Punto de vista

Salvemos a Belgrano

20/06/2012
P
or Daniel Guzmán, de la redacción de el diario del Fin del Mundo

El 20 de junio de 1820 no fue un día más en Buenos Aires. En plena guerra civil, la ciudad tuvo ese día tres gobernadores y, sin que nadie lo notara, a la edad de 50 años moría Manuel Belgrano. Alcanzó a decir unas últimas palabras: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajen para remediar sus desgracias. Ay Patria Mía”.
Solo un periódico de Buenos Aires, El Despertador Telegráfico, se ocupó de informar sobre su muerte. Decía la publicación: “Es un deshonor a nuestro suelo, es una ingratitud que clama el cielo, el triste funeral, pobre y sombrío, que se hizo en una Iglesia junto al río, al ciudadano ilustre General Manuel Belgrano”. Ni La Gaceta, que era el periódico oficial, ni El Argos, dieron cuenta de su muerte. Para ellos no fue noticia.
En enero de ese año, Belgrano había partido hacia su última misión, pacificar la provincia de Salta. Pero a los pocos días debió abandonar la comandancia y regresar a Buenos Aires por motivos de su frágil salud. A su sífilis se le sumaba los efectos del paludismo y una aguda hidropesía (acumulación de líquidos en los tejidos) que le impedía caminar y montar a caballo.
El 13 de abril, ya en la Capital, se dirigió al gobernador y ex amigo Manuel de Sarratea exponiéndole su pésimo estado de salud, acompañando una nota con una planilla donde le detallaba los 13 mil pesos en concepto de suelos adeudados por el Estado. Sarratea no se dignó a contestar. Seis días después reiteró su pedido, tras lo cual le liquidaron humillantemente, una ínfima parte de sus haberes.
En su lecho de muerte le dijo a su amigo Celedonio Balbín: “amigo Balbín, me hallo muy malo, duraré pocos días. Espero la muerte sin temor, pero llevo un gran sentimiento al sepulcro; muero tan pobre, que no tengo como pagarle el dinero que usted me ha prestado, pero no lo perderá. El gobierno me debe algunos miles de pesos de mis sueldos; luego que el país se tranquilice lo pagarán a mi albacea, el que queda encargado de satisfacer a usted con el primer dinero que reciba”.
A Belgrano no le quedaban objetos de valor para vender y a su médico tuvo que pagarle con su reloj de oro. Como lápida se utilizó un mármol que era parte de un lavatorio de la familia y a su último adiós solo que asistieron muy pocas personas.
Sin respetar su deseo de descansar en una tumba austera, 82 años después sus restos fueron trasladados a un mausoleo hecho con los mejores materiales de la época y por escultores italianos. Así el 4 de septiembre de 1902, una comisión compuesta entre otros por un nieto, un bisnieto del prócer y por los ministros Joaquín V. González y Pablo Ricchieri, exhumó los restos de Manuel Belgrano. Debajo de la lápida no hallaron ningún ataúd, sólo clavos, tachuelas y algunos huesos dispersos. Fue posible rescatar en buen estado parte de la dentadura, increíblemente Joaquín V. Gonzalez y Pablo Ricchieri se apropiaron con un par de dientes del General, excusándose este último, de haberlo hecho para llevárselo a Mitre y cubrirlo de oro antes de devolverlo.
Ambos ministros restituyeron finalmente los dientes debido a la presión del diario La Prensa al que recurrió para denunciar el hecho Fray Modesto Becco, uno de los monjes del convento donde había sido enterrado el padre de nuestra Bandera.
No obstante, los ultrajes a Belgrano no quedaron ahí, en julio de 2007, se descubre que el reloj que permanecía en el Museo Histórico Nacional, también había sido robado.
Pero la canallada más grande contra este revolucionario creador de nuestro pabellón, fue no cumplir con su voluntad de construir cuatro escuelas en distintos lugares del país, con los 40 mil pesos oro que recibió de la Asamblea del año XIII, como premio de sus victorias de Salta y Tucumán.
La donación fue aceptada por la Asamblea, quien fijó un interés anual hasta que se concretara la construcción de esos establecimientos.
Ante la inacción del gobierno central y pasados cinco años, en 1818 las provincias beneficiadas de la donación hicieron un reclamo conjunto al director Rondeau. Pero la respuesta llegó cinco años después. Bernardino Rivadavia fue el encargado de responder que no había podido dar con los fondos.
Diez años después el gobernador de Buenos Aires, Juan Ramón Balcarce, admitió oficialmente que los fondos habían pasado a formar parte de la deuda de la provincia de Buenos Aires.
En 1858 Amadeo Jacques reflotó el tema, recordando que el dinero había sido depositado en el Banco Provincia de Buenos Aires, creado por la famosa dupla Martín Rodríguez – Bernardino Rivadavia. El famoso director del Colegio Nacional intentó ahondar en la investigación, pero solo consiguió la difamación de la prensa oficialista.
