Repasando la Historia

Apuntes sobre la misión anglicana

29/10/2014
P
or Lucas Potenze (*) (especial para el diario del Fin del Mundo)

En el invierno de 1869 el Rev. Stirling fue llamado a Inglaterra para ser ordenado como primer obispo de la religión anglicana para América del Sur, con sede en la capital de las Islas Malvinas. Partió entonces de Ushuaia quedando la incipiente misión a cargo del joven Tomás Bridges, quien poco después fue también convocado por la Sociedad Misionera Sudamericana para su consagración como pastor. Viajó entonces a Inglaterra donde terminó sus estudios, recibió la ordenación de manos del obispo de Londres y, como aconsejaba el buen sentido, contrajo matrimonio. Su esposa resultó ser la señorita Mary Varder, oriunda de Harberton, en el sur de Inglaterra, quien demostró ser una persona absolutamente fuera de lo común. Cuesta imaginar a una buena mujer de clase media de una de las naciones más adelantadas del mundo, a quien un joven de 27 años a quien recién conocía le ofrece compartir su vida en una isla de la que poco se sabía en Europa, más que era el punto más austral del continente americano, que su clima era frío y ventoso, que los mares que la rodeaban estaban entre los más bravíos del globo y que vivirían en un caserío cuya población más cercana era una colonia penal chilena, situada a más de 300 kilómetros, y las Islas Malvinas, que estaban a casi 700 km., rodeados de aborígenes con fama de ser afectos la antropofagia a quienes debían inculcar sentimientos cristianos. Pero lo más notable es que no sólo aceptó la propuesta del flamante diácono sino que ambos formaron una familia admirable, con cinco hijos, la mayor nacida en Malvinas y los otros cuatro en Ushuaia, y que Mary permaneció en Tierra del Fuego, hasta bastante después de la muerte de su marido sucedida en 1898.
Pero si es notable el valor de esta extraordinaria mujer, no le va en zaga la personalidad de su marido. Thomas Bridges había vivido desde los trece años en un remoto islote en el norte de la isla Gran Malvina, acompañado de unos pocos misioneros ingleses y, periódicamente, de aborígenes fueguinos; viajó ocasionalmente, como apuntamos más arriba, a Inglaterra pero la mayor parte de su vida la pasó entre Keppel y Ushuaia, por lo que resulta sorprendente su inmensa cultura, que obviamente había alcanzado como autodidacta. No sólo era versado en temas bíblicos y religiosos sino que tenía importantes conocimientos en ciencias naturales y astronomía, era un hábil navegante y un apasionado por los idiomas: Además del inglés, dominaba el castellano, el griego y los idiomas de los pueblos originarios de la isla. Además tenía nociones de francés, hebreo y alemán. Tradujo al idioma de los yámanas los Evangelios de Lucas y Juan y los Hechos de los Apóstoles, además de componer una gramática del idioma, lo que nos hace pensar que para él, la lengua yámana, lejos de estar en vías de extinción, merecía ser estudiada como la expresión de un pueblo aún vital y con futuro. Por otra parte, él mismo cuenta que en los largos viajes que realizaba por mar, se entretenía resolviendo problemas de álgebra.
No vale la pena extenderse en relatar la historia de aquella primera Ushuaia. Para ello han muy buenos trabajos, especialmente los de Arnoldo Canclini y Juan Belza (ambos religiosos que llegaron a ocupar los sillones correspondientes a Tierra del Fuego en la Academia Nacional de la Historia), los de Natalie Goodal en su encantadora semblanza sobre la “Tierra del Fuego” y los de Armando Braun Menéndez, entre los libros más conocidos y que, si bien casi todos ellos están agotados, pueden ser consultados en las bibliotecas de la provincia. Para quienes quieran estudiar el tema yendo a las fuentes, nada mejor que las cartas que Thomas Bridges envió a la sede de la misión en Inglaterra, publicados aquí bajo el título de “Los Indios del Último Confín” y las fundamentales memorias de Lucas Bridges, el tercer hijo de Thomas, nacido en Ushuaia en 1874, reunidas bajo el título de “El Último Confín de la Tierra”, que puede ser leído tanto como una rigurosa obra antropológica como la más apasionante novela de aventuras escrita en nuestra Patagonia y que ha sido reeditada últimamente, tanto en su versión original en inglés como en su versión castellana.
Me interesa sin embargo señalar algunos hitos de su historia junto con aspectos que la hacen diferente a otros ensayos misioneros, y que ayudaron a su éxito inicial. En primer lugar, Bridges y toda su familia, así como la mayoría de sus compañeros, conocía el idioma de los canoeros y era éste el idioma que se hablaba en la Misión, aun cuando en la escuela también se enseñaba inglés. Por otro lado los fueguinos eran totalmente libres de permanecer o no en el lugar, así es que, según la época del año, podía haber de diez a setenta familias viviendo allí. No cambiaron esencialmente las bases de su economía, aunque se les agregaron algunas novedades que trajeron los misioneros como el pastoreo de cabras y ovejas, las plantaciones de papas, la tala de árboles con hacha y la construcción de viviendas de madera.
En la misión había una suerte de regla, aunque no se llamara así, con ciertas reminiscencias del “ora et labora” de los monasterios medievales: Se cumplían horarios, había momentos para rezar y para los cánticos religiosos, momentos para trabajar y otros para aprender distintas habilidades y, por supuesto, escuchar la predicación de los religiosos. Los aborígenes que la cumplían recibían una retribución por su trabajo y las ventajas que surgen de ser miembros de una comunidad, pero aun así, es difícil estimar hasta dónde fue exitosa la tarea evangelizadora.
