Ricardo Rojas, un intelectual que supo entender nuestra provincia

Ricardo Rojas, un intelectual que supo entender nuestra provincia

11/08/2015
P
or Pablo Nardi
El Museo del Presidio no fue siempre un museo. La Biblioteca Popular Sarmiento no fue siempre una biblioteca, ni el trencito del Fin del Mundo fue siempre un atractivo turístico. Hubo un tiempo en que el museo era la cárcel más temible y hostil del país, el trencito era una unidad de traslado de reos y la actual Biblioteca era la residencia temporal de un prestigioso intelectual argentino, Ricardo Rojas.
Contextualicemos. Ricardo Rojas fue un escritor y periodista, nacido en 1882, rector de la Universidad de Buenos Aires -entre 1926-1930- y militante de la Unión Cívica Radical. Con el golpe de Uriburu, en 1930, Rojas fue perseguido y exiliado en el último confín de la tierra, Ushuaia, hacia 1934. Contrariamente a lo que puede creer cualquiera que haya visitado distraídamente el Museo del Presidio, Rojas no estuvo preso en la cárcel, sino que vivió en una minúscula casa de madera, hoy conocida como la Biblioteca Popular Sarmiento.
Si bien no estaba encerrado en una celda, todos los días debía presentar su firma para acreditar que no había salido de la isla. Así, para pasar el tiempo y atendiendo a la curiosidad que aqueja a todo hombre de letras, decidió estudiar los orígenes de Tierra del Fuego: sus culturas nativas, geografía, historia, así como también la vida carcelaria y las huellas que en ese entonces quedaban del pasado aborigen y misionero.
Con regularidad escribía artículos breves que versaban sobre las creencias religiosas de los onas y de los yaganes, su legado, sus prácticas; la llegada del hombre blanco y cómo la “civilización” exterminó dos culturas milenarias de una riqueza incalculable. Todos los artículos escritos en esos cinco meses fueron compilados bajo el nombre de Archipiélago, con varias ediciones y reeditado en 2014 por la editorial Süd Pol. Al menos dos cosas merecen ser comentadas. La primera, que el estudio enciclopédico de Rojas presenta una muy buena ocasión para que el fueguino promedio se interiorice en cuestiones que siempre ha visto pasar por sus narices y nunca comprendió del todo. Por ejemplo que la palabra “Kuanip” corresponde a un héroe ona, una suerte de redentor que, según circuló entre los onas durante milenios, un día llegó a la Isla Grande y trajo a los hombres el fuego y enseño a las mujeres a criar a sus hijos.
Los artículos que conforman “Archipiélago” son muy interesantes. En uno de ellos Rojas retoma los diarios de Charles Darwin, quien navegó por el Canal de Beagle y escribió: “El país entero no es sino una enorme masa de rocas, de elevadas colinas, de bosques inútiles, todo envuelto en nieblas perpetuas y atormentado por tempestades continuas. La tierra habitable se reduce a las piedras de la costa”, y refuta Rojas: “Esto último no es verdad, y el libro de Darwin abunda en análogas equivocaciones y contradicciones, explicables en un viajero demasiado joven que, aunque se demoró aquí casi un lustro, vivió casi siempre a bordo y vio la región desde sus riberas”.
Sin embargo, y más allá de lo que el lector pueda aprender sobre el pasado de nuestra provincia, quizá lo más impactante de Archipiélago sea que nos obliga a entender que no todo pasado ocurrió en el mismo momento. Muchas veces tendemos a pensar que Darwin fue contemporáneo de Thomas Bridges, y que éstos a su vez fueron contemporáneos de los yaganes, y que ellos convivieron con los reos del Presidio, y que, en definitiva, todo tiempo pasado es una masa homogénea, totalizada, sin darnos cuenta de que en realidad hubo muchos presentes distintos. Ahí está el valor de Archipiélago: Rojas escribía sus notas mientras visitaba la cárcel del Presidio y charlaba con algunos presos; una vez se entrevistó con uno de los últimos onas que quedaban en la provincia y que llevaba el modo de vida de acuerdo al de la milenaria cultura. Pero Rojas en ese momento ya era nostálgico de los tiempos pasados: deseaba haber conocido a Thomas Bridges, aquel mítico misionero que escribió el diccionario Yámana-Inglés, y añoraba con melancolía el tiempo en que los yaganes y los onas merodeaban libremente la Isla Grande.
Precisos y reflexivos, los artículos de Rojas guían al lector a una comprensión más acabada de los distintos presentes que tuvo nuestra provincia: desde las expediciones de Fitz Roy y Darwin, hasta las misiones anglicanas y terminando en un presente que hoy nos parece tan antiguo y lejano como los que refiere Rojas.