Habría que esperar hasta 1870 para que el estado bonaerense reconociera públicamente que los fondos y los intereses se encontraban bajo la jurisdicción de la Junta del Crédito Público de esa provincia, pero que no estaban disponibles.
En 1882, cuando la provincia de Buenos Aires se reorganizaba y se da una especie de indulto para los desquicios de los gobernadores anteriores, la donación de Belgrano pasa a formar parte de una cuenta llamada “Fondos Públicos Primitivos”, después que los mismos fueran utilizados durante más de doce años por el banco de los ganaderos bonaerenses sin pagar un solo centavo de interés.
Todo quedó en la nada hasta que en 1947, Evita y Juan Domingo Perón, pusieron la piedra fundamental de la escuela en Tarija (hoy Bolivia). La piedra durmió el sueño de los justos, hasta que veinte años después algún funcionario del gobierno del dictador Juan Carlos Onganía se acordó del asunto y se envió 430 mil dólares para la realizar la obra. Hubo una licitación objetada de irregularidades. El establecimiento recién pudo inaugurarse el 27 de agosto de 1974, durante la presidencia de la María Estela Martínez de Perón y fue bautizada con el nombre de “Escuela Argentina Manuel Belgrano”.
La escuela de Santiago del Estero fue inaugurada en 1822 por el Gobernador Felipe Ibarra con fondos propios y funcionó hasta 1826.
La provincia de Jujuy fue la que mejor cumplió inicialmente con el legado belgraniano. Sin esperar los fondos de Buenos Aires, la obra dio comienzo en 1813, pero a los pocos meses se debió suspender la construcción por el avance del ejército español. El 3 de enero de 1825 el cabildo jujeño, al inaugurar la humilde escuelita solventada con fondos propios, agradeció el gesto de Belgrano. Pero en medio de guerras civiles, la escuela apenas funcionó tres años.
En 1998, el gobierno jujeño adjudicó, por un monto de 700 mil dólares la obra, la que fue inaugurada el 7 de julio de 2004, tras apenas 191 años de la donación.
Pero el caso más patético es el de Tucumán, una de las provincias más amadas por Belgrano, donde nació su hija Manuela Mónica fruto de su amor con María Dolores Helguero.
En 1976, el gobernador de Tucumán (me refiero al asesino y genocida Antonio Domingo Bussi), quiso profanar el legado de Belgrano, creando la “Escuela de la Patria”. Para ello formó una comisión de notables como el, “para cumplir con la memoria del prócer”.
En 1981, el predio asignado en la calle Rioja al 400, de la capital tucumana, permanecía baldío y la piedra fundamental colocada con deshonrosa solemnidad militar, robada.
Años después, el ex presidente Carlos Menem retomó el tema, quien le ordenó a la ministra de Educación Susana Decibe, que se construyera algunas de las escuelas soñadas por Belgrano. Así fue que el gobernador de Tucumán Julio Miranda, heredero político de Bussi, hizo suyo el desafío y construyó la escuela, con la salvedad que mucho más chica y más cara que lo previsto en el presupuesto, lo cual fue investigado por el fiscal anticorrupción de esa provincia, Esteban Jerez, quien llego a la conclusión que parte de los fondos fueron a parar a la Caja Única del Estado Provincial, y utilizados para gastos corrientes.
Cansado de tanta hipocresía, en 2003 el pueblo tucumano salió a las calles en una marcha encabezada por maestros, padres y alumnos reclamando la finalización digna de la obra al grito de: “Belgrano es un patriota no le rompan las pelotas”.
El meritorio pensamiento político y económico de Belgrano, los aspectos fundamentales de su vida dedicada íntegramente a la emancipación americana, como el contexto de la muerte, fueron ocultados por quienes escribieron la historia oficial. Los mismos que se opusieron en principio a que hubiera izado una insignia patria aquel 27 de febrero de 1812 y que designaran a sus dos baterías, con el nombre de “libertad” e Independencia”, por miedo de ofender a la corona inglesa.
Imponiendo arteramente un manto de olvido a su legado, el 20 de junio nunca fue identificado como la fecha de la muerte de este gran revolucionario, sino que lo transformaron en el Día de la Bandera.
Regodeándose de falso patriotismo pueden verse aún hoy en actos protocolares a los herederos de Rivadavia, impostando seriedad, tiesos, circunspectos, corona en mano, mimetizándose con el pueblo, en un intento de ser parte de una historia que solo les pertenece por ser parte del robo y el saqueo por el que lucho y denunció con toda decisión, hasta el último minutos de su vida, este criollo, abogado, economista y general, llamado Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. (Fuentes: Felipe Pigna, Manuel Belgrano, autobiografía y escritos económicos, Biblioteca EMECÉ Bicentenario. Diario La Nación. Diario Clarín. Wikipedia.)

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