Historia de la Patagonia

La Patagonia trágica

11/03/2010
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extos: Federico Ezequiel Gargiulo[email protected]

En el año 1920 los peones rurales de una Patagonia helada se revelaban contra condiciones laborales y de vida inhumanas. Los sectores más poderosos de la sociedad en ese entonces reaccionan y aplastan la protesta mediante las armas, dejando ríos de sangre que aún hoy recorren la estepa como espectros del pasado. Una historia común de la Argentina, la de una represión y matanza sin límites, y la de una ausencia de justicia y condena.

Contexto mundial y argentino

Para comenzar a hablar de los tristes sucesos acaecidos en las estancias patagónicas durante la segunda década del siglo pasado, es necesario antes construir un pequeño marco donde poder insertar aquellos sucesos funestos.
La Revolución Bolchevique de 1917 y el término de la Primera Guerra Mundial en 1918, fueron hitos en la historia universal que dieron lugar al incremento de los conflictos sociales. Las masas de trabajadores, víctimas de la crisis económica devenida de la posguerra, tomaron la revolución rusa como ejemplo inspirador, y se organizaron para luchar contra las injusticias padecidas.
En territorio argentino, desde 1917 se producen huelgas de trabajadores ferroviarios y de ingenios azucareros. En Buenos Aires los obreros de los talleres Vasena deciden mancomunarse para bregar por mejores salarios y por condiciones de trabajo dignas. Pero la represión en el gobierno de Yrigoyen es cruenta: fuerzas policiales, del ejército y grupos civiles armados de la oligarquía castigan con total impunidad e indiferencia a quienes luchan por lo que es justo. Los represores aplanan con rigor y se llevan consigo a 1.500 muertos y a cerca de 4.000 heridos, según las fuentes oficiales. A pesar de la desgracia, a pesar de los asesinatos exentos de culpa, el aire revolucionario se expande como un fuego voraz. En el Chaco santafesino los trabajadores se levantan en contra de la compañía inglesa La Forestal, la que busca la máxima ganancia a cualquier precio. Y en nuestro lejano sur, el viento se lleva los reclamos pero no el espíritu de lucha y de conservación. Este quedará anclado en el yermo suelo de la estepa, y ni siquiera el plomo de las balas podrá extinguirlo.

Primeras huelgas en la Patagonia

En el invierno de 1920 los peones de las estancias patagónicas gritaron sus reclamos a los cuatro vientos, inaugurando así el proceso que la historia rotuló como "Patagonia Trágica" o "Patagonia Rebelde". Las peticiones hoy día siguen sonando asombrosas: entre otras cosas, los trabajadores rurales exigían que en un cuarto de 16 m² no durmiesen más de tres hombres, que se redujese la jornada laboral de hasta 15 horas diarias, el aumento de los salarios –muchas veces pagados en bonos con valor únicamente en las proveedurías propias de las estancias, que vendían sus mercaderías a precios elevadísimos–, comida digna, y la entrega de un paquete de velas mensual por obrero.
Primeramente, ni éste ni un segundo pliego con menos exigencias que las consignadas más arriba, fueron acatados por las autoridades locales, que respondían más a la Sociedad Rural, a aquel club de grandes latifundistas, que al Gobierno Nacional mismo. Por esta razón, los obreros comenzaron a organizarse y las huelgas se hicieron efectivas en el territorio de Santa Cruz y el Chubut. Sin nadie que escuchase sus ruegos, sus gritos de protesta y sus manifiestos, debieron juntarse y armar la resistencia. Fue entonces cuando el presidente Yrigoyen envío a la Patagonia al coronel Héctor Benigno Varela en enero de 1921, con fuerzas de caballería y marinería, a fin de apaciguar las aguas y tratar de llegar a algún acuerdo. En resumidas cuentas, los huelguistas y Varela se entrevistaron, y finalmente el pliego con las mejoras en las condiciones laborales fue firmado por los poderosos latifundistas del sur. En conclusión, los obreros habían logrado, mediante la fuerza de la unión, un convenio que no se había conseguido en ninguna otra parte del país. Sin embargo, ese triunfo estaría reflejado sólo en los papeles, ya que en la vida real, los peones rurales seguirían padeciendo la misma miseria que antes.

