as inundaciones de los últimos días dejaron una imagen que se repitió con inquietante familiaridad: calles cubiertas de barro, cordones obstruidos por sedimentos y cuadrillas municipales y de la DPOSS trabajando contrarreloj para liberar bocas de tormenta y restablecer el funcionamiento de la Planta Potabilizadora Nro 2. El arroyo Buena Esperanza —un cauce breve y empinado que baja desde el Glaciar Martial— volvió a desbordar con fuerza. Lo que sí resulta novedoso es la coincidencia entre estos eventos y el ritmo acelerado de obras en la montaña.
Según especialistas en gestión de cuencas consultados por este medio, la sensibilidad del Buena Esperanza hace que cualquier alteración en su cabecera pueda amplificarse rápidamente aguas abajo. “Es una cuenca muy corta y de respuesta casi inmediata. Si se remueve suelo sobre las laderas, si se compacta o se elimina vegetación, el efecto en el escurrimiento se siente de manera directa”, explica uno de los especialistas con experiencia en el sistemas de cuencas de Ushuaia. Ese diagnóstico adquiere relevancia frente al panorama actual en el Centro Invernal Martial, donde se realizan movimientos de suelo para las bases de hormigón, remoción de manto vegetal, tala de arbustivas en los últimos años, accesos y ampliación de pistas.
En la parte alta del desarrollo de la nueva infraestructura del centro invernal, los trabajos incluyen cortes de talud y explanaciones que modifican el perfil natural del terreno. A simple vista, son obras propias de la modernización de un centro de montaña. Para la montaña y la cuenca lindante, sin embargo, tienen otro impacto. Técnicos del ámbito ambiental señalan que estas intervenciones “reducen la capacidad de la ladera para infiltrar agua y aumentan la velocidad de escurrimiento superficial”, lo que facilita que el agua de lluvia arrastre sedimentos sueltos durante cada evento meteorológico.
Las consecuencias, de hecho, llegaron al casco urbano. Las crecidas de los últimos días no solo superaron niveles habituales, sino que transportaron material suficiente como para afectar calles céntricas, zonas residenciales y la boca de toma de la principal planta potabilizadora que tiene Ushuaia. Por ejemplo, uno de los especialistas que trabajó en las tareas de restablecimientos de los servicios posterior a la última crecida advierte que “cuando la carga de sedimentos aumenta, significa que algo está desprendiéndose en las partes altas. No siempre es posible atribuirlo a una obra puntual, pero sí indica un proceso de desestabilización en curso”.
El retroceso del Glaciar Martial suma otro factor que complejiza la situación. La pérdida de masa de hielo —señalan glaciólogos de universidades nacionales— disminuye la capacidad natural de regulación hídrica. Antes, la nieve y el hielo retenían parte del agua y la liberaban de forma gradual. Hoy, con más roca expuesta y menos amortiguación, las cuencas se han vuelto más reactivas. “Cualquier intervención en estas condiciones tiene un peso mayor que hace veinte años”, explica uno de los profesionales consultados.
Integrantes de la Reserva Hotelera de la ciudad han insistido en que las obras deben estar evaluadas permanentemente, más allá de la existencia de la presentación de la guía de proyectos aprobada en la instancia ambiental. Sin embargo, técnicos que participaron en evaluaciones similares señalan que la eficacia de estos estudios depende del monitoreo permanente, algo que —según reconocen fuentes del sector— no siempre ocurre con la regularidad necesaria. De allí que, la insuficiente información por parte de quienes realizan las obras contribuye a la desconfianza sobre las medidas de mitigación que se han realizado para evitar impactos negativos sobre el ambiente del sector, particularmente sobre la cuenca hídrica que forma parte del sistema.
Para los vecinos afectados por las crecidas, la discusión es menos técnica y más inmediata: calles anegadas, viviendas afectadas, cortes del servicio de agua potable y una sensación creciente de vulnerabilidad ante un fenómeno que podría repetirse. Pero detrás del operativo de emergencia que desplegó la DPOSS y el Municipio de Ushuaia, algunos de los especialistas interpretan que la última crecida es una clara señal de alerta sobre los impactos que se están produciendo.
“Los arroyos de montaña hablan rápido”, explicó un geólogo que fue requerido por este medio. “Cuando empiezan a bajar con más fuerza y más sedimentos que lo habitual, hay indicadores que están avisando que algo arriba se está moviendo más de lo que deberían”, concluyó.
Por esto mismo, de ahora en adelante deberían instrumentarse medidas de monitoreo para promover la estabilidad del sistema de cuencas que fueron afectados en los últimos días. Esto, porque las señales que se produjeron ya no pueden ser tomadas como meros caprichos del clima.
De allí que, las crecidas de los últimos días sugieren que el sector de montaña del Glaciar Martial está cambiando. La pregunta es si lo hace sola o empujada por obras que no siempre consideran la fragilidad del entorno.
Y la respuesta a esta pregunta —coinciden los especialistas— será determinante para el futuro de la ciudad.