Colaboración

Democracia cotidiana

16/09/2012
P
or Alejandro Rojo Vivot (*)

¿Somos democráticos en nuestra conducta diaria? ¿Cómo actuamos en los conflictos ya sean en el vecindario, lugar de trabajo, espacios deportivos, transportes públicos, en la vía pública, etcétera? ¿La transparencia que exigimos a los demás la practicamos también como un valor inexcusable? ¿Buscamos velar la mayor cantidad de cuestiones en el específico derecho a la intimidad, solamente para guarnecernos evitando traslucir lo público de lo privado? ¿Cumplimos con las normas y exigimos lo mismo de los demás? ¿Ejercemos y alentamos la convivencia simétrica en los ambientes donde nos desarrollamos? ¿Fundamos nuestras opiniones cuando las expresamos a otros y escuchamos los demás puntos de vista procurando comprenderlos, aunque lejos estemos de adherir a los mismos? ¿Somos capaces de recocer oportunamente nuestros errores? ¿Mantenemos los acuerdos hasta que finalizan o sean revisados por los que participaron en la decisión anterior? ¿Estamos plenamente convencidos de que la autoridad y la legitimidad son dos cuestiones bien distintas y estrechamente necesarias? ¿Suponemos que consultar menoscaba la responsabilidad de conducir? ¿Callamos complacientemente? ¿Reconocemos el valor del derecho humano de expresar las opiniones?
Sin duda, tenemos ingentes y disímiles oportunidades de ejercer la Democracia tanto como valor como manera de comportarnos en los espacios que interactuamos, ya sea en el discurrir de las horas habituales como cuando se suscitan controversias, situaciones infrecuentes o imprevistas, contingencias graves como grandes cortes de energía eléctrica, condiciones climáticas adversas, huelgas en el transporte, etcétera.
Asimismo, muchas veces, a las asimetrías las podemos equilibrar o, al menos, menguar todo lo que sea posible: emplear términos cabalmente comprensibles por los destinatarios, escuchar a los demás y verificar el entendimiento mutuo, buscar consensos todas las veces que sean posibles, contribuir a la creación de confianzas inclusive con quienes nos diferenciamos notablemente y, llegado el caso, ejercer la autoridad propia o conferida cuidando esforzadamente la condición humana de quienes obedecen.
Los respectivos ámbitos familiares son oportunidades extraordinarias para el aprendizaje, la práctica y el desarrollo de la Democracia que, sin duda, se enriquecerá y desenvolverá en otras instancias como las educativas, deportivas, en el barrio, el trabajo, el voluntariado, etcétera. Y, por favor, recordemos que la Democracia poco tiene que ver con el asambleísmo exacerbado, el cuestionamiento continuo de todo, la anarquía de los roles difusos como tantas otras cuestiones similares o equivalentes. La distorsión jamás debe menoscabar al valor y la práctica; incluyendo los eventuales errores, se construye en espirales ascendentes con sus muy diversos matices.
En el desempeño laboral la Democracia contribuye en mucho a la calidad de los resultados, significa valorizar efectivamente a la condición humana, coadyuva al desarrollo individual y colectivo que redundará positivamente. La producción, el comercio, el ejercicio profesional y técnico o el llevar adelante tareas sencillas, están imbuidas de sus respectivas artes y habilidades como de la impronta humana que les transferimos. El autoritarismo y el menoscabo están en las antípodas de la Democracia y nulo valor agregan a todos los procesos donde los seres humanos están involucrados.
¿Es posible la Democracia de calidad en la vida institucional pública sin su específico correlato en el quehacer cotidiano de cada uno y de todos? ¿Aprendemos a ser democráticos cuando comenzamos a votar representantes y autoridades? ¿Los valores predominantes en las familias influyen notoriamente en las conductas humanas? El ejercicio, la práctica, el ensayo y el error, la reflexión y el conocimiento que vamos adquiriendo en los momentos y formas oportunos, constituyen la pedagogía que nos hace autónomos y responsables.
Circunscribir a la Democracia a los sistemas y actos electorales es una perspectiva absolutamente limitada y, entre otras, una postura funcional a los intentos hegemónicos que enarbolan pensamientos únicos denostando la diversidad propia de cada mujer y hombre. A la Democracia cotidiana hay que perderle el generalizado e incomprensible temor y animarnos a practicarla con la fuerza del viento en un mar vasto y henchido de oportunidades.

* Alejandro Rojo Vivot Coautor del libro Ciudadanía, territorio y desarrollo endógeno. Editorial Biblos y Universidad Nacional de la Patagonia Austral. Desde el 2007 trabaja en la Fundación Avina.