Colaboración

El doble filo del refugio

12/04/2012
P
or Jorge Navone – Escritor
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Refugio: (Del lat. Refugĭum). 1. M. Asilo, acogida o amparo. 2. M. Lugar adecuado para refugiarse. 3. M. Hermandad dedicada al servicio y socorro de los pobres. 4. M. Edificio situado en determinados lugares de las montañas para acoger a viajeros y excursionistas. 5. M. Zona situada dentro de la calzada, reservada para los peatones y convenientemente protegida del tránsito rodado.
Uno nace. Luego, a veces, crece. Y en esa expansión, enfrenta una lucha entre lo que trae, lo que hereda, y lo que recoge en el camino.
La pelea es desigual, casi siempre.
Solo algunos privilegiados traen tanto como para que no les moleste la herencia y el camino se amolde a su paso. Unos menos aún, tendrán una herencia limpia que suavice su poco aporte, y les aliviane los días. Contados con los dedos de una mano incompleta son aquellos cuyos días son tan formidables, que anulan la herencia e ignoran para siempre lo que es propio. Los demás peleamos.
Y peleamos hasta a veces honestamente. Ponemos el cuerpo y el alma a cada paso, intentando un equilibro que nos es esquivo, aceptando lo que nos toca y señala, dibujando con nuestro pobre lápiz sin punta, un camino que recorrer.
Pero es duro el mundo, siempre lo fue. No hay mucho lugar para las vidas tomadas en serio, y la manada obliga a ser parte o no existir.
Es ahí, cuando desde los primeros días en que nuestra memoria ejerce, empezamos a vislumbrar la necesidad de un refugio. Un lugar en el mundo en el que sentirnos inmersos en lo propio, seguros de que lo ajeno no nos invada ni someta.
Así nos acercamos generalmente a una actividad, aunque también puede ser un espacio o una compañía. De a poco, nuestra mirada del refugio va encontrando su continente, y descubriendo en eso que protege y cuida, un disparador de nosotros mismos.
Allí nos quedamos, porque allí somos como en ningún otro lugar. Y está bueno. El refugio nos permite encontrarnos con lo propio, y a partir de eso, construirnos fieles a nosotros mismos, darnos una forma personal que tenga más que ver con nuestros propios deseos, con nuestra forma de ver el mundo, y no con la forma en la que el mundo nos ve.
Pero muchas veces, en ese ejercicio de refugiarnos para distanciarnos del mundo que nos invade; en esa construcción de nosotros mismos a partir de nuestras cosas; comenzamos lentamente a encerrarnos, a limitarnos, a separarnos de casi todo lo que nos rodea.
El refugio cierra allí sus límites más difíciles, apoyado en una cultura egocentrista que nos hace creer que lo único que importa, por sobre todo y todos, es lo que nosotros queremos. Claro, este es un punto indispensable para vendernos todo eso que queremos, pero esa sería otra palabra.
Allí, encerrados ahora en eso que nos permitía darnos vida, vamos aislándonos, lenta y sostenidamente, revirtiendo los dones de ese refugio protector y disparador de lo propio, convirtiéndolo en una cárcel que nos aísla del resto, del otro, de lo que puede traer algo nuevo.
Y este claustro que propone un refugio inconexo y desmesurado, se da no solamente en lo íntimo y personal, sino también, y con mayor beligerancia, en los distintos grupos de personas que, encerrados en sí mismos, aparentemente protegidos entre sí, no pueden cotejar sus necesidades con las del resto. Basta ojear los diarios, para ver día a día, como cada grupo pretende para sí todo, sin importar absolutamente nada el afuera de ese grupo que los contiene; ignorando que es ese afuera, el que finalmente nos va a contener a todos.
Doble filo. Un nos abre el camino hacia nosotros mismos. Otro, nos cercena del mundo, que es el lugar en donde siempre, sí o sí, la vida se da. Ser es afuera, adentro no hay cotejo. En el otro, finalmente, nos complementamos, y terminamos de darnos forma.
Entonces, si estamos encerrados en nosotros mismos, si ya formamos parte de esos que no paran en la ruta para socorrer a nadie, encerrados en nuestra sola meta; si miramos con desprecio al que pide, al que es distinto, al que piensa diferente, quizás podamos empezar a reconocer que ese refugio que creamos para reconocernos, nos está asfixiando. Cerrándose sobre nosotros, ya no será refugio sino tumba, de una vida que espera que nos animemos a transitar.
Porque quizás, solo quizás, el mundo se haga más cercano, si animándonos, cruzamos el cerco de nuestro refugio, para ir en busca de más.