Colaboración

¡Los varones primero! (al menos por hoy)

28/08/2014
P
or María Paula Schapochnik (*)

Señalé anteriormente que hablar de género no es hablar de cosas de mujeres exclusivamente; por tanto, para demostrar dicha premisa, podemos empezar a pensar qué les pasa a los varones contemporáneos.
Hace tiempo que sabemos que el sistema predominante de relaciones entre hombres y mujeres ha conformado una realidad desigual. Donde miramos advertimos desigualdades que de una u otra forma nos afectan.
Partamos de una idea para nada original, pero que siempre es útil reeditarla en el propio tiempo: cualquier sistema de reparto o distribución, de reconocimiento de derechos, o de concepción de ciudadanía que deje a algunas personas fuera, sosteniendo los privilegios de otras, es urgente que sea revisado, desmembrado, deconstruido en sus propósitos, y eventualmente reemplazado por otro mas justo (o al menos ello debe ser uno de los objetivos). Seguramente coincidimos en que la calidad de vida, la salud mental, los deseos, los proyectos, las elecciones del modo de vivir que cada uno anhela, en una palabra, la felicidad, son buenas razones para traccionar por estos cambios.
Así lo han sentido posiblemente las feministas de todos los tiempos, y también diversos movimientos de mujeres no identificados con el feminismo, pero que han denunciado también inequidades y abusos.
Sin embargo, le debemos a las primeras – las feministas– diversas interpelaciones que buscaron explicar la realidad de los varones, como parte de las relaciones interpersonales entre hombres y mujeres.
En forma reciente ha surgido un creciente interés en lo que se conoce como estudios de las masculinidades, dentro de los debates de género. Estos estudios dan cuenta que los hombres, para ser considerados tales, además de sus características biológicas, han internalizado pautas que les imponen desarrollar ciertos atributos y asumir roles en diferentes momentos de su vida, en forma continua y sin salirse del libreto, a fuerza de poner en juego su condición de varón.
Estos atributos y mandatos expresan esa masculinidad dominante que es su referente, con lo que se comparan y son comparados, una masculinidad asociada a cierta idea de poder, autoridad, protección, seguridad, orden.
Vamos a llamarla masculinidad hegemónica.
A algunos varones este modelo de masculinidad les produce grandes satisfacciones, a otros tantos, incomodidad, molestias, tensiones y contradicciones. Diferenciarse no es fácil, ya que el ser varón, bajo estas premisas, les permite hacer uso del poder que confiere tal condición, y gozar de mejores posiciones frente a las mujeres y a otros varones inferiorizados en la jerarquía de “lo esperable”.
Se postula respecto a esta forma de ser hombres, que es natural, que “los hombres son así” ¿así cómo?
Lo cierto es que estos temas comienzan a hacernos ruido.
El orden de la vida familiar y del trabajo se ha modificado. Las mujeres han tenido, y luego han querido salir a trabajar. La tradicional división sexual del trabajo, lo productivo – reproductivo (la mujer en la casa, el hombre en la calle) ha desaparecido.
Las mujeres pueden controlar su fertilidad, dando nacimiento a una nueva sexualidad que no es exclusivamente reproductiva. En otro orden, en la mayoría de los países latinoamericanos con el transcurrir de las democracias se ha hecho visible la diversidad sexual, desmantelándose el orden binario masculino – femenino, y cuestionándose la heteronormatividad dominante, a tal punto que se van modificando paulatinamente las legislaciones.
En fin, parece que existen muchas formas y expresiones de “lo masculino”. Los varones se encuentran hoy en un escenario que difiere de aquel en el que fueron socializados y que les plantea exigencias, demandas y deseos para los que no todos fueron preparados.
Pero parece que en los cambios aparecen las mejores versiones.
Muchos varones hoy, incómodos con esa masculinidad única, dominante y patriarcal, fuente de diversas opresiones, aspiran a otros modos de relación entre ellos y con las mujeres, y así lo empiezan a expresar.
Un cambio formidable tiene que ver con la democratización de la vida privada, y el surgimiento de relaciones horizontales, de mayor intimidad y cercanía afectiva en las relaciones de pareja y con los hijos e hijas. La experiencia de la paternidad, ha implicado la reafirmación del espacio familiar como un lugar de privilegio que debe conciliarse con la vida laboral. Igualmente, muchos hombres hoy, sobre todo los jóvenes, asumen las tareas del hogar en forma corresponsable, y no dudan en elegir profesiones y ocupaciones que en otro tiempo estaban asociadas exclusivamente a lo femenino.
En definitiva, dejan en evidencia que las luchas por las inequidades producto del orden de género no es patrimonio de las feministas, y anhelan para sí y para sus compañeras, esposas, madres, hijas, hermanas, amigas, un nuevo orden donde tod@s seamos reconocid@s y respetad@s.

(*) Abogada – Magister Interdisciplinaria en Familia