Historia regional

Julio Popper: el Conquistador Patagónico

29/03/2010
T
extos: Federico Ezequiel Gargiulo[email protected]

La realidad se mezcla con la leyenda cuando de entre las páginas de la historia regional sacamos a la luz la de Julio Popper. Distintos personajes se encarnan en el excéntrico ingeniero rumano; el buscador de oro, el incansable explorador, el genial estratega, el audaz colonizador, el elocuente orador y el –triste apodo si los hay– cazador de indios. Su vida aún esconde, como una nube indescifrable, una oscura sombra de misterio.

Sus primeros años

Julio Popper o Julius Popper nació –en el seno de una familia judía– un 15 de diciembre de 1857 en Bucarest, capital del entonces Reino de Rumania. Es certero que su padre fue un notable intelectual de su época. Él fundó la primera escuela israelita de Bucarest y un diario llamado el Tiempo. Su hijo absorbió el espíritu docto de su padre y a los diecisiete años dejó su casa para estudiar en la Universidad Politécnica de París, en la Escuela Nacional de Puentes y Rutas. Allí se graduó como Ingeniero en Minas. Dominó lenguas cómo el alemán, el francés, el rumano, el griego, el latín y un soberbio castellano. Ello le permitió viajar por el mundo y relacionarse con la gente local de una manera inmejorable.

Oro en los confines australes

Julio Popper fue un hombre que no se quedaba quieto. Persiguiendo un futuro venturoso y ocupándose en diversos trabajos viajó a través de Turquía, Egipto, India, China, Japón, Siberia, Alaska, Canadá, Estados Unidos, México, Cuba y Brasil. Estando en este último país, llegó a sus oídos la noticia de que se había encontrado oro en el Estrecho de Magallanes. Imagino la sorpresa y el asombro que recayeron sobre el ingeniero rumano al enterarse de la buena nueva. Sin dudarlo empacó sus cosas y emprendió el viaje hacia Buenos Aires, buscando un nuevo escenario donde estampar su impronta aventurera.
En 1886 arriba a la Patagonia junto a algunos colaboradores y explora la zona entre cabo Vírgenes y Punta Arenas. En septiembre de ese mismo año alcanza la Isla Grande de Tierra del Fuego, y allí descubre, en el litoral de la Bahía San Sebastián, un importante yacimiento aurífero. Más precisamente en un espigón natural creado por los caprichos de la Madre Naturaleza y por las fuerzas de la erosión acumuladas durante miles de años. Una escollera larga y estrecha que Popper, con atinada razón, bautizó como El Páramo. De regreso en la capital del país, organizó en el Instituto Geográfico Argentino una conferencia que entusiasmó sobremanera a algunos personajes de clase alta de la época. Aquellos poderosos aunaron recursos junto al audaz ingeniero rumano, y entonces fundaron una sociedad llamada Compañía Anónima Lavaderos de Oro del Sur.

Nuevamente rumbo al sur

En la primavera de 1887, ya con un buen mecenazgo por parte de importantes exponentes de la clase dominante, Popper viajó nuevamente a la Tierra del Fuego, al yacimiento que había descubierto el año anterior. Contaba con los papeles que avalaban su explotación comercial, de modo que pudo reclutar a algunos interesados en Punta Arenas y comenzar el trabajo. Sin embargo, a pesar de que pudo extraer cierta cantidad de oro, comenzaron a manifestarse en contra suyo otros buscadores de oro, aventureros sin ley y ciertos oportunistas que imaginaron en el oro del excéntrico ingeniero, una rápida salvación. Pero Popper había inventado una suerte de estado dentro de otro estado, y para salvaguardar los intereses de la Compañía había formado un pequeño ejército, con su debido uniforme por supuesto, que pudo repeler en gran medida las incursiones de sus atacantes. Pero sus enemigos se fueron fortaleciendo y aumentando en número y al final de cuentas, en 1899, enfrentamientos más encarnizados convirtieron el sueño de Popper en meros anhelos con tintes de nostalgia. La mayor parte de las edificaciones correspondientes a los Lavaderos de Oro del Sur quedaron transformadas en cenizas.

Espíritu emprendedor y explorador

A pesar de la corta vida de la actividad comercial realizada por Popper en esta Isla en el sur del mundo, la huella de su voluntad emprendedora ha quedado grabada en los anales de la historia fueguina. Acuñó sus propias monedas de uno y de cinco gramos, de oro puro, monedas que circulaban legalmente en ese entonces. Tuvo su propio sello postal y contó con su propio ejército. Planificó la creación de un pueblo bautizado Atlanta, y destacó la importancia del ámbito marítimo en la zona del actual Río Grande. En 1891 patentó su "cosechadora de oro", máquina que al igual que sus monedas y su sello postal, pueden apreciarse en el Museo del Fin del Mundo. Fue un pionero en lo que a la exploración interior de la Tierra del Fuego se refiere, y a lo largo de sus largas excursiones por parajes ignotos fue dejando una reguera de nombres que aún hoy se conservan. Ríos, montañas y bahías, todavía recuerdan a aquellos mismos hombres que quiso honrar Popper a la hora de bautizarlas.

El cazador de indios

Es cierto que en algunos de sus viajes ha cometido excesos al matar aborígenes pertenecientes a la etnia Selknam. Y de ello él mismo da muestra en fotografías que recopiló en un álbum que luego regaló al presidente de la Nación Argentina por esos años. Por estos actos de injusticia es que merece un innegable repudio, al igual que estancieros que pensaron que un papel convertía, como un prodigio inexplicable, a la tierra en su propiedad, cuando en realidad pertenecía a los primeros pueblos que la habitaron. Latifundistas que cometieron grandes crímenes contra los verdaderos señores del lugar, amparados en una impunidad al servicio de la oligarquía terrateniente.

La muerte de Popper

Su muerte, al igual que su vida, es en muchos aspectos un enigma. A los 36 años de edad, estando en su departamento de Buenos Aires, fallece en circunstancias poco claras. Vaya a uno a saber que cuenta le hicieron pagar al joven ingeniero con alma de conquistador; lo indiscutible, en toda esta historia, es que Julio Popper fue un soñador y un visionario, y como tal, supo perpetuarse un lugar en nuestra historia.