P
or la licenciada
Patricia Caporalin
Especial para
el diario del Fin del Mundo
[email protected]
Estamos acostumbrados a pensar el vínculo entre los hermanos, en relación a los padres.
En la canción “Me va a nacer un hermanito”, escuchamos un niño con voz de poca alegría, anunciar la venida de un hermanito como una noticia poco prometedora. Es que, precisamente, pensado el hermano como aquél con el que hay que aprender a compartir a los padres desde una perspectiva en la que “ser único” en relación al amor de esos padres es tan importante, hace que no sea una gran noticia.
La cuestión que quería analizar, entonces, es por qué tendría que ser tan importante tener a los padres para uno cuando, en realidad, tener a los padres para uno, podría ser visto, precisamente, como una gran exigencia.
Y es que, lo que no está contemplado en el deseo de preferencia es el peso que significa tener que cumplir con el deseo de los padres, ya que éstos no sólo dan sino que, obviamente, también piden.
Es ahí, justamente, donde viene a ayudar el darse cuenta que, el hermano, además de desplazar en los beneficios de la preferencia, también alivia en el pago por tales beneficios.
Para poder entender esto, debemos cambiar la manera de pensar la relación entre hermanos desde los padres, para pasar a pensarla desde la horizontalidad del vínculo entre ellos.
La relación de hermanos es una relación de simetría, intergeneracional, es decir, más allá de las diferencias, se es un igual, porque se es hijo del mismo padre y, en ese sentido, se comparte la generación con respecto a los ancestros.
En psicoanálisis el estudio del vínculo fraterno ha ayudado a mejorar la interpretación de las configuraciones vinculares con beneficiosas consecuencias en el abordaje de variadas patologías, especialmente las más difíciles, como el abordaje de las adicciones o las patologías denominadas “del vacío”.
A estas patologías se las denomina así, por ser consecuencia, precisamente, de un vacío generado en la constitución del sujeto, debido a la falta de acompañamiento en el camino de su constitución, lo que le hubiera permitido, internalizando ese acompañamiento, contar luego con un mundo interno rico y suficientemente satisfactorio en el que sostenerse para atravesar las dificultades y frustraciones del diario vivir.
Diferenciemos este “vacío” del denominado “vacío existencial” constitutivo de todo ser humano y que tiene que ver con la imposibilidad de lograr un estado de completud y de gratificación plena.
Ese “acompañamiento externo” que luego se convierte en un “acompañamiento interno”, es esencial en la constitución de un sujeto sano, y el vínculo con el hermano, puede cumplir una función importantísima, como compañero que alivia las exigencias que emanan del vínculo con los padres.
Quiero aclarar, que no se trata de querer aliviar esa exigencia, ni nada por el estilo. La exigencia es constitutiva de todo vínculo, no hay un vínculo que no la tenga, ni amor incondicional verdadero, ya que, en el caso del amor de los padres, podríamos decir que a ningún padre le da lo mismo lo que le suceda a su hijo y siempre es esperable que tenga expectativas respecto a éste.
El tema más bien es, que los padres acepten ser desplazados del centro de interés de sus hijos, aceptando que la organización del vínculo entre ellos es enriquecedora de sus vidas. En términos domésticos yo lo denomino: “permitir que nuestros hijos se sindicalicen”, y hacerles frente, claro.
Cuando los padres aceptan, que no son el centro de la vida de sus hijos, sin que eso les pese, los ayudan a descubrir que el vínculo con el hermano los enriquece en el camino de la vida.
Es importante dejar claro que, aunque un hermano puede ayudar a otro, e incluso cuidarlo de a ratos, ningún hermano es responsable de otro, ya que no fue su responsabilidad ni su deseo la vida del otro.
Tener esto en claro, ordena la relación familiar dando por tierra con actitudes infantiles de los padres que a veces buscan en un hijo una alianza para enfrentar al otro hijo, no permitiendo el sano desarrollo de la relación entre ellos y cargando a uno con el otro, lo que, invariablemente termina en las grescas sin solución que a veces tristemente observamos.
La pregunta “¿querés tener un hermanito?”, también esconde la trampa de la corresponsabilidad por el deseo de un hijo.
Si no le preguntamos a nuestros hijos si están de acuerdo en que tengamos relaciones sexuales, tampoco deberíamos hacerlos partícipes de la responsabilidad que implica traer un hijo al mundo.
Los hijos aliviados de ese peso, van a querer a su hermano por el simple hecho de la libertad que hacerlo representa. Tranquilizar a los chicos explicándoles que no es necesario que quieran a su hermano, ya que el hermano lo que necesita esencialmente es que lo quieran sus padres, igual que lo necesito él cuando era bebé, es lo que le permitirá acercarse al hermano.
Querer al hermano es algo que simplemente sucede, no algo que se hace por deber a los padres.
La idea es que puedan todos aceptar que el hermano, además de rival, es compañero del otro y comparte la carga que los padres también representan, alivianándola.
Tener un hermanito sería entonces una buena noticia, no porque viene alguien para jugar, o que te haga de osito de peluche para no dormir solo, sino porque ya no estás solo con tus padres y eso es bueno, porque hará más fácil abandonarlos tal y como debe ser, cuando llegue su momento. Ojalá.