Colaboración

Lo que está en juego

09/11/2015
P
or Daniel D`Eramo y Horacio Cao (*)
Con relación a las preocupaciones que fueron marcando el desarrollo de la ciencia política, Cecilia Lesgart destaca que en las décadas de los sesenta y setenta la cuestión del Estado desveló a distintas vertientes del pensamiento político latinoamericano. Hacia finales de los setenta la preocupación se desplazó hacia la comprensión de los regímenes autoritarios en la región para pasar durante los ochenta, a encontrar las claves de la transición y consolidación de la democracia. 
Siguiendo esa línea, podríamos decir que desde mediados de los noventa fue "política pública" el gran concepto  que  ocupó  los mayores espacios en el discurso de la gestión estatal y del que, en lo que va del siglo XXI, se han apropiado especialistas y legos. 
Ciertamente no es una noción nueva. Surge a mediados del siglo XX, asociado a los trabajos de Harold Laswell, un politólogo estadounidense que dio impulso con ello a un nuevo campo de estudio que algunos denominaron como el de la ciencia de las políticas vinculado al concepto anglosajón policy.
El enfoque de políticas públicas, tuvo varios aciertos. Dio densidad al análisis de la gestión estatal al considerar a la burocracia, no sólo como una entidad dedicada a poner en práctica leyes, sino como un espacio en donde se despliegan actores, intereses y saberes, alrededor de instituciones históricamente construidas.
En la historia de nuestros países se trata de un concepto de aparición e imposición tardía, que va ganado espacio en el discurso mediático sobre todo desde mediados de los 90, cuando se puso el foco de atención en la eficiencia de las administraciones estatales, y en la necesidad de introducir reformas guiadas por la lógica del gerenciamiento empresarial.  Bajo este enfoque, las políticas públicas pasaron a analizarse como acciones estatales desagregadas alrededor de cada tema, función o programa. 
Pero más allá de su fecundidad y potencia,  el énfasis en la parte  hizo  que este enfoque nos llevara a perder la perspectiva del todo. Una vez más se pone en evidencia el dilema del análisis de lo social; al profundizar lo analítico pierde potencia el efecto integrador de la síntesis.  Por entender cada acción estatal, por ver cómo se gestionaba en cada oficina, se oscurecieron las tendencias más estratégicas del accionar estatal.
Los `90 fueron el momento en que el Estado se alineó detrás del capital financiero y las políticas de ajuste estructural; luego, hubo programas mejor o peor ejecutados, pero la lógica general respondía a aquella visión e intereses.  En este contexto histórico e ideológico, la idea de política pública se desvincula de lo estatal para diluirse en una red de actores de la sociedad civil y de saberes gerenciales que se desplegaba en clave de mercado bajo otros conceptos de época complementarios como los de co-gestión o gestión asociada, con los cuales y de manera no casual se ponía de relieve la importancia de una esfera pública no estatal en la gestión de las políticas.   
Al alba del siglo XXI en varios países de América Latina se apostó a actores productivos y a políticas de inclusión social. Los programas y planes pudieron desplegarse con mayor o menor pericia, pero el sendero estratégico fue claramente divergente con las acciones dirigidas a la valorización financiera.  En un clima de época caracterizado por el retorno del Estado, el concepto de política pública se resignificaba en clave estatal y recuperado la idea de totalidad que opera como sustrato de una vida social organizada en torno a al valor de lo público.   
En suma: en medio de una campaña  electoral en la que se resalta  la naturaleza básicamente binaria de una segunda vuelta el concepto de políticas públicas está presente en ambas opciones, pero detrás de esta mera convergencia conceptual, opera una clara diferencia semántica e ideológica. 
Luego de doce años podemos ver cómo,  en muchos países de la región y particularmente en Argentina,  el sentido de las políticas públicas  aparece inseparablemente ligado a la recuperación exitosa del rol del Estado, como el único actor colectivo capaz de revertir -o al menos atenuar- las tendencias hacia la desarticulación de lo social y de lo público que  llegan desde el mercado mundial, y que podrían acentuarse nuevamente en el país, si el neoliberalismo cumpliera su sueño de reconquistar el poder formal. 
La cuestión va más allá de lo bien o mal que se llevan adelante las políticas, sin dejar de ser esto, claro está un punto importante. En el fondo habremos de optar por una u otra manera de dar sentido a la gestión estatal y por las consecuencias y efectos que una u otra opción tendrá sobre nuestras propias vidas.
Eso es lo que está en juego.

* Investigadores de la UNTdF y de la FCE/UBA respectivamente.


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