Las nuevas huelgas y el origen de la tragedia

No bien abandonaron las tropas el sur argentino, pareciera que los signatarios del convenio se hubiesen olvidado de aquello que habían firmado. Comenzaron a surgir fuerzas parapoliciales como los "guardias blancos", fuerzas auspiciadas por la llamada "Liga Patriótica", liga que de patria, poco tenía. Se volvieron moneda corriente las deportaciones de obreros a Buenos Aires y los encarcelamientos de militantes obreros. Surgían nuevas huelgas y ya se respiraba en el viento helado de la Patagonia un aire enrarecido, un aire con el frío aroma de la muerte.
Por su parte, los obreros procedieron a la toma de algunas estancias en forma moderada, de la misma manera que se habían manejado durante las primeras huelgas. Pero la oligarquía terrateniente no estaba ya dispuesta a ceder a ninguna petición, esta vez querían aplastar definitivamente cualquier rebelión, y para aquel fin se hacía necesario derramar sangre. O al menos así lo entendieron los amigos de la Sociedad Rural. Amigos que por cierto, además de tener gran influencia en el poder, manejaban la prensa de la época. Con todo tipo de artilugios y falaces mentiras, se encargaron –a través de periódicos como La Razón, La Prensa y La Nación– de barbarizar a los peones rurales, de denunciar el peligro anarquista, y de sugerir la posibilidad de que el gobierno chileno tratase de tomar territorios en el sur. Con una opinión pública bien manejada, pudieron lograr que Yrigoyen despachase, una vez más, al Coronel Varela hacia el sur. Y si bien hubo una pequeña facción que perpetró asaltos y otros excesos, las movilizaciones de los trabajadores fueron pacíficas. Y, de ninguna manera, justificaron lo que vino después.
En esta segunda incursión de Varela, no hubo lugar para el parlamento. La "pena de fusilamiento" había sido impuesta. Rastrillando las estancias, las tropas de Varela fueron atrapando a los "insurrectos", y fusilando uno a uno a los mentores de las huelgas. Muchos se entregaban voluntariamente, sin pelear, pensando que se les respetaría la vida. Al fin de cuentas, también eran pasados por las armas. Nombres como José Font, inmortalizado como Facón Grande, todavía me suenan a héroes verdaderos, héroes de carne y hueso que con su triste muerte fueron ejemplos de la lucha revolucionaria argentina. Cerca de 1.500 huelguistas resultaron fusilados, mientras que casi ni hubo bajas o heridos en el bando de los represores asesinos. Esto habla de que los obreros del campo no estaban tan organizados ni fuertemente armados, tal como los periódicos de la oligarquía pregonaban.

Después de la matanza

Por supuesto que el "excelentísimo" Coronel Varela recibió en 1922 un pomposo homenaje de manos de la Sociedad Rural. Y si bien más tarde se pidió el nombramiento de una comisión investigadora de los sucesos, la mayoría radical impidió que se concretase la iniciativa. Se dice que Yrigoyen nunca estuvo bien al tanto de lo ocurrido, y que tampoco autorizó la masacre perpetuada en la Patagonia Argentina. Sin embargo, es verdad que nunca hizo nada para castigar a los culpables. Y al igual que muchos asuntos y actos execrables en nuestro país, éste quedo en los callejones del olvido.
Un año después de los brindis y los ¡Hurra! gritados en honor al valiente Coronel en jefe a la hora de la masacre, un obrero alemán llamado Kurt Wilckens –hermano de uno de los fusilados en Patagonia–, mató a tiros a Varela. Osvaldo Bayer, uno de los más importantes investigadores en la materia, señaló a la acción de Wilckens como justa reacción frente a la injusticia y a la impotencia. Su atentado individual no volvería a la vida a los 1.500 fusilados en las gélidas estepas, pero sin embargo, se convertiría en un símbolo de lucha frente a la falta de justicia y a la impunidad en relación al terrorismo de estado.