Bridges fue especialmente prudente para bautizar a los fueguinos. Antes de hacerlo y dado que los primeros catecúmenos eran adultos, se preocupaba por comprobar que tenían la suficiente instrucción y que su conversión era sincera, para lo cual evaluaba si realmente vivían de una forma acorde con las enseñanzas impartidas. En esto era muy riguroso y sus observaciones tomaban en cuenta no sólo su conducta sino también lo que pensaba que podría pasar en el futuro. Véase por ejemplo el caso de un “yecamoosh” (hechicero o médico brujo) al que se refiere luego de su fallecimiento: “…su caso fue como el de muchos hombres y mujeres en cuanto a que era manifiesta una gran mejoría. Abandonó total mente sus falsas pretensiones y prácticas como yecamoosh y reconoció que había engañado y sido engañado. Desarrolló un deseo por mejorar y llegó a ser más digno de confianza y más afectuoso hacia sus esposas e hijo. Si bien abandonó el robo y la mentira, sin embargo […] nunca me pareció que había entendido y aceptado la verdad relativa a Cristo como Salvador. Nunca declaró su fe en Jesús y su amor hacia Él y no había gozo y paz evidentes en su corazón, tal como lo da el sentir amor hacia Jesús”. Este hombre no había sido por lo tanto bautizado, pero Bridges igualmente confía: “Pero yo no diría que no tengo esperanzas; por el otro lado la he tenido de que, por medio del abundante amor de Dios, a través de Jesucristo como su Salvador y Señor, ha recibido suficiente guía como para llevarlo ante el trono de Dios y del Cordero”. En este comentario, que no es más que uno de tantos en el mismo sentido, se puede descubrir tanto el tipo de conversión al que aspiraba el reverendo como su fe en que la misericordia de Dios, finalmente, permitiría la salvación aun de quienes no habían aceptado de buen grado el mensaje evangélico.
Por lo tanto, los bautismos no fueron tantos, a pesar de que su número podía llegar a ser un parámetro del éxito de la misión y conmover el bolsillo de los benefactores de la Sociedad Misionera que sostenían la misión. En 1878 habla de 85 realizados en Ushuaia desde su instalación, lo que daría un promedio más bien pobre, aunque Bridges estaba muy satisfecho, lo que estaría demostrando los problemas que debía superar en su tarea evangelizadora. Hay que tener en cuenta que en la tradición yámana no existía idea alguna sobre un Ser Superior o sobre la vida eterna u otras cuestiones metafísicas que sí existían en otros pueblos de América donde los misioneros españoles tuvieron menos problemas para imponer al dios de los cristianos sobre la matriz preexistente de dioses locales. Así es que, según comentarios del pastor Stirling, la única institución que los canoeros respetaban y valoraban era la familia, por lo que su prédica tuvo que comenzar realizando analogías entre las relaciones familiares y las que el dios cristiano establecería con sus hijos.
Pero además de la acción evangelizadora, que ha sido criticado por algunos autores posteriores por inútil y, últimamente, por considerarla un acto de violencia simbólica, lo que nadie puede negar es la inmensa acción civilizadora desplegada por la Misión, que va desde los conocimientos de lectura y cálculo que se enseñaban en la escuela, los nuevos trabajos que aprendían tales como la agricultura, el pastoreo o la utilización de la madera de los bosques, para lo cual utilizaban nuevas y más efectivas herramientas, las nociones de trabajo organizado, el concepto de reemplazar la venganza privada por la mediación de un juez imparcial, el uso de vestimentas y abrigos y otras tantas conductas de la vida civilizada. Es cierto que esto significó también un tremendo cambio para las costumbres ancestrales de los canoeros y a la larga no fueron inocuas en el proceso de extinción de la raza, pero lo que también es cierto es que tarde o temprano la civilización occidental iba a llegar a aquellos lugares y el hecho de que los indígenas ya estuvieran hasta cierto punto iniciados en los hábitos que se les impondrían y que esta preparación les hubiera llegado en forma desinteresada y bondadosa no dejó de ser una ventaja para muchos de ellos.
Además, a partir de la instalación de la misión, Ushuaia comienza a aparecer en los mapas como un establecimiento donde se daba ayuda a los náufragos y donde los barcos podían proveerse de lo que necesitasen, y sabemos por su diario que Thomas Bridges varias veces acudió en ayuda de tripulaciones cuyos barcos habían naufragado en los canales.
También debe señalarse que la Misión reconoció la soberanía argentina, por lo menos sobre la parte oriental de Tierra del Fuego, de manera implícita al solicitar al gobierno nacional, en 1869, el arriendo de la isla Gable para instalar la misión, lo que éste otorgó por el valor simbólico de “un dólar de plata” por año. Este punto es especialmente interesante porque estamos hablando de una época en que el gobierno argentino aún dudaba de sus derechos sobre la Tierra del Fuego, que recién serían consagrados con el tratado de límites con Chile de 1881.
En fin; lo que también es innegable es que la llegada de los hombres blancos, ya fueran loberos que cazaban en los canales, misioneros que predicaban en Ushuaia o, más tarde, las subprefecturas creadas por el gobierno argentino, fue fatal para la continuidad de la raza yámana. En 1875 Bridges hace el primer cálculo sobre su población y la estima entre 2500 y 3000 personas, mientras que en el censo que él mismo realiza diez años después, apenas suman 374. Lo que no resiste el menor análisis es el intento de responsabilizar a la misión de este progresivo exterminio, pero de este tema, que es quizá el pecado original con que se inicia la historia de nuestra provincia, hablaremos en un próximo artículo.

(*) Historiador. Profesor de Historia.