n Ushuaia, la creatividad vial no tiene límites. La flamante bicisenda, pensada para caminantes y ciclistas que buscan un respiro seguro entre el tránsito salvaje, acaba convertida en pista privada de un motociclista que parece haber descubierto la fórmula mágica de “circular sin tránsito”. Con casco, campera inflada y la serenidad del que se siente pionero, el conductor transforma lo que debería ser un espacio recreativo en una peligrosa caricatura de la convivencia urbana. No es solo una infracción, es casi un acto de apropiación poética: donde unos pedalean, él acelera; donde otros respiran aire puro, él deja olor a combustible. Y mientras tanto, peatones y ciclistas deben aprender a esquivar motores como si el absurdo fuera regla. La motosenda, versión local del ingenio criollo, resume la vieja costumbre de algunos: confundir la vía pública con su patio trasero. Claro, total, las normas son solo para los demás.