Historias Mínimas

La pintora de sueños

24/07/2014
P
or Norman Munch

Bellas y elegantes princesas, caballeros esbeltos de brillantes armaduras montados en negros corceles. Castillos misteriosos, hadas, brujas, magos.
–Mirá lo que soñé– dijo la niña mientras le mostraba a su mamá una hoja surcada por colores y más colores.
Y cada mañana fue plasmando sus sueños en bellísimos dibujos de ensueño.
Hasta que un día sorprendió a su madre.
–Mirá lo que soñaste– le dijo esta vez, y desplegó una hoja en la que el más perfecto de los arco iris coronaba un paisaje pleno de verdes, azules y amarillos.
Fue así como comenzó a pintar los sueños de su madre, los de su padre, los de sus hermanos. Los de sus abuelos y hasta los de sus amigos.
Pronto se corrió la voz en el pueblo sobre la niña que pintaba sueños propios y ajenos, y decenas de vecinos comenzaron a llegar en procesión a pedirle que los dibujara. Ella, paciente, accedió, y pintó sueño tras sueño, de lunes a lunes.
No importaba lo que soñara la gente. Ella siempre pintaba aquéllas princesas, aquéllos caballeros, hadas y magos, y también paisajes idílicos, inmensos soles amarillos, nubes de algodón, niños bailando felices bajo la lluvia, gigantes de ojos azules, ogros enamoradizos, cielos tan puros y limpios como Cielo, su nombre.
No importaba lo que soñara la gente. Sus dibujos sanaban las heridas del alma, reconciliaban con la vida, aplacaban iras, generaban perdones, bendecían amores.
Pero un día la pintora de sueños decidió guardar sus pinceles y dejar secar sus colores. Quizás se había cansado, o quizás su curiosidad de niña la llevó a descubrir nuevos mundos.
Hay quienes dicen que desde ese día los vecinos del pueblo, al dormir, ya no sueñan, temerosos de soñar sueños grises, sin matices. Y que otros, en cambio, sueñan despiertos que la pintora de sueños vuelve a pintar lo que ellos sueñan. Y esperan que esos sueños se hagan realidad.
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