Héroes argentinos

Comandante Luis Piedra Buena: un marino con alma solidaria

18/02/2010
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extos: Federico Ezequiel Gargiulo[email protected]

Luis Piedra Buena, incansable navegante del Atlántico Sur, ha demostrado con creces ser uno de los más grandes marinos argentinos de todos los tiempos. En épocas donde los rudimentos de la navegación exigían no sólo la pericia en los conocimientos náuticos, sino también nervios de acero y un coraje a prueba de todo, este valiente argentino sirvió loablemente a la patria. Pero su fama trascendió los mares australes, ya que salvó a cientos de náufragos que sin su ayuda, hubiesen vivido otro destino.

Patagones, 1833

Por el año 1833, la Patagonia era aún más vasta que hoy y vivir más allá de los territorios al otro lado del río Colorado era toda una aventura. Inmerso en el medio de esas tierras jóvenes, en Carmen de Patagones, nacía Luis Piedra Buena. Aquella minúscula población era una aldea con casas de Adobe, a orillas del río Negro. Pero a pesar de su precariedad edilicia por aquel entonces, Carmen de Patagones había sabido acuñar una historia heroica. Luis Piedra Buena no defraudaría de modo alguno a su cuna bravía, todo lo contrario, se convertiría en el primer adalid patagónico que supo defender la soberanía argentina sobre la Patagonia, en palabras de Raúl Entraigas, uno de sus más importantes biógrafos.

Sus primeros acercamientos a los barcos

Desde su más tierna infancia, el pequeño Luisito se entretenía armando barquitos que luego botaba en las oscuras aguas del Río Negro. Gastaba sus horas observando las maniobras de los buques atracando en puerto, el calafateo de roídos navíos y el constante despliegue de las velas de barcos que iban desapareciendo de a poco en alguna curva del río. Luis Piedra Buena tuvo el privilegio de encontrarse con embarcaciones que serían famosas, como el caso del Beagle, en la que viajaban Fitz Roy y Darwin.
A la edad de ocho años, Luisito construyó una balsa de madera a escondidas de sus padres. Una vez dispuesta en el agua del río, se echó a andar corriente abajo. Navegó durante veinte millas, hasta que un marino de nombre Lemon, capitán de un pailebote norteamericano, lo levantó en su navío y lo condujo de regreso al puerto de Carmen de Patagones. Al ver el foráneo capitán una vocación marinera tan marcada en el joven Luisito, suplicó a sus padres llevarlo a los Estados Unidos a fin de darle una instrucción náutica completa. Con dolor por el desprendimiento, pero quizá apostando al futuro de Luis, los padres cedieron. Y así fue que, con tan sólo nueve años, Luis Piedra Buena decía, al menos por un tiempo, adiós a la Patagonia. Quizá mirase con aire nostálgico a ese eléctrico océano azul. Pero seguramente también esbozaba una sonrisa llena de esperanza. Sabía que para atravesar aquellos mares encrespados y feroces, primero debía nutrirse del arte y la ciencia de la navegación.

La Patagonia llama. El regreso de Piedra Buena a los mares australes

Corría el año 1848. Con dieciséis años y un grado de segundo oficial, Luis Piedra Buena ponía proa hacia el Atlántico Sur, hacia ese océano helado que sería testigo de sus más heroicas hazañas. A bordo del John Davidson, más al sur de la Tierra de Graham, Piedra Buena se convertía en el primer argentino en surcar la Antártida. Su misión, al igual que los férreos marinos de la nao, era la caza de ballenas.
Tiempo después de largas aventuras pesqueras en los mares australes, el navío John Davidson recalaba en las Malvinas para reaprovisionarse, y luego, en río Negro, en su Carmen de Patagones natal. Después de una larga pero justificada ausencia, el otrora Luisito, ya todo un hombre, volvía a abrazar a sus padres. Sin embargo, la estadía del joven marino sería efímera como las palabras en el viento. Su accionar en las costas patagónicas recién comenzaba.

Piedra Buena, socorrista internacional

Debido a un fuerte temporal, el John Davidson se vio obligado a recalar en la Isla de los Estados. Desde la banda del navío observaron los restos de un buque náufrago. Debido a la insistencia de Piedra Buena, bajaron a inspeccionar en busca de los desdichados a lo largo de las escabrosas costas de la isla. Efectivamente, Luis encontró y salvó a catorce náufragos de la muerte. Ese sería el primero de los tantos salvatajes efectuados por el valiente marino argentino. Y gracias a ellos, gracias a su solidaridad infinita –debido a la cual debió en muchas ocasiones descuidar sus actividades comerciales– fue reconocido internacionalmente.

Las actividades comerciales de Piedra Buena. La Isla Pavón y la Isla de los Estados

Piedra Buena instaló factorías de la Isla Pavón, en el río Santa Cruz, y en la Isla de los Estados. En esta isla se dedicó a la caza de pingüinos y lobos marinos para la obtención de aceite, lo que constituía su sustento económico. Muchas veces, como ya he esbozado anteriormente, debía renunciar al producto de sus campañas a fin de socorrer a los numerosos náufragos que recibía la isla. En el año 1868, el gobierno argentino le concede las islas Pavón e Isla de los Estados.
Por la rudeza de estos trabajos realizados a la intemperie, la salud de Piedra Buena se fue deteriorando rápidamente. Sin embargo, su espíritu de luchador incansable seguiría intacto hasta el final de sus días.

Don Luis y la Soberanía argentina

Piedra Buena fue uno de los principales defensores de la Soberanía Argentina en la Patagonia. Claro que para ese entonces, esas tierras al sur del país eran un desierto olvidado y salvaje, y poco importaba a los gobernantes del centralismo porteño. Sin embargo, el patriota Don Luis seguía defendiendo el dominio argentino en el Sur, e incitaba por medio de cartas y recomendaciones al gobierno, la necesidad imperiosa de poner ojos en las latitudes australes. Todas aquellas eran súplicas gritadas a oídos que no oían. Cada tanto, el gobierno argentino reconocía sus logros y servicios mediante "honores" y títulos honoríficos, que poca justicia hacían a la importantísima tarea efectuada por nuestro marino en el sur.

La muerte de Piedra Buena

En 1883, ya con el título efectivo de teniente coronel de marina de Guerra, Luis Piedra Buena vivía sus últimos años. El 10 de agosto de ese año, moría nuestro prócer, en su departamento de la calle Tucumán, en la ciudad de Buenos Aires. Un diario había publicado, con toda la razón del mundo, una frase que definía con absoluta fidelidad la vida del marino: "!Ha muerto Don Luis Piedra Buena, pobre, como mueren los fieles servidores de la patria!" . Esperemos que su vida no haya sido en vano, ojalá sus acciones sean recordadas por las nuevas generaciones, ojalá exista en cada ciudad una calle con su nombre, una plaza con su estatua y, sobre todas las cosas, ojalá sus proezas sirvan de ejemplo a los nuevos guardianes de la Patria.