n una era donde estamos acostumbrados a que la comunicación sea inmediata, y que las palabras utilizadas para comunicarse ya no cuenten con una impronta personal del trazo, ver la mano de un niño sosteniendo un lápiz y expresando a través sus primeras letras, es un cuadro digno de contemplar.
Seguramente los pulgares en un teléfono o las yemas sobre un teclado producirán palabras más efectivas en un futuro, pero ojalá no se pierda aquél hábito donde el pulso también decía mucho.