Colaboración

Las mujeres y el trabajo

12/09/2014
S
eguramente tengamos una vaga idea de lo que representa la división sexual del trabajo, y podamos ensayar una definición que involucre a hombres, mujeres y espacios. Esto es así porque se trata de una estructura sobre la que se asienta el sistema de dominación patriarcal, probablemente desde el inicio de todas las sociedades.
Esta estructura divide jerárquicamente a la sociedad entre un espacio público –político con rostro masculino y otro privado– doméstico con rostro básicamente femenino.
Luego, la economía hizo el resto. A esta estructura de poder entre hombres y mujeres que ya era asimétrica, se le asignó valor económico diferenciado en razón del sexo. Las oportunidades diferenciales por sexo ocurren cuando la demanda de mano de obra discrimina en el mercado de trabajo. A oferentes igualmente productivos (mujeres y varones) se les brindan posibilidades y condiciones de empleo desiguales.
Estas asimetrías son ciertamente la consecuencia de un sistema de valores imperante que afecta gravemente y en primer lugar a las mujeres de menores recursos (empleos precarios, informalidad y subempleos) y luego a la sociedad en su conjunto ya que se recorta a un importante sector de la población el pleno ejercicio de sus capacidades y derechos individuales.
Pero esto es una ínfima parte del problema.
Si nos detenemos a pensar un minuto en nosotr@s, además de recursos económicos, requerimos de cuidados personales en algún momento de nuestra vida, aunque sea con distinta intensidad y según la etapa vital que estemos atravesando. Nadie sobrevive sin ser cuidado y tenemos derecho a que nos cuiden.
Recientes enfoques ven en el cuidado un derecho humano básico, sin embargo, y pese a la entidad de la tarea, culturalmente se espera que sean las mujeres y solo las mujeres quienes se ocupen de las tareas de cuidado cotidiano de niños, niñas, adolescentes, adultos mayores, personas enfermas, etc.–
Es en el ámbito doméstico –privado– donde se desarrollan estas labores que durante mucho tiempo permanecieron invisibles, no reconocidas como trabajo, y consideradas como parte “natural” de la condición femenina. Actualmente se comenzaron a visibilizar bajo la denominación de doble y hasta triple jornada laboral.
El trabajo no remunerado es fundamental para el sostenimiento de cualquier sistema productivo de un país, pero aún así no se lo representa en las cuentas nacionales. Parece que los espacios bien delimitados no son tales.
Muchas han sido las razones por las que las mujeres se han incorporado masivamente al empleo rentado, tanto a causa de los avatares de la economía a escala mundial (pienso en la Revolución Industrial), como por el cuestionamiento que varones y mujeres vienen realizando de la división sexual de trabajo, donde cada vez mas una proporción creciente de hombres estiman que las mujeres tienen los mismos derechos y deberes en relación al empleo y la familia (pienso en las masculinidades emergentes que señalamos en otra oportunidad).
Sin embargo, y pese a haberse iniciado una de las mayores revoluciones del siglo XX, el acceso formal de las mujeres al espacio público no ha ido acompañado de un cambio significativo en su rol privado tradicional asociado a las tareas de cuidado, ni se han integrado trabajo y responsabilidad pública y privada para hombres y mujeres.
Es cierto que las tensiones producidas por tener una mejor calidad de vida para la familia, la dificultad de los varones para responder como proveedores exclusivos del hogar producto de las crisis del empleo, y las demandas de autonomía de las parejas y las mujeres, han generado un debate sumamente interesante que se precipita, donde se pone en juego a nivel individual recursos de poder y a nivel social un pacto histórico que involucró un orden familiar –tradicional patriarcal– que se ha roto.
Los avances en la ampliación de derechos de las mujeres y en la construcción de la igualdad de género, no han resultado suficientes para acompañar estos cambios y eliminar la brecha que aún persiste sobre todo para conciliar trabajo y familia. En Tierra del Fuego las cosas son apenas diferentes, pero dejemos este análisis para un próximo encuentro.