, sin embargo, los soberanos ingleses mandaron al valiente explorador a que continuase su viaje.
Pero los hechos no se sucedieron como lo previsto, y Shackleton debió renunciar a sus objetivos cuando su barco quedó atrapado en el hielo cerca de su destino. De a poco, debido a la inconmensurable fuerza de las gigantescas masas heladas, el resistente buque se fue destrozando como si estuviese hecho de papel. Conforme pasaban los días, su arboladura, otrora esqueleto de un ejército de gruesas velas, se fue quebrando. Su porte de gigante, su arrogancia de navío a prueba de todo, se fue desvaneciendo junto a los sueños de Sir Ernest Shackleton. El no lo sabía aún, pero ya nunca llegaría al ansiado Polo Sur.

La increíble lucha por sobrevivir

Primero en trineo a través del mar de Weddell, y posteriormente en bote hacia la Isla Elefante, los miembros de la expedición se desplazaron con sus pocas pertenencias a cuestas. Frank Hurley, fotógrafo de la expedición, inmortalizaba en placas los momentos más difíciles. Aún se conservan aquellas tristes imágenes en donde se ven los mástiles torcidos del Endurance emergiendo del hielo, como si fuesen una pequeña mano pidiendo ayuda.
Una vez en la isla Elefante, reconstruyeron el James Caird, uno de los botes del barco devastado. Con esta pequeñísima cáscara de nuez de tan sólo 6,7 metros de eslora, Shackleton y cinco de sus hombres navegaron hasta la isla San Pedro, en las Georgias del Sur. Aquella arriesgadísima singladura a través del mar embravecido, difícilmente encuentre un viaje que pueda comparársele en la historia de la navegación. Tocaron tierra, y casi sin respiro, otra vez se puso a prueba la decisión y el coraje del valiente líder. En una marcha de 36 horas ininterrumpidas, atravesaron la cordillera interior de la Isla —aún sin cartografiar hasta entonces— hasta llegar hasta el puerto ballenero Stromness. Antes de arribar, escucharon un silbido, lo que los embriagó de júbilo. Aquel había sido el primer sonido externo escuchado en 17 meses. Con los pies congelados y casi en estado de hipotermia, los extenuados hombres fueron atendidos. Una vez recuperados, pudieron organizar el rescate.
Desde Punta Arenas, gracias a la ayuda dispensada por el gobierno chileno, Shackleton pudo rescatar a los 22 hombres que habían permanecido en la Isla Elefante. El Yelcho, comandado por el piloto Luis Pardo Villalón, fue el navío encargado de llevarse sanos y salvos a los miembros de la tripulación.
Debido a que todos los integrantes de la expedición sobrevivieron, las decisiones y la conducción de Shackleton son tomadas como un modelo de liderazgo en situaciones extremas.

Su última expedición a la Antártida

En 1921 Shackleton organizó otra expedición al continente blanco, en un navío de nombre Quest (búsqueda). Entre sus miembros se encontraban algunos de los antiguos integrantes del viaje del Endurance. Pero mientras esperaban fondeados a que el tiempo mejorase en el puerto de Grytviken, en Georgia del Sur, Shackleton murió de un ataque cardíaco. A pesar de que trasladaron su cuerpo a Inglaterra, su esposa pidió que fuese enterrado en Grytviken. Su voluntad se cumplió y fue enterrado allí, y en su tumba se erigió una estela funeraria. Hoy es visitada por miles de turistas que arriban a la Isla en cruceros.
La historia de Shackleton no sólo es un gran ejemplo de liderazgo, sino también de heroísmo, coraje y optimismo, virtudes muy necesarias en situaciones límites.