COLABORACIÓN

“Espacios con enfoque de género o Ushuaia en femenino”

10/06/2015
P
or María Paula Schapochnik (*)

Sorprende advertir, próximos a elegir a nuestros representantes locales, la poca consideración que la perspectiva de género tiene en las políticas, programas y proyectos de asentamientos humanos. Integrar este enfoque a la planificación del hábitat no debe resultar extraño, ya que es parte de los compromisos asumidos en distintos foros relativos al tema.
La producción del conocimiento ha avanzado lo suficiente como para evidenciar desigualdades e inequidades en los espacios territoriales. Esto ha implicado que barrios y ciudades tanto de la Argentina como de otros países hayan comenzado a desarrollar y utilizar herramientas para evaluar si los lugares en que vivimos responden a las necesidades de las personas sin provocar discriminaciones de ningún tipo.
La realidad exhibe que la falta de inclusión en las decisiones urbanas de quienes habitan determinado espacio provoca un desajuste en las necesidades diversas de la vida cotidiana de las personas según sus diferencias de género, sexo, edad, origen y cultura, situación socioeconómica y capacidades diferenciadas.
Pero para empezar por alguna parte, hay que señalar que la perspectiva de género redefine al urbanismo proponiendo analizar las tareas cotidianas que realizan las personas en su día a día y las diferencias en sus roles de género que asumen estas tareas con un enfoque interseccional, atendiendo a la diversidad de experiencias, ya sean de mujeres u hombres, niños o niñas, jóvenes, adultos o mayores.
El concepto de vida cotidiana es complejo, sin embargo nos acerca a dicha noción el conjunto de actividades que las personas realizan para satisfacer sus necesidades en las diferentes esferas de la vida que incluyen las tareas productivas, reproductivas, propias y políticas o comunitarias. Estas actividades se realizan en un soporte físico (barrio, ciudad, territorio) y en un tiempo determinado.
Según el rol de género asignado a cada persona, la vida cotidiana podrá desarrollarse de forma más o menos compleja. Una persona encargada de cuidar de otras realizará un mayor número de actividades cotidianas con respecto a otra persona que solo se encargue de sí misma. Esto se verá reflejado en el uso del espacio.
El barrio cobra así relevancia cuando es mirado como el entorno próximo a la vivienda, donde se realizan la mayoría de las tareas cotidianas de la reproducción para el desarrollo de la vida de las personas y como el espacio inmediato de las personas dependientes. Es por esto que desde la vivienda es necesario poder acceder a pie a espacios públicos donde nos relacionamos y socializamos estableciendo vínculos de ayuda mutua, a los equipamientos de apoyo de las tareas cotidianas, establecimientos de salud, comercios para abastecernos y finalmente el transporte público para desplazarnos al resto de las actividades.
Ahora bien, aunque el tema es mucho más apasionante y extenso, si se busca integrar la perspectiva de género a la planificación urbana debe comprometerse a nivel político una toma de posición que plantee como objetivo la equidad de género traducida en una mirada diferente para pensar los procesos de intervención en el espacio territorial.
En segundo lugar, deben incorporarse en la forma de trabajo a los destinatarios y destinatarias garantizando su representatividad real, considerando sus necesidades e intereses desagregados. En este aspecto hay que soslayar que la presencia de mujeres por si misma a la hora de formular demandas no garantiza que estas últimas sean la expresión de necesidades propias de las mujeres, quienes por lo general priorizan necesidades de otros (hijos, hijas, familia).
Finalmente es fundamental desarrollar herramientas que permitan hacer operativos los procesos de transformación de prácticas, gestión e implementación de programas, como así también la evaluación de resultados, por lo que debe comprenderse cabalmente la problemática de género incorporando teorías, conceptos y herramientas trasladables a la práctica.
No se trata de trabajar para mujeres o con mujeres, sino de entender la lógica conceptual que parte de reconocer la desigualdad sobre la que se construyen las relaciones de poder entre hombres y mujeres.
Así, el diseño de los espacios públicos debe estar estrechamente ligado a la seguridad urbana y a la posibilidad de apropiación de los mismos por parte de las mujeres en todas sus esferas de actuación.
La determinación de trabajar desde la mirada propuesta requiere de un compromiso ético y de una posición política clara en cuanto al uso del territorio, sosteniendo la representatividad real de todos los ciudadanos y ciudadanas como un derecho necesario para la democratización de la sociedad.
En fin, pensar la ciudad que habitamos no solo en clave femenina, sino dentro de este universo, atender a la diversidad de actividades, necesidades e intereses, en función de otras variables también. Quizás así, logremos de una vez algo del arraigo que tanto postulamos necesitar.

(*) Abogada. Magister Interdisciplinaria en Familia.